LAS
TABLILLAS DE TIKNAY
Aún
tenía polvo en las mejillas y sensación de cansancio en mis huesos, después de
un recorrido de once días en ómnibus, a caballo y a pie, por los tortuosos
caminos de la provincia de La Unión, Arequipa; cuando me enteré de la
existencia de unas tablillas asombrosas con un mensaje de milenios. Algo que no
podía dejar que escaparan de mis pupilas en Tiknay. Atardecía cuando Fernando
Polanco de Alka, mi incansable guía de viaje y promotor de su tierra, me mostró
algunas de las páginas de
su biblioteca pétrea. Una huella de vida antiquísima al lado de unas flores
silvestres que crecían en un cerco de pirka. Las linternas desprendían una luz
brillante. Yo hubiera querido alumbrarme con luciérnagas más ellas estaban muy
lejos. Fue una rápida mirada. Otra cosa sería alguna vez a plena luz del día
aunque sin la magia nocturna.
Polanco
me informó que hasta las últimas décadas del siglo XX sus coterraneos vivieron allí.
Después se trasladaron a un paraje menos frío, más abrigado, con el nombre
corriente de Pueblo Nuevo, abandonando el de Tiknay. Sólo vuelven en algunos
meses para cultivar los surcos sin advertir la cercanía de un grupo arqueológico,
ajenos a la grandeza de esos lazos de sangre que los emparentan con el pasado.
Sus
niños, curiosos por acercarse a los "gentiles", por si acaso
encontraran un trozo viejo de cerámica, hicieron un portentoso hallazgo. En sus
juegos descubrieron hallaron una misteriosa entrada, detrás de una gran roca, protegida
por la vegetación. Los más audaces se deslizaron hacia adentro y encontraron un
recinto que visualizaron con ayuda de un hermoso rayo de sol. Su luz les
permitió llegar a una galería donde se apilaban
cientos de lajas o tablillas.
"Los ojos del diablo". Foto Fernando Polanco |
Tuve
la suerte de ver unas cuantas. En su superficie aparecían jaguares, pumas soles
y arco iris. Los jaguares u otorongos de patas acolchadas debieron ser llevados
de la jungla cálida a la estepa fría como un regalo. Los pumas u oqe mishi,
según sus leyendas, suelen volar entre los cerros llamando a la lluvia. Ellos la
provocan al despedir chispas celestes por su hocico y por su rabo. En las
noches claras, entre mayo y octubre, el puma se deja ver en el cielo formando
una constelación.
El
hallazgo de Tiknay, en la provincia de la Unión, Arequipa, confirma la
reverencia que se observó desde hace miles de años por los felinos, sin
precisar hace cuántos, porque aún falta levantar las piezas y realizar un estudio
exhaustivo de las pinturas. Han salido las primeras y han despertado admiración
por la originalidad de sus diseños y el mensaje dejado en una etapa auroral de
la humanidad.
Los
soles y lunas de colores que refulgen en otras lajas también son impresionantes.
Los tikneños prehistóricos sabían hacer círculos con una propiedad
sorprendente, como si fueran a compás. Debieron admirar los crepúsculos y
también la presencia de la luna en la kallanpa o globo del infinito, ya llena,
nueva, creciente o menguante. Imposible descifrar su pensamiento. Los antiguos
fueron unos pintores inspirados que copiaron los fenómenos celestes y
terrestres que tenían a la vista, conociendo su influencia sobre los cultivos, la
parición de los animales y su propia vida. Los soles y las lunas podían ser días,
meses y años. Una contabilidad de su existencia.
En
1996, cuando viajé a Alka para grabar un documental de televisión sobre los
increíbles “Ojos del Diablo”, una panpa de caprichosas aguas termales
dispuestas en volcancitos como los párpados blancos de unas pupilas sangrientas,
-hierro sin duda-, visitando el bosque de rocas de Santo Santo o Wanka Wanka y
otros atractivos geológicos que hay en la provincia, conocí las maravillosas
tablillas pintadas. Un día estarán en el itinerario de los turistas porque La
Unión es un verdadero emporio de sorpresas, donde el hombre y la naturaleza lograron
verdaderas obras de arte en alturas que pasan los 4,000 metros sobre el nivel
del mar.
Alfonsina Barrionuevo
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