PANPAWAYLLO
DE APURIMAQ
La
primera vez que tuve una sesión con los Apus y las Pachamamas temblé de emoción.
Tardaron en llegar y Mario Cama, el altomisayoq, los llamó tres veces. En la
oscuridad me pregunté por qué se demoraban. ¿Acaso porque era domingo? La
inquietud creció entre mis manos. De pronto me pareció que la habitación se
conmovía como si la remeciera un sismo. Casi me levanté, pero enseguida percibí
la fuerza de unas alas que iban de un extremo a otro, haciendo viento y ruido. Llegó
el primer Apu. Sentí como bajó a la mesa y hasta me pareció percibir cómo recogía
sus alas. Luego, dio unos pasos y sus pisadas fueron fuertes. No sabía si ese
era su sitio habitual, pero se puso a la
izquierda.
Al oir su voz por primera vez me estremecí. ¿Puede
adquirir un espíritu facilmente características humanas? ¿Así hablan los Apus? ¿Como
nosotros? ¿Francisco de Avila, extirpador de idolatrías en el siglo XVI, ya
consignaba que las palabras del cerro
Makawisa cuando habló con el Inka pesaban en el aire? ¿No era asombroso que yo,
una simple mortal, pudiera estar allí en mi Qosqo, oyéndoles?
-¡Panpawayllo, de Apurímac! –se identificó con un
tono cordial. -¿Cómo están Uds? Saludo a mi hija Alfonsina.
-¿Me conoces? –le pregunté, reprochándome para mi
interior no saber que trato debía darle. Señor Apu, señor ángel. Me sentí incómoda
por mi ignorancia. Debía haber preguntado antes. Ya lo averiguaría. Si venía de
Apurímac debía ser porque una parte de esa región perteneció al Qosqo, antes de
que políticamente la pasaran a otro departamento.
Se hizo un breve silencio. Lo que dura una aspiración
de aire y nuevamente otras alas movieron el ambiente. Pensé en cada remolino
que producían. Así fue su forma de llegar.
-¡Panpawayllo. de Apurímaq! –repitió con voz muy
juvenil, con retintín de campanitas. -¿Cómo estás, Alfonsina?
-¿Cómo estás, madre? –le dije confundida. ¿Estaba bien decirle madre o sería mejor señora?
Su voz sonaba como si fuera una mujer.
-Soy Panpawayllo, Apu de Apurímac. No te equivoques,
–me reprendió con una risita irónica y una voz que parecía la de un muchacho
que está por cambiar su registro vocal.
-Te dije así porque tu voz es muy delgada.
-Es que mi voz es así. Me has confundido con tu Pachamama.
–Me aclaró sin molestarse y asumí mentalmente que debía ser el espíritu de un
cerro joven
La habitación vibró dos veces más y vi unos puntos
de luz, como si entrechocaran dos trozos de cuarzo en el aire y se
desprendieran chispas, sólo para que se vieran, mas no lo suficiente para
iluminar .
El misterio comenzaba a develarse y comencé a
sentirme más segura. Al cabo me acostumbré a conversar con ellos y ellas,
reconociéndoles por el metal de su voz. No me volví a equivocar con Panpawayllo.
Siempre era el primero en llegar porque era director de la mesa de Mario Cama.
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Notas
del libro “Hablando con los Apus”
LA WAKA DE MICHEQ AMARU
Si acaso volviera a vivir el sacerdote
del agua curvaría los labios en una sonrisa al contemplar la muña
enseñoreándose en el Palacio Nazarenas de Qosqo. Los novísimos ocupantes del
hotel no saben que éste se encuentra ubicado en la waka de Micheq Amaru, literalmente
“el Pastor de la Serpiente”, y, en realidad, “el sacerdote de Mama Yaku, el
agua,” una de las wakas o sitios sagrados de la ciudad imperial.
En tiempos inkas se edificaron con
piedras finamente pulidas los muros que dan a la Plaza de Nazarenas, al costado
del Pasaje de las Serpientes. Algunos de
sus bloques, estratégicamente distribuídos, llevan cincelados en distintas
posiciones siete ofidios. Ellos indican la relación del edificio con Wankar
K’uichi, el arco iris, que sólo se deja aprisionar o subyugar por el agua,
debido a que ella es su madre.
