AÑO NUEVO
LIMPIO
Quiero
para el Perú un cielo azul, sin nubes negras. Quiero brisa gentil sin vendavales. abrumadores. Quiero agua transparente que
no permita la ofensa de una brizna. Quiero mujeres que hayan enseñado a sus
hijos a ser rectos y hombres que hagan honor a sus pueblos. Quiero hombres y mujeres honestos y capaces,
generosos y valientes porque los hay muchos, pero que sientan la necesidad de
luchar y dejar de ser espectadores. Sé que ellos forman parte del Perú
emergente que yo miro crecer con alegría, pero es necesario intervenir antes de
que sigan imperando los manejos de quienes
pueden vender a la patria o hundirla
arrasando nuestros patrimonios por sus intereses, sin respetar los paisajes físicos y humanos que tenemos.
Quiero
un Perú limpio y con sueños libre de las pesadillas que lo siguen marcando. Que
los niños no pregunten por qué existe la concertación de lo malo con lo peor
para seguir medrando, de exigir solo ayuda y no poner el hombro, de precipitar
las obras sin antes estudiarlas, de abusar de la credulidad de los menos para
mandar.
Quiero
que el Perú florezca bien, sin sacrificios ni temores. Hay una herencia que
ayuda y hay más de un buen ejemplo que copiar, hay peruanos que honran su
trabajo y hay más de una esperanza que ilumina el mañana. Pero, es inminente
luchar, ver la realidad y juntar fuerzas. Digo, seguir luchando más que nunca
para enseñar a los que vienen. Es hora porque la crisis de valores abre cada
día más abismos de los que queremos vencer.
EN EL MUNDO
ANDINO
Al filo del Año Nuevo las comunidades
andinas más alejadas habrán elegido un nuevo Varayoq. Los abuelos habrán estado
observando con mucho celo los actos de los posibles candidatos. No será un gran
número porque bastará con tres o cuatro para que sea elegido el mejor. Jamás
permitirían la asunción de alguno que hubiera cometido una falta indigna. Los Varayoq
merecen el respeto de sus electores durante toda su vida. Más bien, al correr
de los años, aumentará su prestigio y serán reconocidos como Llaqta Varayoq o Llaqta
cargo, “alcalde de pueblos” o Segunda,
“alcalde de región”. En otras partes, los
de mayor categoría se llaman Auki varayoq y los de menor Sullka Varayoq.
Su obligación era resolver casos muy comprometidos. Podía ser de compra y venta de
tierras, turnos de riego, cruzamiento
entre animales de distintos dueños y a quién le corresponde la cría; también de
hombres o mujeres que decidieran irse con un pretendiente ajeno a su tradición
y que deben renunciar a los suyos, además de otros problemas.
En lo que conozco no he escuchado que un Varayoq
haga un pago a la tierra como autoridad.
Antes, en el mundo qechwa, los que
fiscalizaban la conducta de los pobladores del campo eran los Aqorasi, “ancianos venerables”, los Llaqta
kamayoq, “ cabeza de pueblos” y tal vez también los Tukuy rikuq, "ojos y oídos”
del Inka. Se podría decir que el Varayoq los sustituyó en cierta forma para recibir disposiciones de los
españoles, sin que renunciaran a sus valores morales.
Por eso, en el primer día del año los Varayoq
con traje de gala siguen entregando la “vara”, que
sigue vigente entre ellos. No interesa que no tengan el poder que les dieron al
principio, que les fueron recortando porque no les convenía a los
corregidores, encomenderos y más tarde
gobernadores.
El aparato que armaban los españoles de cada pueblo tenía el propósito de impresionar a los asistentes; pues, se hacía previa
misa, nombramiento de alcaldes, regidores y un khipukamayoq para las
comunidades, por parte de ellos un alguacil, un escribano, un alcaide, un
pregonero y un verdugo.
Los nombrados tenían que jurar ante un
Cristo, “en nombre de Dios Nuestro Señor, Santa María y con la Señal de la
Santa Cruz, cumplir fielmente con autoridad , sin afición ni pasión, los
oficios que se les encomendaran.”Al terminar recibían las varas que habían sido
bendecidas por el señor cura, surgiendo así el Varayoq, “el hombre que portaba
la vara”, cuya acrisolada honradez estuvo siempre contrapuesta a la codicia, la
falsedad y el abuso de los mismos que los designaban. El Varayoq nunca puso en
tela de juicio el gran prestigio que lo rodeaba, cimentando más bien una sólida
reputación.
Su mandato duraba un año y no podían ser
elegidos al año siguiente, ni dos años
después. No conocían los pleitos de los kurakas ni los litigios de tierras de
dos pueblos. Debían oír las reclamaciones de sus gobernados dos o tres veces a
la semana en el poyo de la plaza del pueblo, resolver los asuntos civiles hasta
por diez pesos y no dar penas de más de un peso, que se podían conmutar por veinte azotes para los que eran pobres.
Administrativamente debía cuidar que los
indios hicieran testamento, velar por los huérfanos, visitar hospitales,
controlar el funcionamiento de los mercados, vigilar las sementeras y los
ganados, hacer arreglar los caminos, tambos y puentes, así como cuidar las chakras de los andenes. A los españoles y negros sólo podían
encarcelarlos, pero no juzgarlos. Durante su mandato debía mantenerse ecuánime
para no ser faltado ni faltar a la dignidad del cargo. No debían usar traje diferente al que tenían,
delito que era sancionado con azotes la primera vez, con trasquilamiento la
segunda y con cepo la tercera.
Guaman Poma, el más agrio crítico que tuvieron los españoles,
se queja en su obra “Nueva Cronica y Buen Gobierno” de los maltratos que éstos
inferían a los alcaldes para hacerles sentir su superioridad y su
servidumbre.
En el siglo
pasado el gobierno de Augusto B. Leguía suprimió en 1921 el cargo de los Varayoq
y nombró a los tenientes gobernadores. Pero la Ley 470 que promulgó no pudo remover la
institución de la vara firmemente arraigada en las comunidades y demás
pueblos andinos. Se dice que la función
hace al hombre. En este caso fue el hombre el que supo honrarla.
Resumen de “Año Nuevo en
los Andes”
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