VEINTITRÉS AÑOS DE CASACOR

EL DANZAQ
MÁGICO
Llegué a Puquio una tarde en que el
sol la envolvía con la tibieza de sus rayos. Pero apenas se fue arreció el frío.
En el único hospedaje que había me acurruqué en mi bolsa de dormir. Fui para
hablar con un bailarín de tijeras de quien me hablaron. Lo encontré finalmente
y cuando pregunté por su historia me invitó a caminar por sus alturas en busca
de una paqcha mágica. Había en él una alegría desbordante y recordé a José
María Arguedas que estuvo en el pueblo y escribió la historia del legendario Rasu
Ñit’i que entró danzando al reino de la muerte.
Tuve la suerte de haber entrevistado a
la primera pareja de danzaq que llegó a Lima.
Uno de ellos, Gerardo Chiara, dijo que
la danza de las tijeras se remonta a épocas muy antiguas, antes de los
españoles. En Parinaqochas, me explicó, se hablaba de un pequeño danzante que
bailaba en el interior de una paqcha o cascada, con una castañuela de piedra, acompañándose
con la música que producía el agua al caer en una artesa natural.
El río de Wanka Wanka, mencionó en su
relato, baja de las alturas y va formando cascadas que embalsan sus aguas en plácidos
remansos. En ellos se bañan las sirenas, pero lo más extraordinario es que en el
interior de sus cuevas cientos de gotas producen al chocar con el piso sonidos
musicales que siguen los danzantes. Por eso van allá arpìstas y violinistas, para
recogerlas.
Mi danzaq guía me contó que una joven
mujer que vivía cerca del río mandó a su hijo de once años buscar leña para
cocinar. El muchacho se alejó y reunió la suficiente. Se sentó para descansar y en eso se le acercó otro niño casi de su misma
edad, quien le propuso jugar al lado de la paqcha. Así lo hicieron
divirtiéndose enormemente, hasta que de pronto el niño misterioso comenzó a
bailar haciendo acrobacias con los pies y siguiendo el compás con una
castañuela de piedra que hacía sonar como si fuera de metal.
Impulsado por la música que parecía
brotar de la paqcha el muchachito imitó a su compañero, repitiendo sus mismos
pasos con una alegría que lo hizo olvidar todo. Cuando el ruido de la paqcha lo
devolvió a la realidad el niño misterioso se arrojó al agua y no volvió a
aparecer.
Esperó largo rato que volviera, pero,
luego, cargó su q’epe o atado con leña sobre la espalda y regresó kk.a su casa con la “castañuela” de piedra que
el otro dejó en la paqcha.

Su historia fue conocida rápidamente
en el pueblo y todos acudieron para verle bailar quedando asombrados con su
danza.
Los llaktakumunruna, autoridades del
lugar, decidieron que el prodigio no pasara desapercibido y acordaron realizar
una gran fiesta. Pero faltando pocos días el niño desapareció. Su madre con el
rostro lloroso fue preguntando por él de casa en casa sin resultado.
Finalmente, al pensar que su desaparición tenía algo que ver con la paqcha,
pidió a dos amigos de su hijo que fueran al sitio. Ellos decidieron ir al Wanka
Wanka y allí estaba bailando cerca de la cascada, siguiendo el ritmo de una
música bellísima. Ambos creyeron que dentro de la cueva alguien estaba tocando
algún instrumento pero no vieron persona humana. Entonces fueron unos músicos
distinguieron dos figuras como de “gente que no eran gente”, que tenían dos
instrumentos muy raros (el arpa y el violín).
El niño bailarín les dijo que debían
lavarse las manos con el agua y al obedecerle quedó grabada en su mente la
imagen de los instrumentos. Una vez que regresaron al pueblo, dijeron que
habían visto a sus padres, los gentiles, “y habían aprendido su arte”. Luego
fabricaron los instrumentos cortando la madera y dándole una forma parecida a
la vista. Hecho esto se pudieron a tocar y los habitantes del pueblo se fueron
acercando. Al niño le bautizaron con el nombre de tusuq o danzante y con
él formaron un grupo que atrajo la atención de los pueblos
vecinos.
El niño bailarín, quien llegó a ser un
gran danzante, desapareció un día para siempre. “Los danzantes aprenden como
ese niño, mirando no más”, dijo Chiara. Cuando tienen contrato hacen la pachaq t’inka
para que la tierra no amarre sus pies.
De regreso mi guía bailarín me mostró
la estatua del tusuq Benito, que era pawaq, es decir volador en la mágica tierra
de Puqyu.
Alfonsina Barrionuevo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario