KUKULI Y
SUS SUEÑOS DE COLORES
Un ave mágica del paraíso. A Kukuli le
gustaba sorprenderme. Su cabeza está a la izquierda. Ella oculta su pico
debajo del ala. Las caudas de su cola son enormes, como las pudo ver en el zoo
de su imaginación. Guardo slides de sus dibujos que fui fotografiando a medida
que los hacía. No están todos, pero dan una idea de sus etapas. Al cabo espero
poner algunas piezas de cerámica de su próxima exposición del Corpus de Qosqo.
EL CORPUS EN LOS ANILLOS DE QOSQO
-… les cuento que me gusta escuchar las
historias de la gente en la cocina, calientita por el fogón que se alimenta con
bosta...
-¿Qué
cosa es la bosta? ¿Una clase de leña?-, preguntó Luisa.
-La
bosta, para que sepas, son los desechos deshidratados de las tripas de las
vacas y los caballos. Se usan para cocinar a cuatro mil metros de altura.
-A
ver, repite- preguntó Adita, entre risas.
-No
sé que tienen de raro esos desechos deshidratados…
-Eliza,
di simplemente estiércol y te entenderé. Si quieres puedes agregar estiércol
deshidratado y no me voy a sentir incómoda.
-¿Así que en esos
lugares se cocina con bosta? -agregó Luisa.
-Por
supuesto. No hay leña. Sólo algunos qollis y qewñas que nadie se atrevería a
cortar.
-¿Y la comida huele a bosta?
-Ya
ves, tenías que decirlo. ¡Claro que no! Si quieres comer con gusto tu lengua de
suegra piensa en otra cosa- le respondí.
-Tienes
razón. Vamos por un vaso de leche con ese delicioso pastel.……
Subíamos hacia la calle Nueva cuando pasó un ómnibus
de lujo.
Ambas abrieron los
ojos y luego vino la consabida pregunta como si yo fuera una guía del futuro.
-¿De dónde salió
ese carro, Eliza? Es el primero que
vemos en nuestra vida. ¿Por qué está aquí?
-Es el ómnibus que
lleva a los turistas a la Estación de San Pedro. ¿Pasa y repasa y ustedes están
en la panpa?-, repliqué con indiferencia apresurando el paso.
-Es nuevo y se ve requetebién. Me gustaría subir.
-Tendrías que ir a
Machupiqchu. Es sólo para los pasajeros. Me han dicho que tiene asientos de
terciopelo y una elegancia que apabulla. Te sientes asorochada.
-¿De dónde sacaste
esa palabra? ¿Cómo es sentirse asorochada, te refieres al soroche que afecta a
la gente de la costa?
-Más o menos, como
mareada de ver tanto lujo. Compara no más entre ese ómnibus y nuestro
Tayankani.
-Yo lo quiero al Tayankani porque no tengo que
caminar y aunque entren las señoras del campo con sus gallinas, sus cuyes y sus
flores con ruda, estoy acostumbrada. Claro, que no nos sentirnos menos. Algún
día iremos a Machupiqchu como pasajeras de primera clase. Por ahora tenemos
nuestra limusina de veinticuatro asientos.
-¿Qué limusina?
-En una novela de
Delly dicen que había un jeque del Sahara que se mandó hacer un automóvil con
doce asientos para llevar a todas sus esposas.
-¡Ja, ja, ja!, ya
te comprendemos Eliza. Así que te vas a Andahuaylillas en tu limusina de
veinticuatro asientos, el Tayankani. ¿Y el jeque?
-¿Quién quiere un
jeque viejo aunque esté bañado de oro?
-¡Ay Eliza, nos gusta la forma con que tomas
la vida! Te diviertes y nos entretienes.
-Es que esa plata de los turistas patina con
los contrastes.
-¿Cómo es eso?
-Llegan en el ómnibus moderno a la
estación y el tren, en cambio, es un vejete. Alguna vez tendrá coches de lujo.
Por ahora sube despacio las curvas del
cerro de Piqchu con sus vagones achacosos. Va de una curva a otra y resopla
para entrar a la siguiente. Le llaman la Teterita de Latorre.
-¿Sabes muchas
cosas, Eliza? ¿Por qué es la Teterita de Latorre?.
-Porque colocó sus
rieles un señor Latorre y Teterita porque va echando vapor como las pavas de te
piteado.
-Si este año saco
buenas notas pediré un viaje a Machupiqchu como premio -aseguró Luisa.
-Y yo, -le siguió
Adita.
Me abstuve de
desear lo mismo. Ir a Machupiqchu era un sueño que costaba mucho y era mejor
ser realista. Llegaría el día en que también podría conocer el santuario y así
fue. Viajé en vagón y también me di el gusto de ir a pie, caminando cuatro días
por el Camino Inka, haciendo ch’allas de flores y collares de Apus, es decir
saludando a los espíritus tutelares de los cerros circunvecinos, para admirarlo
desde el Inti Punku, “la puerta del sol”. ¡Aquello era sentirse remecida hasta
los tuétanos! La impresión se completaba con las cumbres circundantes del
Putukusi, el Kutija y otros cerros cubiertos de fronda; los árboles como
crespitos y abajo el sagrado Willkamayu, el río que nace de una lágrima solar.
-Bueno, nos vamos
a la casa. Nos vemos, Eliza, -dijo Adita..
-Yo iré a comprar
un pan de Oropesa de cebada, ligeramente amargo, y me compraré una chancaca
para no sentir su sabor. Es que se trata de un pan gordito con harta miga que quita el hambre.
