domingo, 30 de septiembre de 2018

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

El Perú que vibra en las obras de Kukuli estará en Londres a partir del próximo 4 de octubre. Ella partirá de Filadelfia para asistir a la apertura de la exposición en la galería James Freeman donde sus esculturas ya la están esperando con su mensaje de eternidad.
Entre ellas hay una muy significativa, de un personaje prehispánico en el momento en que se decapita. Nunca se podrá saber qué lo motivó hace 3,000 años para esa decisión suprema. Hacer que su propia mano corte la arteria vital y que la sangre se dispare. ¿Se trató tal vez de una auto ofrenda? La pieza de la cultura Cupisnique impresiona por el tema y la maestría de su anónimo autor. A Kukuli le inspiró en nuestro siglo para hacer una recreación a su estilo y color de la postura del sacerdote al transferir a su barro actual su aura mágica.
En las últimas semanas Kukuli se ha trasladado a las universidades de Texas y Utah para dictar conferencias sobre sus artes pues suele aplicar la pintura a la cerámica. En los primeros meses del año estuvo en Creta/Roma, realizando un proyecto conjunto con Doug Herren, destacado ceramista. En noviembre concurrirá como invitada de honor al Tercer Encuentro de Cerámica Artística de Colombia, en la Universidad Nacional de Bogotá. 


CORREO DE LUCES 

Es posible que en su cuadra o aposento del Qorikancha las estrellas tuvieran una dinámica distinta por tratarse de miríadas, como si la luna rompiera sus fuentes de luz en un parto augural de una infinidad de trozos brillantes. Ellas aparecen en cielo abierto con un discurso escrito en noches de encanto entre mayo y agosto, identificándose con pueblos y pisos ecológicos de altura. El templo del Sol fue su segundo hogar donde concurrían de acuerdo a las estaciones y los meses del año, recibiendo ofrendas. Sus sacerdotes afirmaban que todos los seres vivientes nacían con una estrella que debía alumbrar el camino de  sus vidas.
Entre las principales se distinguía Ch’aska, la fulgurante  estrella de cabellos largos y crespos, esperada en dos momentos cumbres; como la matutina Ch’aska Pacha paqareq, hermosa estrella que anuncia el día, o como la vespertina Ch’isin Ch’aska, que descorre los velos del atardecer; Qoyllur, la estrella que inspiraba los sueños de las piwiwarmi, princesas inkas; y la constelación qechwa de las Onkoymita o Siete Cabrillas, respetadas por su postura  y tamaño, que encerraban en su espiral de luces años prósperos o sombríos para los campos. En los casos desesperados había que adelantar o retrasar la siembra para salvar los cultivos.

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Los astrónomos inkas que descifraban sus mensajes de buen augurio o de alerta conocían el gran mapa nocturno de estrellas, ubicando hasta los huecos oscuros en el rastro que dejaban al perderse en los abismos siderales. Ellos leían sus jubilosas o preocupadas profecías en esa kallanpa u hongo negro que es la noche, mirando en las tinajas de plata con agua del Qorikancha, los manantes, remansos de los ríos y hendiduras de los roquedales.
Sus lecturas dependían de sus apariciones, ausencias, calidad de sus fulgores débiles o fuertes y otras señales. Si la Qolqa, conjunto de estrellas granero, abría sus luceros en todo su esplendor los surcos florecerían después con el mismo alborozo. Si alguna se delineaba apenas o no asistía a su cita en el cielo estaba anunciando un tiempo de escasez.  Qoyllur era también la estrella de las adivinaciones. Si las seis estrellas de Tarpuyoq, el sembrador, aparecían unidas en una doble línea de surcos lo festejaban en todo el imperio, si había variación en sus reflejos se adelantaba o retrasaba la siembra. La fuerza que mostraba el majestuoso río de estrellas que llenaba el cielo de resplandores de este a oeste, el Willkamayu o Vía Láctea, pronosticaba buenos augurios y hacía temblar de alegría su corazón.

Alfonsina Barrionuevo

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