¡Cuántas ceremonias se habrían llevado a cabo,
desde Pachakuti Inka Yupanki, en el lugar emplazado en el barrio de Pumak’urku,
el cuello o joroba del puma cusqueño! ¡Cuántos
sacerdotes de menor rango se habrían ocupado en la preparación de los rituales
y otros menesteres! La antigua Casa de
las Sierpes aún conserva el manantial que
canta en las fuentes y se yergue en cada uno de sus patios haciendo cimbrear su
cuerpo de cristales líquidos como una odalisca andina.
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Foto: Fernando Moscoso Salazar |
En 1533 los españoles tomaron el Qosqo
y lo ocuparon en su totalidad. Mancio Sierra de Leguízamo desplazó al Micheq Amaru y tomó posesión de su templo y
vivienda. Al finalizar su vida se dio
cuenta de su desafuero y pidió perdón en su testamento por haber entrado a sangre y fuego en las
nuevas tierras del “Pirú”, atropellando los derechos de sus legítimos dueños.
Seguramente obsequió la propiedad al
obispado o llegó a formar parte de sus bienes posteriormente, porque fue
destinada por el siglo XVII a un beaterio donde buscaron refugio mujeres huérfanas
y viudas. La espadaña de campanas sopranos invitaban a rezar con las nazarenas
descalzas de San Joaquín y luego con las carmelitas a la hora del Angelus.
Después del terremoto de 1950, funcionaron
allí las oficinas del Plan COPESCO dedicado a la recuperación de la ciudad, y,
en nuestro siglo el arzobispado lo ha entregado por treinta años para el
establecimiento de un hotel que ha resultado entre los mejores de América.
Por lo usual, los hoteles se preocupan de brindar buena cama y la más alta calidad de
servicios a los pasajeros. El Palacio Nazarenas va más allá de esas obligaciones.
Coincidiendo con la gran cita de la COP’20,
realizada hace poco en Lima, para preservar el medio ambiente del planeta, sus terrazas
y jardines son glamorosamente verdes. El diseño de los ambientes exteriores se
ha hecho con exquisito gusto, conjugando
sus tonos con la blancura del agua, el gris severo de la piedra y la luz que
rueda sobre hojas alargadas, redondas o encarrujadas. Otro detalle: según el tiempo la
lluvia retoza entre ellas y, cuando se va, deja perlas en los cálices de flores
que son comestibles.
No se trata sólo de recrear la vista. El
experto que tiene mucho de chef y algo de poeta combina las virtudes de la muña,
con las del toronjil, el cedroncillo, la menta y la manzanilla, para preparar infusiones
naturales de inigualable perfume, porque
las ramitas se cortan casi en el momento de servirlas, llenas de vida.
Por allí también están el wakatay, el orégano;
la albahaca, el romero; el tomillo y el estragón, que sirven como geniales
saborizantes para un sin fin de manjares.
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Foto: Fernando Moscoso Salazar |
No faltan en los espacios abiertos del
Palacio los arbustos del sacha tomate o tomate de monte de forma ovoide, que se
agrega en toque especial al uchukuta picante o como ingrediente de lujo en el
aderezo dulce donde nada en almíbar, y también el arbolillo de moras que
acicalan los postres.
La muña es bien recibida por más de un
exigente comensal, pues además de aromática es digestiva y tiene un aceite esencial
que —según investigaciones del científico Mario
Carhuapoma Yance— ayuda a eliminar a la temida bacteria Helicobacter pylori que se aloja en el
estómago y resiste a la acción de los medicamentos, pero que se rinde ante los
efectos de la hierba gentil.
Tenerla a la mano, fresca y generosa,
es ideal. Ella, que es de esta tierra, pertenece
a la familia Lamiaceae de
plantas con flores que —según los botánicos— comprende cientos de géneros y miles de especies.
Sus usos son variados. En licor se
presenta como miskimuña, dulce provocadora de amores; frotada en la palma de
las manos y aspirada, reduce el cansancio, y —paradójicamente— en algunas
comunidades de Ayacucho se emplea como
componente de la pólvora para los fuegos artificiales que son la alegría de sus
fiestas patronales.
Una primicia que llena de fragancias
exóticas el Palacio Nazarenas, a sólo dos cuadras de la Plaza Mayor de Qosqo,
en la mansión donde el mayestático Micheq Amaru tuvo diálogos con el agua para
conocer el futuro del agro.
¡Una tradición que continúa!
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