La tarde comenzaba
a caer y perdía su color dorado. Estaba nuevamente en el presente y volví al
hostal. Muy en el fondo mi preocupación iba en aumento. Viajé a Cusco por unos
días y ya no sabía cuántos estaba después de mi encuentro con las chicas. Tenía
que volver a mi trabajo en Lima pero no podía desprenderme de ellas. En los
intermedios hacía mis tareas normales. Hasta que el sol nimbaba las cortinas
del aire. Entonces aparecían y me variaban todos mis planes, como pasar
vertiginosamente del presente al pasado y viceversa. En el fondo me gustaba
vivir nuevamente los tiempos de colegio. Pero, ¿hasta cuándo? Entonces sentía
una ráfaga helada que me atravesaba desde la cabeza, pasando por mi columna
vertebral hasta los pies.
¿Y las chicas?
Las vi correr con
la capa encima de los hombros. Chicas locas. Era la Entrada del Corpus y
corrimos para ver entrar a la Catedral a los últimos santos.
-¡La que llega al
último es un quelonio...!
-¿Cómo?
- Una tortuga...
Olvidábamos a las
demás, a todo el mundo, y corríamos para ver pasar a la Virgen de Belén. Sus
pesadas andas de plata labrada hacían trastabillar a los cargadores, que
amarraban bien fuerte su q'epe a la espalda para ayudarse a sostener sus gruesos soportes.
Aunque llegaba desde su iglesia en
traje de diario ya se veían algunas joyas entre sus cabellos, las famosas
agujetas de perlas. El pueblo amaba a la Mamita. Ella alejó la peste del Cusco
por el siglo XVIII y hacía llover cuando amenazaba la sequía. Apareció flotando
en el mar, frente al presidio del Piti Piti en el Callao, con una carta encima
de su caja que decía: "Para el
Cusco".
El día de la
entrada jas monjas ignoraban nuestras súplicas y no nos dejaban salir un poco
antes. Jugaban con nuestras ansias.
-Orden señoritas
-mandaba la madre Sacro-. No pueden seguir la procesión con el uniforme. Si
quieren ir vayan a cambiarse primero.
Mientras tanto la
procesión se acabaría. Ella se las sabía todas, pero veríamos a las últimas señoras
celestiales. La gracia estaba en alcanzarlas y por eso cuando se abría la
puerta del colegio salíamos en una estampida incontenible hacia la esquina de
la calle angosta de Santa Catalina.
Al día siguiente las
parroquias se afanaban y ufanaban para sacar lo mejor que podían a sus santas patronas
y patrones. A la cabeza marchaba San Antonio Abad, que dió su nombre a la
universidad. Los agricultores le llaman con respeto el santo qollana, porque
encabeza el desfile como “capitán” de las faenas del campo. San Jerónimo que
llega con su tremendo sombrero rojo en carro por la distancia. San Blas, el
patrón de los artistas populares con sus guantes rojos, yawar maki "manos
de sangre" porque hace siglos apoyó a unos guerrilleros que ayudaron a sus
devotos a defender sus minas de sal. Sus monaguillos nos daban siempre risa.
San José muy serio, llevando de la manita al Niño Dios que lo mira como
pidiendo un dulce, y no sabíamos cómo darle uno de almendra. San Cristóbal, el
gigante que hacía pasar el caudaloso río de Lizia a los viajeros de una ribera
a otra, lleva al Niño Dios sentado en el brazo. Según una historia éste le rogó
que lo hiciera criuzar y de pronto comenzó a pesar mucho. Cuándo le preguntó qué
pasaba el Niño le contestó sonriente: “¿No ves que cargo el mundo? El Patrón Santiago va a caballo, con su espada
levantada para contener a un pobre diablo que sostiene con una mano la panza de
su caballo. San Sebastián nos conquistaba porque parecía recién salido de la
chacra. En su árbol de molle al que estaba amarrado sus devotos colocaban
loritos que hacían ¡cheerrr! en cada movida de anda. San Pedro, el santo
portero del cielo que sale de una iglesia de piedra, nos conmovía por su
evangélica pobreza. Siempre nos llamaba la atención las walkas, collares de papas,
que llevaba la chaposita Santa Bárbara Doncella, adornando su anda. Santa Ana
que que concibió a la Virgen cuando
tenía edad para ser su abuela. La veíamos vieja y un poco agriada por los años. En cambio queríamos a
La Purificada, de un rostro precioso, que mirábamos con arrobo. Cómo no querer
a la Virgen de la Almudena, obra del maestro escultor Tuyru Tupa Inka, que
parece una ñust’a imperial. Afirmaban que su esposa, también de la nobleza imka,
fue su modelo.
-¡Eliza, de dónde
salió esa Virgen chiquita que es una preciosura! – Susurró alguien a mi lado.
Era Adita que estaba con Luisa.
-Chicas, vayan un
poco más despacio. Están gastando mi nombre. Esa imagen que tiene unas andas
divinas es la Virgen de los Remedios que sale de Santa Catalina. Ya la están rodeándola
los conjuntos de bailarines de la diablada que llegan desde Puno para
acompañarla porque son sus devotos.
-Te pasas, Eliza, con
esas historias. A lo mejor nos resultas
escribiente.
-Escritora.
-Da lo mismo.
La Inmaculada Concepción, dueña y señora de la Catedral, es la última en salir y
cierra la procesión del Santísimo. Se llama la Linda desde hace siglos. ¿No les
parece que es linda?
-Sí, y vamos en
busca de nuestro chiri uchu. ¡Nos veremos Eliza!
Alfonsina
Barrionuevo
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