lunes, 23 de febrero de 2015

LAS LAGUNAS DEL APU AUSANQATI

Cuando vino el Apu Ausangate recordé cuánto me impresionó verle años atrás desde la parte alta de Yanakancha cerca de Qoyllur Ritì, traspasado por los rayos del sol. El también es un Apu grande,  pero inspira familiaridad.
-¿Sabes,  hijita, cuál es mi verdadero nombre?
-Señor,  sempre he escuchado llamarte Ausangate.
-Pues, no. Ese nombre me pusieron los españoles. Yo me llamo Ukhunqati. ¿Entiendes?
-Sí, Ukhun, el que vive en un corredor de luz, el que arrea de adentro a los espíritus de los que han tenido mala muerte y se han quedado a vivir en la tierra.
-Así es, hija.
Años más tarde iba a llegar con mi ahijada Wayta María Rosales hasta sus faldas para conocer la famosa Otorongoqocha, “la laguna del jaguar”, donde el rayo guarda los alimentos. Una de las dieciseis lagunas que se forman con sus deshielos.
-¿Qué quieres, hijita,  finalmente? -me dijo con voz suave  la Pachamama de Calca Lares, pide no más.
-Yo sólo quería conocerles. Saber dónde estaban Uds. cuando le tocó a nuestro pueblo vivir una época terriblemente trágica. De no existir Uds. sería lógico,  justificable. Ahora siento el consuelo de saber que no vieron con indiferencia cómo corrieron ríos de sangre en el Perú por la muerte de millones de nuestros antepasados. Tú, señor  Potosí  –me dirigí al célebre cerro,  debes haber sentido que se te desgarraban las entrañas cuando tus hijos sufrían y morían en las  galerías de terror construídas por los encomenderos españoles para arrancar tus vetas de plata.
-Tú lo has dicho. Yo no tenìa cómo impedir tanta desgracia ni tenía tantas lágrimas para derramarlas. Lo único que hice fue esconder mis tesoros. Aún tengo mucha plata pero cuando sucedió estaba fuera de mi voluntad. Como no puedo olvidar tanto dolor es que me he dedicado a curar y ayudar a todos, pobres y ricos, buenos y malos, yo no discrimino a nadie porque no puedo. Ya lo sabes. ¡Servida!
-Gracias, señor...
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Notas del libro “Hablando con los Apus”



LA SAGRADA SPONDYLUS

Escudriñando en el tiempo se puede pensar que por 1533 los Reyes de España fueron los  primeros en conocer primicias de América del Sur. Según una crónica, escrita en 1528 por Xámano-Jerez, Bartolomé Ruiz, piloto de Francisco Pizarro, encontró al navegar por el Océano Pacífico una balsa chincha grande,  “con cavida de treynta toneles, hecha por el plan e quilla de unas cañas tan gruesas como postes ligadas con dichas sogas a do venían sus personas y la mercadería en henxuto (lugar seco) porque lo baxo se bagnaba (abajo se mojaba); traya sus mástiles y antenas de muy fina madera y velas de algodón del mismo talle  que los nuestros navíos…”
A través de él  llegaron a la Corte productos  diversos y exóticos de esta parte del Pacífico. Entre otros, mantas y camisas de lana y de algodón, figuras de árboles, pescados, animales y aves, balanzas chiquitas  de pesar oro y otras cosas que transportaban para cambiarlas por conchas que parecían corales encendidos. Nada menos que ostras de la  famosa especie del Spondylus princeps. 
El curioso documento, descubierto por María Rostworowsky en el siglo XX, proporciona nuevos datos sobre el  reino chincha  que contaba desde el siglo XIV con unos seis mil navegantes, entre ellos mercaderes parecidos a los fenicios que se hacían a la mar continuamente. Ellos llevaron por múltiples vías la bellísima ostra que era preciosa ofrenda en los espacios sagrados de nuestro territorio. Su color naranja unió en esa época a millones de habitantes del antiguo Perú. 
Los comentarios de arqueólogos y etnohistoriadores acerca de su existencia y su empleo son numerosos. Su ubicación en aguas cálidas entre el Golfo de Guayaquil  y la parte  extrema del  norte peruano. Su extracción que obligaba a un duro esfuerzo a los pescadores para sumergirse alrededor de veinte metros y arrancarla; la dificultad que sufrían al herirse las manos  por  la superficie espinosa de su valva; la extrema demanda que suscitó como regalo y alimento a los elementos telúricos y cósmicos que intervenían en la vida de las gentes, sus campos y animales; e igualmente, su empleo para los collares, pectorales,  brazaletes y objetos rituales de los señores que le tenían mucha estima; hicieron intensa su comercialización en las localidades costeras y también en el interior de los Andes.

