LOS
MONJES DE QOTAWASI
A lo lejos el bosque de lava de Wanka
Wanka parecía una mancha gris insertada entre gramadales por un capricho de la
naturaleza. Pensé que al caminar por él me hundiría en la ceniza.
-No tenemos buena luz, la temperatura
es baja, no podremos grabarlo, -me dijo
a modo de consuelo David Morán, quien solía hacer maravillas con la cámara de
televisión. A lo lejos el sol recogía sus últimos sombreritos dorados en los
picos de los cerros. Se iba a pasos agigantados.
-Qué lástima, David –exclamé, -Este
bosque es extrañísimo. Si hubiéramos llegado una hora antes… Realmente es
lamentable.
-¿Qué pasa? –preguntó Fernando
Polanco, nuestro guía en las tierras de Qotawasi, Arequipa. Se lo conté y dijo
que habíamos llegado tarde pero debíamos apurarnos. Era necesario llegar con luz
a la estancia donde pasaríamos la noche. Tenía razón y nos dispusimos a partir
cuando volvió y me dijo algo insólito. Heraclio Loayza, el arriero que nos
llevaba con sus caballos por los tortuosos caminos de la provincia, haría que
el astro rey tornara para nosotros.
Lo miré con curiosidad y después con
un asomo de burla, ¿así que el sol volvería?
-Quince minutos, -indicó Polanco.
Moví la cabeza en señal de aprobación.
Quince minutos era un pequeño plazo. Nos sentamos en el pasto, al filo del
horizonte a esperar un milagro imposible. ¿De veras, qué iba a pasar? De pronto
las escasas nubes que había levantaron sus barrigas como si estuvieran fajadas
y el sol salió por debajo iluminando Wanka wanka.
-A trabajar, -mandó. Tienen media hora.
Me fui rápidamente con David a la mole
inmensa, el bosque que atraía con el misterio de sus monjes en actitud de
avanzar.
Pensé que iba a hundirme, más debo
confesar mi equivocación. La lava se había petrificado hacía millones de años y
el piso era sólido. Los frailes y otras figuras que comenzamos a descubrir eran
huecos por dentro como los barquichuelos de helado.
¿En qué momento trabajaron esto los
escultores de la naturaleza? Veíamos un
bosque increíble. Las figuras que adopta son fantasmagóricas. Por un lado ellos con sus sotanas y sus capuchas
levantadas. Por otro un grupo de mujeres.
No podía imaginar cómo trabajaron el viento y la lluvia. ¿O la autoría la
poseía el fuego con sus cinceles al rojo vivo? Sus creaciones en cono, amasadas
en estado incandescente eran impresionantes. Un órgano con sus tubos, un hongo
con media sombrilla, también animales. Un oso, una tortuga, una viskacha. En
una esquina hasta un dinosaurio Rex. ¡Qué locos! En la enmarañada textura del
suelo surgían también una especie de pezones o inyas andinas.
En mis viajes no he visto nada
semejante. Conozco muchos bosques de piedra en el Perú. Ninguno se parece a
Wanka Wanka o Santo Santo como le llama Fernando Polanco. Este bosque de lava
volcánica es un fenómeno singular. Toba que supera la fantasía humana. ¿Cómo podía
estar allí, a 4,000 metros de altura?
Sólo la leyenda se atreve a explicar
su origen. En el centro, según ella, estaba el palacete de un tiránico kuraka.
El señor de la comarca cometía no sólo
abusos y atropellos sino que mandaba aplicar a quien protestara atroces
torturas y la muerte. Desesperados, hombres y mujeres, reclamaron la justicia
del cielo. Entonces llovió fuego sobre el sitio y luego como si hubieran
pensado que podría escapar, cercaron el contorno con una especie de tenedores
candentes.
A la media hora de grabar el sol hizo
mutis y las nubes se atropellaron para cubrir el horizonte. El bosque es uno de
los atractivos naturales de Qotawasi. El punto de partida es el pueblo de Alka.
Nosotros hicimos un recorrido de siete
días para hacer varios hallazgos. El bosque de piedra roja de Warmunta; los
“ojos del diablo” con manantes que
parecen pupilas sangrientas; los geyser de Sairosa; el nevado y la laguna de
Ichma; entre otros.
La
tradición oral se remonta a los antiguos warpa, quienes iniciaron una
agricultura aérea; después llegaron en avalancha los tiawanaku; les siguieron
los chankas guerreros; y, finalmente, los inkas que lograron la paz.
Las tierras de la provincia estuvieron repartidas entre Cusco,
Arequipa y Ayacucho, hasta que el presidente José Orbegozo los juntó por
decreto supremo bajo el nombre de La Unión, y pasaron a formar parte de
Arequipa.
A miles de metros sobre el mar son
pocos los oasis de verdes brillantes. El resto es piedra volcánica, abismos y
ríos profundos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario