domingo, 12 de octubre de 2014


 LA DESPEDIDA DE LOS APUS

Debo confesar que la Pachamama del Waqaypata me soprendió totalmente esa mañana. Primero cuando me preguntó cómo quería que se fuera, luego cuando dijo que se iría por mis rodillas. En mi vida de periodista he pasado por muchas situaciones. Esta era excepcional.
Me quede quieta y abrí los ojos en la oscuridad cuando sentí algo que no esperaba. Alitas bajando desde mis rodillas hasta el tobillo. Una sensación inenarrable. Así ella me estaba expresando su cariño. Alas como si muchos pajaritos me tocaran sucesivamente. Al terminar una ala mayor rozó mi mejilla derecha, una ala de viento. Al irse ella se fueron los demás.

-¡Adiós, hijita, volveremos a encontarnos!
-¡Nos gustó conocerte!
-¡Volveremos para conversar!
-¡Bienevenida a nuestra mesa!
Y yo repitiendo.
-Hasta la próxima señor Panpawayllo.
-Adiós Mamita de Lares.
-Gracias por venir, señor Potosí Bolivia.
¡Adiós! ¡Adiós!

La próxima vez que vaya a Cusco espero volver a encontrarme con ellos. Ahora será con José, el hijo de Mario haciendo la invocación. ¡Será maravilloso!  
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Del libro “Hablando con los Apus”

EDILBERTO MERIDA Y SU SEMILLA

Tengo un hermoso toro con furia de arcilla sobre sus cuatro patas. Me fascinó apenas lo vi. De todas las obras de Edilberto Mérida era muy especial  y logré comprarla, siendo de primera y única mano porque no volvió a hacer otra.  Tuve la suerte de escribir las primeras notas sobre su arte en la revista “Caretas”, en el diario  “El Comercio” y en el suplemento “Variedades” de “La Crónica”. Aunque él les llamaba figuras grotescas yo insistí en darles una justa connotación como “barros de protesta”.
En su primera exhibición tuvo una Ultima Cena con los Apóstoles y el mismo Cristo con ch’ullu y ojotas. Para mí fue extraordinaria y saludé con entusiasmo al artista que se atrevía a caricaturizar a Dios, afirmación que no le gustó. Pensó que los miembros de la Iglesia Católica lo iban a excomulgar lo cual no sucedió. Más tarde plasmó en el más noble de los materiales, pues el primer hombre según las notas bíblicas fue hecho de barro, al Taitacha Temblores y tuvo un éxito inusitado. Cusco había alumbrado un artista cuyos trabajos de alto kilate fueron celebrados a nivel mundial.
El t’uru rimacheq, “el hombre que hace hablar al barro”, como lo nombró el periodista Hernán Velarde, apareció  por primera vez en una Feria Internacional del Pacífico hace muchos años.

Su arte fue un descubrimiento y hubiera parecido que terminaría cuando tuvo que voltear la última esquina de la vida. Le sigue con fervor filial su hija María Antonieta. Ella conserva memorables recuerdos de su quehacer febril, la invención de un horno especial para cocinar sus piezas, la mezcla del barro para darle una cierta eternidad, la búsqueda de canteras de arcilla en los alrededores de Cusco, la elección  de texturas, el secado de la leña, el ojo atento para registrar gestos, ademanes y posturas de la gente de campo. Ojos empequeñecidos por la luz con telarañas de dolor, bocas cinceladas por el hambre, manos arañando el aire para asirse a los sueños, pies enormes queriendo enraizarse con la tierra.

En sus últimos años Mérida siguió con alegría su afición a su arte. El destino le obligó a residir en Lima por esa paradoja que quita al hombre de altura la capacidad de jalar el oxígeno que mueve el mecanismo de sístoles y diástoles del corazón. Ambos abrieron un taller donde ella crea sucesivamente obras para nuevas exposiciones con el estilo del padre. Una propia de barros dorados. Los recibimos con el mismo cariño deseándole que siga adelante en la segunda etapa Mérida.  

Alfonsina Barrionuevo    

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