Algunos investigadores cuestionan la capacidad de los chinchas para el comercio de diversos productos por vía marítima debido a la fuerza de la Corriente de Humboldt, que si bien los ayudaba en la ida hacia Puerto Viejo y Mantas no funcionaba en el regreso.
Sin embargo, según otros, no era así dado el conocimiento que estos podían tener sobre diferentes fenómenos, tecnologías y artes, legadas por sus antepasados. Por ejemplo, determinar el mejor momento para eludir, esquivar o aprovechar la potencia de los vientos alisios que bajaban de intensidad en el verano austral; aguardar las posiciones de la luna que eran muy influyentes en el mar y la lectura de las estrellas en un cielo donde no se les escapaba la existencia de los huecos oscuros. En sus viajes les ayudaba el uso de unos juegos de tablas llamados guares que hacían de timón y quilla en la proa y en la popa.

La existencia de las notas de Sámano-Xerez mencionadas por  María Rostworowsky, es claro. De hecho revelador sobre la balsa y la relación de productos que  llevaban los chinchas. Ellos hacían sus compras en los centros poblados que visitaban por un sistema que perdura hasta hoy, el trueque, siendo la Spondylus princeps de alto valor por el carácter de sagrado que le daban en sus rituales con el nombre de “mullu” y también de exclusividad para adornar las joyas que lucían los señores de los innumerables señoríos que había, grandes y pequeños.

Se argumenta que los yacimientos rojos estaban sobre todo en Guayaquil. Pero, por 1975, un artífice arequipeño, Jorge Tomasio Molfino, que se dedicó a reproducir y recrear joyas de estilo prehispánico, me relató que muy al norte, entre Piura y Tumbes encontró un pescador que le ofreció en venta varias conchas de Spondylus. A mucha insistencia le mostró el lugar donde estaban comprometiéndose él en comprarlas con exclusividad. Es posible que los pescadores o recogedores de ostras norteñas hubieran depredado tanto los mantos de la espléndida ostra que quedaron muy pocas al norte peruano.
Los chimu, indagó Tomasio,  perforaban los discos de Spondylus princeps para los collares con partículas de arena negra a manera de diminutas puntas de diamante. Al producirse la conquista del Gran Chimu por Tupaq Yupanki, príncipe cusqueño, Cieza de León escribe que “muchos de ellos fueron llevados a Cusco y a las cabeceras de la provincia donde trabajaban el oro, la plata, y por ende el Spondylus”.

No se puede saber en qué momento los chincha se atrevieron a penetrar en el interior. Existen datos de que llegaron por tierra a comarcas lejanas llevando el “mullu” y su variada mercancía en llamas hasta Chavin de Wantar en los Andes Centrales  y más tarde, cuando aparecen los Inkas, hasta Cusco habiéndolo hecho ya  hasta “el Altiplano del Qollao”. Una ruta del mullu que saliendo de Chincha se fue ampliando hasta Huancabamba, Ayabaca, Motupe,  Mandor, el Tanpu, Pukara y Cusco por un lado y por el otro Vikus, Batanes, la Matanza, Santo Tome, Las Animas, Iskulas y Kopis, abarcando una buena parte del territorio.
Falta una investigación completa de esas y otras vías donde se trasladó el “mullu” interrelacionando el mar, Mamaqocha con los Apus andinos que proporcionaban el cobre que casi llegó a ser “una moneda de intercambio” usada por los comerciantes chincha para hacer sus negocios. Será interesante indagar mayores datos que arrojen luces sobre la ostra bivalva que salía de las aguas marinas, muy  cerca del zócalo continental donde el ingeniero Enrique del Solar sacó más tarde unos extraños cangrejos de colores, para integrar las ofrendas de la inmensa “qocha”  de agua salada con las de origen mineral que pertenecen  a la entraña sacra de los Andes.

Alfonsina Barrionuevo

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