domingo, 3 de diciembre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

La primera vez que hablé a Kukuli del Muki y las minas a sus ocho años de edad no me entendió. Un hombrecito con cuernitos, casco y una lamparita que vivía dentro de los cerros. A los diez ya estaba en autos. Los hombrecitos mágicos que eran los dueños del oro, la plata, el cobre y las piedras preciosas. Veamos sus dos versiones. La última ya fue en este siglo para ilustrar uno de mis cuentos infantiles  “Personajes Mágicos”. Me encantó cómo los fue manejando. Hasta conoció la historia de mi padre, el periodista Leandro Barrionuevo, quien en su juventud y sus andanzas trabajó por unos días en un turno escalofriante de noche en las profundidades de una mina en Cerro de Pasco.




CUSCO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO

Cuando me di vuelta ellas cruzaban con cuidado la avenida Sol. Habían aprendido a sortear  los carros y entraron por la calle Puente del Rosario a San Andrés.
Yo sabía qué pasaría y me dio un terror silencioso. En mi Cusco pequeño podría encontrare con la otra Elisa, yo misma, pero ella era la otra, ¡la del colegio¡ Me hacía una cruz cada vez que salía del hostal. No quería verla. ¿Cómo reaccionaría? Eliza versus Eliza. No estaba preparada para enfrentarla. ¿Qué me diría ella? ¿Qué le diría yo? Sabía que tomando su lugar me usurpaba a mí misma. ¡Me daba miedo! Las dos éramos una sola. ¿Podríamos conocernos sin que ella me juzgara? Yo estaba consciente que no tenía culpa. ¿Lo comprendería?
          Y ocurrió.
-¡Eliza! -llamó alguien a mis espaldas.
Me volví rápidamente. Era una colegiala santaneña y, para mi desdicha, se dirigió con los brazos abiertos hacia delante y abrazó a otra chica que venía tras mío.
Les di paso.
-¡Eliza, vamos!
-Espera, le contestó. -Antes de seguir caminando quiero darte mi cuota. Que no se enteren las demás porque la estoy pagando fuera de tiempo. Vino mi tía de Espinar y me regaló un sol.
Pude observarla a mi sabor con mis latidos paralizados. Se veía muy joven, animosa y sonriente. Casi una niña. Usaba lentes que había olvidado. En sus movimientos mostraba delicadeza, en su expresión una dulzura irresistible. ¿Es posible envidiarse a una misma? Es que ella era yo pero en un tiempo que dejó de ser mío para convertirse en mi enemigo.
-¡Eliza! -la llamé- y su nombre tembló como una pájaro herido en mis labios.
-¿Quiere algo señora?. Tengo que irme -y su voz sonó musical.
-Te pareces a alguien que yo quiero mucho. ¿Me permitirías en su nombre darte un beso en la frente?
-¡Señora, no la conozco!. -y se apartó.
Recordé que mi madre me advertía que nunca hablara con personas extrañas.
Yo le gané en rapidez, besé apenas su tez aterciopelada y la vi irse saltando como una gacela. La paz cayó de mis manos como una paloma agonizante. Un sollozo se arrancó de mis canteras internas. ¿Por quién lloraba? ¿Por esa Eliza que fui o por esta que podría verse como un engaño o un fraude aunque no es así? No sé cómo volví al hostal. Un frío de muerte encogía mis hombros. Levanté mi llave que acababa de dejar y entré a mi cuarto. ¡Eliza, la otra! ¡Y yo también Eliza! ¿Se puede vivir dos veces? ¿Y qué estaría haciendo ella mientras yo estaba en cualquier parte? Seguramente mi papá, nuestro papá, le estaba leyendo el poema de "Nostalgia Imperial" de José Santos Chocano. "Este era un Inka triste de soñadora frente, ojos siempre sombríos y sonrisa de hiel, que recorrió su imperio, buscando inútilmente una doncella hermosa y enamorada de él..." ¡Me había enseñado tantos y tan hermosos! Me vino una palpitación que no me dejó respirar. Me ahogaba por dentro. Sentía un río seco de lágrimas que no llegó a empapar mis mejillas porque no existía. En ese instante mis uñas se engarfiaron en las palmas de mis manos. Qué difícil era ser esta Eliza. Decidí que callaría este episodio a mis amigas. Trataría de eternizar este enredo que se había creado. 
En la tarde siguiente me sorprendieron cuando miraba unos zapatos en el portal donde estuvo el Banco de los Andes.
-¿Qué haces Eliza? -escuché a mis espaldas la voz de Luisita. -¿has olvidado que el lunes tenemos examen? Debías estar estudiando.
-Lo mismo digo yo de ustedes. Mi papá quiere comprarme zapatos y tengo que aprovechar. Por eso estoy aquí.
-¿Este portal de dónde salió? -volvió Adita a la carga.
-¿No te acuerdas? Estaba considerado en el proyecto del Banco de los Andes y se hizo. Ha quedado bien, ¿no? Cuando llueve vamos por los portales y no nos cae una sola gota.
-Eliza, aquí había un sastre, una zapatería. La farmacia Cartagena y la pastelería Venus. Nada de portales.
-Claro que recuerdo la farmacia y también la pastelería y al sastre. Tenía un maniquí donde colocaba los ternos.
-¿O sea que no estamos despistadas?
 -No he dicho que estuvieran soñando.
-¿Y por dónde está La Eléctrica?
-En su sitio. Al otro lado. ¿De dónde la conoces?
-Porque a veces voy a pagar los recibos de luz.
-¿Y la fotografía del chino Nishiama, el único que tenemos?
-¿No la ves? ¡Ahí está!

