domingo, 31 de diciembre de 2017

AÑO NUEVO LIMPIO 

Quiero para el Perú un cielo azul, sin nubes negras. Quiero brisa gentil sin vendavales. abrumadores. Quiero agua transparente que no permita la ofensa de una brizna. Quiero mujeres que hayan enseñado a sus hijos a ser rectos y hombres que hagan honor a sus pueblos.  Quiero hombres y mujeres honestos y capaces, generosos y valientes porque los hay muchos, pero que sientan la necesidad de luchar y dejar de ser espectadores. Sé que ellos forman parte del Perú emergente que yo miro crecer con alegría, pero es necesario intervenir antes de que sigan imperando los  manejos de quienes pueden vender a la patria o hundirla arrasando nuestros patrimonios por sus intereses, sin respetar los paisajes físicos y humanos que tenemos.
Quiero un Perú limpio y con sueños libre de las pesadillas que lo siguen marcando. Que los niños no pregunten por qué existe la concertación de lo malo con lo peor para seguir medrando, de exigir solo ayuda y no poner el hombro, de precipitar las obras sin antes estudiarlas, de abusar de la credulidad de los menos para mandar.
Quiero que el Perú florezca bien, sin sacrificios ni temores. Hay una herencia que ayuda y hay más de un buen ejemplo que copiar, hay peruanos que honran su trabajo y hay más de una esperanza que ilumina el mañana. Pero, es inminente luchar, ver la realidad y juntar fuerzas. Digo, seguir luchando más que nunca para enseñar a los que vienen. Es hora porque la crisis de valores abre cada día más abismos de los que queremos vencer.  


EN EL MUNDO ANDINO

Al filo del Año Nuevo las comunidades andinas más alejadas habrán elegido un nuevo Varayoq. Los abuelos habrán estado observando con mucho celo los actos de los posibles candidatos. No será un gran número porque bastará con tres o cuatro para que sea elegido el mejor. Jamás permitirían la asunción de alguno que hubiera cometido una falta indigna. Los Varayoq merecen el respeto de sus electores durante toda su vida. Más bien, al correr de los años, aumentará su prestigio y serán reconocidos como Llaqta Varayoq o Llaqta cargo, “alcalde de pueblos” o Segunda,  “alcalde de región”. En otras partes, los de mayor categoría se llaman Auki varayoq y los de menor Sullka Varayoq. 
Su obligación era resolver casos muy comprometidos. Podía ser de compra y venta de tierras, turnos de riego, cruzamiento entre animales de distintos dueños y a quién le corresponde la cría; también de hombres o mujeres que decidieran irse con un pretendiente ajeno a su tradición y que deben renunciar a los suyos, además de otros problemas.
En lo que conozco no he escuchado que un Varayoq haga un pago a la tierra como autoridad. 
Antes, en el mundo qechwa, los que fiscalizaban la conducta de los pobladores del campo eran los Aqorasi, “ancianos venerables”, los Llaqta kamayoq, “ cabeza de pueblos” y tal vez también los Tukuy rikuq, "ojos y oídos” del Inka. Se podría decir que el Varayoq los sustituyó en cierta forma para recibir disposiciones de los españoles, sin que renunciaran a sus valores morales.        
Por eso, en el primer día del año los Varayoq con traje de gala siguen entregando la “vara”, que sigue vigente entre ellos. No interesa que no tengan el poder que les dieron al principio, que les fueron recortando porque no les convenía a los corregidores, encomenderos y más tarde gobernadores.    
El aparato que armaban los españoles de cada pueblo tenía el propósito de impresionar a los asistentes; pues, se hacía previa misa, nombramiento de alcaldes, regidores y un khipukamayoq para las comunidades, por parte de ellos un alguacil, un escribano, un alcaide, un pregonero y un verdugo.

Los nombrados tenían que jurar ante un Cristo, “en nombre de Dios Nuestro Señor, Santa María y con la Señal de la Santa Cruz, cumplir fielmente con autoridad , sin afición ni pasión, los oficios que se les encomendaran.”Al terminar recibían las varas que habían sido bendecidas por el señor cura, surgiendo así el Varayoq, “el hombre que portaba la vara”, cuya acrisolada honradez estuvo siempre contrapuesta a la codicia, la falsedad y el abuso de los mismos que los designaban. El Varayoq nunca puso en tela de juicio el gran prestigio que lo rodeaba, cimentando más bien una sólida reputación.
Su mandato duraba un año y no podían ser elegidos al año siguiente, ni dos años después. No conocían los pleitos de los kurakas ni los litigios de tierras de dos pueblos. Debían oír las reclamaciones de sus gobernados dos o tres veces a la semana en el poyo de la plaza del pueblo, resolver los asuntos civiles hasta por diez pesos y no dar penas de más de un peso, que se podían conmutar por veinte azotes para los que eran pobres.

Administrativamente debía cuidar que los indios hicieran testamento, velar por los huérfanos, visitar hospitales, controlar el funcionamiento de los mercados, vigilar las sementeras y los ganados, hacer arreglar los caminos, tambos y puentes, así como cuidar las chakras de los andenes.  A los españoles y negros sólo podían encarcelarlos, pero no juzgarlos. Durante su mandato debía mantenerse ecuánime para no ser faltado ni faltar a la dignidad del cargo.  No debían usar traje diferente al que tenían, delito que era sancionado con azotes la primera vez, con trasquilamiento la segunda y con cepo la tercera.

Guaman Poma, el más agrio crítico que tuvieron los españoles, se queja en su obra “Nueva Cronica y Buen Gobierno” de los maltratos que éstos inferían a los alcaldes para hacerles sentir su superioridad y su servidumbre.   
 En el siglo pasado el gobierno de Augusto B. Leguía suprimió en 1921 el cargo de los Varayoq y nombró a los tenientes gobernadores. Pero la Ley 470 que promulgó no pudo remover la institución de la vara firmemente arraigada en las comunidades  y demás  pueblos andinos.  Se dice que la función hace al hombre. En este caso fue el hombre el que supo honrarla.   
Resumen de “Año Nuevo en los Andes”


Alfonsina Barrionuevo






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