domingo, 9 de abril de 2017

LOS MONJES DE QOTAWASI          

A lo lejos el bosque de lava de Wanka Wanka parecía una mancha gris insertada entre gramadales por un capricho de la naturaleza. Pensé que al caminar por él me hundiría en la ceniza.
-No tenemos buena luz, la temperatura es baja, no podremos  grabarlo, -me dijo a modo de consuelo David Morán, quien solía hacer maravillas con la cámara de televisión. A lo lejos el sol recogía sus últimos sombreritos dorados en los picos de los cerros. Se iba a pasos agigantados.
-Qué lástima, David –exclamé, -Este bosque es extrañísimo. Si hubiéramos llegado una hora antes… Realmente es lamentable.
-¿Qué pasa? –preguntó Fernando Polanco, nuestro guía en las tierras de Qotawasi, Arequipa. Se lo conté y dijo que habíamos llegado tarde pero debíamos apurarnos. Era necesario llegar con luz a la estancia donde pasaríamos la noche. Tenía razón y nos dispusimos a partir cuando volvió y me dijo algo insólito. Heraclio Loayza, el arriero que nos llevaba con sus caballos por los tortuosos caminos de la provincia, haría que el astro rey tornara para nosotros.

Lo miré con curiosidad y después con un asomo de burla, ¿así que el sol volvería?
Resultado de imagen para bosque de piedras huanca huanca la unión arequipaLoayza sacó un cigarrillo y arrojó el humo tres veces hacia el lugar donde el sol ya se iba. Sacó su botellita de licor y asperjó el licor con los dedos enviándolo en rocío hacia los cerros, derramando luego unas gotas para  la madre tierra.
-Quince minutos, -indicó Polanco.
Moví la cabeza en señal de aprobación. Quince minutos era un pequeño plazo. Nos sentamos en el pasto, al filo del horizonte a esperar un milagro imposible. ¿De veras, qué iba a pasar? De pronto las escasas nubes que había levantaron sus barrigas como si estuvieran fajadas y el sol salió por debajo iluminando Wanka wanka.
-A trabajar, -mandó. Tienen media hora.
Me fui rápidamente con David a la mole inmensa, el bosque que atraía con el misterio de sus monjes en actitud de avanzar.

Pensé que iba a hundirme, más debo confesar mi equivocación. La lava se había petrificado hacía millones de años y el piso era sólido. Los frailes y otras figuras que comenzamos a descubrir eran huecos por dentro como los barquichuelos de helado.
¿En qué momento trabajaron esto los escultores de la naturaleza? Veíamos un bosque increíble. Las figuras que adopta son fantasmagóricas. Por un lado ellos con sus sotanas y sus capuchas levantadas. Por otro un grupo de mujeres. No podía imaginar cómo trabajaron el viento y la lluvia. ¿O la autoría la poseía el fuego con sus cinceles al rojo vivo? Sus creaciones en cono, amasadas en estado incandescente eran impresionantes. Un órgano con sus tubos, un hongo con media sombrilla, también animales. Un oso, una tortuga, una viskacha. En una esquina hasta un dinosaurio Rex. ¡Qué locos! En la enmarañada textura del suelo surgían también una especie de pezones o inyas andinas.

En mis viajes no he visto nada semejante. Conozco muchos bosques de piedra en el Perú. Ninguno se parece a Wanka Wanka o Santo Santo como le llama Fernando Polanco. Este bosque de lava volcánica es un fenómeno singular. Toba que supera la fantasía humana. ¿Cómo podía estar allí,  a 4,000 metros de altura?
Sólo la leyenda se atreve a explicar su origen. En el centro, según ella, estaba el palacete de un tiránico kuraka. El señor de la comarca  cometía no sólo abusos y atropellos sino que mandaba aplicar a quien protestara atroces torturas y la muerte. Desesperados, hombres y mujeres, reclamaron la justicia del cielo. Entonces llovió fuego sobre el sitio y luego como si hubieran pensado que podría escapar, cercaron el contorno con una especie de tenedores candentes.

A la media hora de grabar el sol hizo mutis y las nubes se atropellaron para cubrir el horizonte. El bosque es uno de los atractivos naturales de Qotawasi. El punto de partida es el pueblo de Alka.
Nosotros hicimos un recorrido de siete días para hacer varios hallazgos. El bosque de piedra roja de Warmunta; los “ojos del diablo” con  manantes que parecen pupilas sangrientas; los geyser de Sairosa; el nevado y la laguna de Ichma; entre otros.
         La tradición oral se remonta a los antiguos warpa, quienes iniciaron una agricultura aérea; después llegaron en avalancha los tiawanaku; les siguieron los chankas guerreros; y, finalmente, los inkas que lograron la paz.  
Las tierras de la  provincia estuvieron repartidas entre Cusco, Arequipa y Ayacucho, hasta que el presidente José Orbegozo los juntó por decreto supremo bajo el nombre de La Unión, y pasaron a formar parte de Arequipa.

A miles de metros sobre el mar son pocos los oasis de verdes brillantes. El resto es piedra volcánica, abismos y ríos profundos. 


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