domingo, 24 de julio de 2016

CAPITAN PELICANO


Un año, en Navidad, recibí una postal de Chabuca Granda, la gran compositora. Llegó de Miami y pensé que era por la fiesta pascual. No era así, en ella me hacía un pedido clamoroso con su letra de generosos rasgos.
“¡Alfonsina, haz algo por los pelícanos que entran a la ciudad y son atropellados sin misericordia por los automovilistas. ¡Por favor!“. 

Así escribí “Capitán Pelícano”. Van unos párrafos de mi novela infantil que se agotó hace tiempo. Me gustaría volverla a publicar. Quizá alguna empresa me pueda ayudar. Las ilustraciones son de Kukuli, mi hija. El costo no es alto y se pueden enviar a mi editor Jesús Bellido, teléfono 470 2773. Hay que seguir insistiendo por un sentimiento de respeto a la vida silvestre. Mi correo es miskha@terrra.com.pe. Mi teléfono 471 5789.



MIGRANTE CON ALAS

El pelícano se sentó en el mar, abrió el pico y lo metió en el agua, buscando. No encontró ni un mísero pez. Desde lejos hubiera parecido que el pelícano se engullía al sol, pues, al atardecer se convierte en una esfera roja, como una brasa. Pero, los pelícanos sólo se alimentan de peces y el sol no es un pez, ni siquiera para un pelícano hambriento.
La gran ave marina estuvo así largo rato, tratando de pescar algo, hasta que se cansó. Cerró el pico, abrió sus alas y regresó a su isla con el estómago vacío. La brisa que corría pareja con los últimos destellos de la tarde despeinó las plumas de su cabeza. El pelícano ni se dio por enterado y miró al sol, que se metió en sus pupilas, llameando. El y otros pelícanos sufrían la misma enfermedad. El hambre. Metían el pico pescador abierto en el mar, que era su despensa, y lo recogían sin nada.

¿Qué pasaba?. El pelícano ni siquiera conocía el nombre de los peces. Pero, intuía que alguien se los quitaba. Los peces ya no estaban a su alcance. Casi a flor de agua. Había que bucear muy hondo y los pelícanos no podían. Según las leyes de la naturaleza los peces debían estar más arriba. Al día siguiente el pelícano voló cerca de las bolicheras. Ellas sí que tenían suerte. Los hombres se metían mar adentro para arrojar sus redes al agua y las recogían repletas.
El pelícano no sabía lo que era "robar" pero se convirtió, como sus hermanos, en un pirata con alas. Las bandadas seguían a las embarcaciones cuando regresaban y en desfile, uno tras otro, bajaban en picada para llevarse una buena ración de pescado. Un pelícano o dos no eran un problema. Más sí veinte o treinta. Los hombres los espantaron primero gritando y agitando las manos. Como seguían robando trajeron fusiles y el pelícano supo qué era ser cazado. Un disparo, una nubecilla y un compañero que caía con una flor roja en el pecho. El pelícano se salvó muchas veces. Su vista era muy aguda y pudo anticiparse a los hombres. Hasta que una le rozó la cabeza. Sintió el dolor y aprendió a temerles. Sin embargo, el hambre era fuerte y cuando sentía la música discordante de las tripas vacías volaba nuevamente tras las lanchas, donde los peces brillaban al sol provocativamente, como si fueran de plata.

El pelícano había observado que los peces eran llevados hasta el muelle y descargados en carretillas que rodaban hacia el interior. ¿Adónde iban los peces? ¿Qué hacían con ellos? Varios compañeros ya se habían ido tras ellos, dejando el mar. Un día el pelícano tomó el mismo camino. Abrió las alas, las extendió de punta a punta, llenó de aire sus pulmones y comenzó a volar. El mar fue pasando por debajo de sus ojos con sus ondas rizadas, su frescura verde y sus imágenes movibles en los abismos. Después desfilaron los astilleros, los campos sembrados, los conjuntos de casuchas de estera. Luego, la ciudad con sus edificios de cemento y sus pistas negras llenas de vehículos ruidosos. Una torre de babel para un pobre pelícano errante. Desde arriba, ya casi para llegar a un cerro, distinguió a varios pelícanos en un mercadillo sentados a lo largo de un muro.
Había llegado y comenzó a descender en círculos produciendo un pequeño remolino. Era uno de los tantos sitios donde las carretillas dejaban su apetitosa carga, en unas canastas con trozos de hielo. De reojo miró a los otros para enterarse cuál era el siguiente paso. No se movían. Esperaban pacientemente. Las vendedoras ponían sobre una tabla a los peces y los abrían para limpiarlos. Ellas arrojaban las vísceras, los desperdicios, también las cabezas, las aletas y las colas. Todo se comían los pelícanos al terminar la tarde, cuando las mujeres se retiraban.
De pronto apareció en el radio de su visión un niño, con una camisa que le quedaba estrecha, un pantalón a rayas que se caía a pedazos y los pies descalzos.

Panchito se acercó a los pelícanos con curiosidad. Nunca los había visto tan cerca. Llegó del valle del Mantaro dos años atrás y a pesar de ese tiempo no conocía el mar. Era la primera vez que los pelícanos aparecían en el improvisado mercadillo de San Agustín, en Lima. El niño puso su cajón de lustrabotas en el suelo y trató de alcanzar al último, porque todos se atropellaron y se alejaron en bandada. Jamás supo por qué lo escogió. Tal vez porque se atrasó al correr, porque también era nuevo allí y pensó que el niño no le haría daño. Al cabo ambos estaban solos entre la multitud. Un río de hombres y mujeres que pasaban aprisa, casi sin mirar, indiferentes a la inusitada presencia de los pelícanos y los chicos de la calle. La tierra era  grande y solitaria como el mar, para un niño y un pelícano que estaban fuera de su sitio.

Es una ave del mar y tiene hambre -se dijo, mirando sus patas unidas por una membrana. Tocó apenas el largo pico que parecía de madera, sin temor, confiadamente, como una rozadura y no se movió. Retiró la manita morena, buscó en el fondo del cajón y sacó un pan reseco. El pelícano no se fue, a pesar de que podía volar. Se quedó quieto, curioso, aunque no volvería a dejarse tocar…
El pelícano lo esperaba sentado sobre una pata. Había vuelto casi a ser como un pichón y el niño, como su madre. Los dos compartían cuanto éste conseguía. Un camote, una porción de langoy, que a veces le caía mal, seviche que el pelícano comía con ganas ya acostumbrado al limón, pescado frito, choros, nunca camarón, nunca corvina, el pelícano y Panchito no sabían de exquisiteces…

Alfonsina Barrionuevo

2 comentarios:

  1. QUE ALEGRÍA Y NOSTALGIA... LEÍ ESTE LIBRO CUANDO YO ESTABA EN PRIMARIA, LO LEÍ VARIAS VECES, AHORA PASARON MAS DE 40 AÑOS Y QUISIERA VOLVER A TENER ESTE LIBRO, MUY HERMOSO, ME RECUERDA MI NIÑEZ Y MI FAMILIA CON MAMA Y PAPA, TODOS EN CASA LO LEÍMOS, SE PODRÁN MUY CONTENTOS, SI LES DIGO Q ENCONTRÉ, NUEVAMENTE AL... CAPITÁN PELÍCANO... NUNCA OLVIDE ESTE OBRA Y A ALFONSINA BARRIONUEVO

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