Comenzamos a bajar por la avenida Sol. Seguramente vieron que no venía al caso hablar de los carros. Tampoco de la verja del medio. Pasamos Maruri cuando cambió el semáforo y Adita se acordó de un inmueble muy especial.
-¿Y esa casa donde le jugamos una broma a Pancho que se quedó alelado? Nos vio entrar y estuvo dos horas esperando y no volvimos a salir. Nunca supo qué pasó. Trató de preguntar por nosotros y como nadie le dio razón se quedó intrigado. El pobre no sabía que se podía salir por la calle Pampa del Castillo. ¡La única casa en el Cusco con dos salidas a dos calles diferentes y en dos niveles!
-Salimos  por el segundo piso, ¿no?
-Te pregunté donde está.
-Bueno, eso está en mis dominios. Claro que está ahí.
-Vamos Eliza, nos daremos el gusto de pasar por las dos casas.
-El dueño no siempre está de buen humor. Ojalá que encontremos a su esposa, la señora María. A ella le divierte y conoce a mi mamá.
Adita y Luisa iban mirando las tiendas, los bancos, las galerías con mucha atención, sin decir palabra. Me moría por saber qué pensaban pero estaban silenciosas y yo no sabía qué comentar. Ellas se estaban dando cuenta más que nunca de cada cambio. En realidad ya habían visto demasiadas cosas extrañas para seguir acosándome. Miraron el semáforo de Maruri y seguimos. En la puerta del Hotel El Dorado las detuve.
-Esta es la casa de dos entradas o dos salidas como quieran.
-¿Es de verdad la casa? No me parece.
-Es un hotel. Para mí me da lo mismo porque se puede pasar por la bodega y se entra a la otra casa y se suben dos escaleras como siempre.
-¿Y dónde está la señora María que nombraste?
-Esperen.
Me adelanté y hablé con Hilda, la administradora. ¿Podría pasar con mis amigas a la otra casa, por el almacén de alimentos envasados. Ella no las vio como era lógico.
-¿Quieres pasar? -me dijo muy amable. -Pues, anda. ¿Es un antojito?, -agregó tratando de hacerme una broma chusca-. ¿Dónde están tus amigas?. No las veo.
-Ya vienen, -repuse con una sonrisa blanca. En el fondo Hilda y yo no  simpatizábamos. Pero, nos llevábamos la corriente si se podía.
-Pues, sigan no más. No hay problema. Muy pocas personas saben que hay una salida o entrada, aunque por arriba no dejan pasar. Pero tú eres conocida.
Volví y les dije que esperásemos un momento. En realidad quería que Hilda hiciera otra cosa y no me viera pasar "sola".
-Este hotel es más bonito que "El Cuadro". Vamos a verlo por fuera mientras se pueda entrar.
En la acera retrocedieron un poco para admirar sus puertas doradas y las banderas de varios países en la parte frontal.
          De pronto sentí un mareo y la sensación de que los cristales del aire ondulaban.
          Ellas  sintieron lo mismo.
          -¿Qué pasa, Eliza?, -gritó Adita.
          -Es un terremoto. ¡Corran! -añadió Luisa con pánico saltando hacia la pista. Afortunadamente estaba libre, sin un solo automóvil. Podía haber sufrido un atropello.
          Todo duró escasos segundos y luego se estabilizó.
-¡Regresa Luisita. No es un terremoto! -la llamé. -¡Ha de ser el viento de octubre, el viento viejo, el machu wayra que nos afecta!
          -No es el viento, Eliza. Hemos sentido como si se moviera y nos fueran a envolver  las paredes del aire.

          -También como si se nublara, -agregó Luisa. -Por unos segundos no estábamos en la calle. No estábamos en ninguna parte. ¿Tienen alguna idea de lo que ha pasado?...

Alfonsina Barrionuevo

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