viernes, 16 de enero de 2015


PANPAWAYLLO DE APURIMAQ

La primera vez que tuve una sesión con los Apus y las Pachamamas temblé de emoción. Tardaron en llegar y Mario Cama, el altomisayoq, los llamó tres veces. En la oscuridad me pregunté por qué se demoraban. ¿Acaso porque era domingo? La inquietud creció entre mis manos. De pronto me pareció que la habitación se conmovía como si la remeciera un sismo. Casi me levanté, pero enseguida percibí la fuerza de unas alas que iban de un extremo a otro, haciendo viento y ruido. Llegó el primer Apu. Sentí como bajó a la mesa y hasta me pareció percibir cómo recogía sus alas. Luego, dio unos pasos y sus pisadas fueron fuertes. No sabía si ese era su sitio  habitual, pero se puso a la izquierda.

Al oir su voz por primera vez me estremecí. ¿Puede adquirir un espíritu facilmente características humanas? ¿Así hablan los Apus? ¿Como nosotros? ¿Francisco de Avila, extirpador de idolatrías en el siglo XVI, ya consignaba que las  palabras del cerro Makawisa cuando habló con el Inka pesaban en el aire? ¿No era asombroso que yo, una simple mortal, pudiera estar allí en mi Qosqo, oyéndoles?
-¡Panpawayllo, de Apurímac! –se identificó con un tono cordial. -¿Cómo están Uds? Saludo a mi hija Alfonsina.
-¿Me conoces? –le pregunté, reprochándome para mi interior no saber que trato debía darle. Señor Apu, señor ángel. Me sentí incómoda por mi ignorancia. Debía haber preguntado antes. Ya lo averiguaría. Si venía de Apurímac debía ser porque una parte de esa región perteneció al Qosqo, antes de que políticamente la pasaran a otro departamento.
Se hizo un breve silencio. Lo que dura una aspiración de aire y nuevamente otras alas movieron el ambiente. Pensé en cada remolino que producían. Así fue su forma de llegar.
-¡Panpawayllo. de Apurímaq! –repitió con voz muy juvenil, con retintín de campanitas. -¿Cómo estás, Alfonsina?
-¿Cómo estás, madre? –le dije confundida.  ¿Estaba bien decirle madre o sería mejor señora? Su voz sonaba como si fuera una mujer.
-Soy Panpawayllo, Apu de Apurímac. No te equivoques, –me reprendió con una risita irónica y una voz que parecía la de un muchacho que está por cambiar su registro vocal.
-Te dije así porque tu voz es muy delgada.
-Es que mi voz es así. Me has confundido con tu Pachamama. –Me aclaró sin molestarse y asumí mentalmente que debía ser el espíritu de un cerro joven
La habitación vibró dos veces más y vi unos puntos de luz, como si entrechocaran dos trozos de cuarzo en el aire y se desprendieran chispas, sólo para que se vieran, mas no lo suficiente para iluminar .

El misterio comenzaba a develarse y comencé a sentirme más segura. Al cabo me acostumbré a conversar con ellos y ellas, reconociéndoles por el metal de su voz. No me volví a equivocar con Panpawayllo. Siempre era el primero en llegar porque era director de la mesa de Mario Cama.

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Notas del libro “Hablando con los Apus”


LA WAKA DE MICHEQ AMARU

Si acaso volviera a vivir el sacerdote del agua curvaría los labios en una sonrisa al contemplar la muña enseñoreándose en el Palacio Nazarenas de Qosqo. Los novísimos ocupantes del hotel no saben que éste se encuentra ubicado en la waka de Micheq Amaru, literalmente “el Pastor de la Serpiente”, y, en realidad, “el sacerdote de Mama Yaku, el agua,” una de las wakas o sitios sagrados de la ciudad imperial.

