ALIMENTO QUE DA
VIDA
En
el Valle Sagrado de Qosqo, donde se produce el mejor maíz del mundo en calidad
y en tamaño, las mujeres tienen un rol principal en su recolección y manejo. En la cosecha ellas se encargan del despanque
y guardan el maíz en las despensas o taqes, retirando lo que se necesita para
el diario sustento, pues se trata de Saramama, la doncella del Sol.
Los hombres
no deben tocar las mazorcas porque, según dicen, “sus manos son de viento”,
makiwayra, y si lo hacen hay el peligro de que el maíz se acabe velozmente
atrayendo al hambre como un ser maléfico. Las parejas se alegran cuando su
primer hijo es una mujer, porque en el
futuro será como una hermana de Saramama.
En
el antiguo Perú el maíz tuvo un carácter de sacralidad. El mito que atribuye a
los Hermanos Ayar la fundación del Qosqo menciona que ellos enseñaron a los
hombres a sembrar el maíz que llevaron de su cerro de origen en Paqareqtanpu,
como precioso regalo de sui padre, Illa Teqse Wiraqocha.
Tanto
era su prestigio que Cieza de León describe que los fabulosos jardines del
Qorikancha estaban “artificiosamente sembrados de maizales los cuales eran de
oro, así las cañas de ellos como las hojas y mazorcas; estaban tan bien
plantados que los vientos más recios no los arrancaban.”
Otro
mito señala que la paqarina o lugar de nacimiento de la nación de los
Wankawillkas fue Choklloqocha, “la laguna del maíz”, la mayor de las lagunas
del altiplano huancavelicano. De allí salió el padre de ese grupo étnico y sus
acompañantes llevando el maíz como obsequio y distintivo. De allí que se pueda
cultivar tanto a nivel del mar como a 3,600 metros de altura habiendo sido uno
de los principales alimentos del mundo andino.
El
maíz más antiguo tiene cromosomas sin botón menciona el estudioso alemán Hans
Horkheimer, indicando que en las tumbas y basurales del Perú prehispánico se ha
encontrado ejemplares con estas características. Antes, ya Mangelsdorff, había
propuesto que el maíz más antiguo de los Andes había partido de una planta con
una diminuta mazorca, cuyos granos estaban envueltos por una cápsula en forma
de túnica. En miles de años, con sucesivas selecciones, abono orgánico de cabezas de pescado que colocaban junto a cada
semilla, y otros cuidados lograron
desarrollar y mejorar el fruto.
Tenemos
una tradición milenaria de la Saramama, el maíz, y al mismo tiempo,
infortunadamente, una guerra de guerrillas con el trigo que dura todavía. A pesar de los largos años el trigo caro,
ajeno y foráneo, sigue siendo preferido manteniendo al maíz a la sombra de su prosperidad. Los
españoles le colgaron el sambenito de “grano maldito que provocaba una serie de
enfermedades” mientras el trigo era “bendito porque podía convertirse en el
cuerpo de Dios” durante la Misa. El tiempo se encargó de reivindicarle pero
falta una mayor difusión de su empleo en sopas, las gratísimas lawas, bizcochos
y maicillos.
Qué
difícil resulta amar a nuestros propios alimentos. Cómo hace falta ese cariño
que pone el hombre del Ande a su cultivo. El maíz es sagrado allá donde el
sembrador besa con unción la tierra, derrama unas gotas de chicha y dice:
“Bebe, tierna y hermosa madre tierra para que así fortalecida nos des tus
mejores frutos.”
Como
la religión católica participa de sus ritos agrarios es el momento en que se
limpian los zapatos de San Isidro Labrador. Los maiceros afirman que estos se
llenan de barro porque en la época de la siembra el santo se turna con los Apus
para hacer una ronda por los campos y volver luego a su iglesia.
Los
maíces que se siembran pertenecen a numerosas variedades. Los principales de
acuerdo al lugar son el parakay, maíz de color blanco, de granos perfectos y
gran mazorca; el ira maíz de color
amarillo; el saqsa maíz, morado con blanco; el chullpi, delicado y dulce;
el taullasara y el pispito.
La
cosecha se efectúa con ceremonias dedicadas a Saramama, el espíritu femenino del
maíz, a la tierra, a San Isidro y Santa Lucía. Según el antropólogo Faustino
Mayta Medina la principal actora es la mujer que asume las funciones de la
fecundidad. Las segadoras cortan las cañas del maíz a ritmo acelerado entre
bromas y risas, apilándolas en fila como hacían sus antepasadas. Después del
despanque los maíces se secan en los tendales protegidos por una cruz de maíz adornada
con rosas y claveles.
Tanto
en la siembra como en la cosecha las canciones
se deshojan al viento. Tarpuy kamuy, harawi; qori rejawan, qolqe
rejawan. “Sembremos, harawi; con reja de oro, con reja de plata”. ¡Y el wallay
waychayllay! ¡wallay waychayllay¡, que suena como un grito de entusiasmo.
Alfonsina Barrionuevo
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