En tiempos inkas se edificaron con piedras finamente pulidas los muros que dan a la Plaza de Nazarenas, al costado del Pasaje de las Serpientes. Algunos de sus bloques, estratégicamente distribuídos, llevan cincelados en distintas posiciones siete ofidios. Ellos indican la relación del edificio con Wankar K’uichi, el arco iris, que sólo se deja aprisionar o subyugar por el agua, debido a que ella  es su madre.
 ¡Cuántas ceremonias se habrían llevado a cabo, desde Pachakuti Inka Yupanki, en el lugar emplazado en el barrio de Pumak’urku, el cuello o joroba del puma cusqueño!  ¡Cuántos sacerdotes de menor rango se habrían ocupado en la preparación de los rituales y otros menesteres!  La antigua Casa de las Sierpes aún conserva el  manantial que canta en las fuentes y se yergue en cada uno de sus patios haciendo cimbrear su cuerpo de cristales líquidos como una odalisca andina.
Foto: Fernando Moscoso Salazar
En 1533 los españoles tomaron el Qosqo y lo ocuparon en su totalidad. Mancio Sierra de Leguízamo desplazó  al Micheq Amaru y tomó posesión de su templo y vivienda.  Al finalizar su vida se dio cuenta de su desafuero y pidió perdón en su testamento  por haber entrado a sangre y fuego en las nuevas tierras del “Pirú”, atropellando los derechos de sus legítimos dueños.
Seguramente obsequió la propiedad al obispado o llegó a formar parte de sus bienes posteriormente, porque fue destinada por el siglo XVII a un beaterio donde buscaron refugio mujeres huérfanas y viudas. La espadaña de campanas sopranos invitaban a rezar con las nazarenas descalzas de San Joaquín y luego con las carmelitas a la hora del Angelus.
Después del terremoto de 1950, funcionaron allí las oficinas del Plan COPESCO dedicado a la recuperación de la ciudad, y, en nuestro siglo el arzobispado lo ha entregado por treinta años para el establecimiento de un hotel que ha resultado  entre los mejores de América.

Por lo usual, los hoteles  se preocupan  de brindar buena cama y la más alta calidad de servicios a los pasajeros. El Palacio Nazarenas va más allá de esas obligaciones. 
Coincidiendo con la gran cita de la COP’20, realizada hace poco en Lima, para  preservar el medio ambiente del planeta, sus terrazas y jardines son glamorosamente verdes. El diseño de los ambientes exteriores se ha hecho  con exquisito gusto, conjugando sus tonos con la blancura del agua, el gris severo de la piedra y la luz que rueda sobre hojas alargadas, redondas o  encarrujadas. Otro detalle: según el tiempo la lluvia retoza entre ellas y, cuando se va, deja perlas en los cálices de flores que son comestibles. 

No se trata sólo de recrear la vista. El experto que tiene mucho de chef y algo de poeta combina las virtudes de la muña, con las del toronjil, el cedroncillo, la menta y la manzanilla, para preparar infusiones naturales  de inigualable perfume, porque las ramitas se cortan casi en el momento de servirlas, llenas de vida. 
Por allí también están el wakatay, el orégano; la albahaca, el romero; el tomillo y el estragón, que sirven como geniales saborizantes  para un sin fin de manjares.

Foto: Fernando Moscoso Salazar
No faltan en los espacios abiertos del Palacio los arbustos del sacha tomate o tomate de monte de forma ovoide, que se agrega en toque especial al uchukuta picante o como ingrediente de lujo en el aderezo dulce donde nada en almíbar, y también el arbolillo de moras que acicalan los postres.
La muña es bien recibida por más de un exigente comensal, pues además de aromática es digestiva y tiene un aceite esencial que —según investigaciones del científico Mario  Carhuapoma Yance— ayuda a eliminar a la temida bacteria Helicobacter pylori que se aloja en el estómago y resiste a la acción de los medicamentos, pero que se rinde ante los efectos de la hierba gentil.
Tenerla a la mano, fresca y generosa, es ideal. Ella, que es de esta tierra,  pertenece  a la familia Lamiaceae de plantas con flores que —según los botánicos— comprende cientos de géneros  y miles de especies.

Sus usos son variados. En licor se presenta como miskimuña, dulce provocadora de amores; frotada en la palma de las manos y aspirada, reduce el cansancio, y —paradójicamente— en algunas comunidades de Ayacucho se emplea  como componente de la pólvora para los fuegos artificiales que son la alegría de sus fiestas patronales.
Una primicia que llena de fragancias exóticas el Palacio Nazarenas, a sólo dos cuadras de la Plaza Mayor de Qosqo, en la mansión donde el mayestático Micheq Amaru tuvo diálogos con el agua para conocer el futuro del agro.
¡Una tradición que continúa!

Alfonsina Barrionuevo

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