domingo, 28 de octubre de 2018

VAMPIROS Y PAJUROS


VAMPIROS Y PAJUROS 
     
Su aliento quemaba pero el lente de la cámara se aproximó lo más cerca que pudo y captó en primer plano la mirada malévola de sus ojuelos inyectados de rojo. Retrocedió milímetros y lo capturó cuando abría la feroz boca encolmillada para lanzar un rabioso chillido. A toda pantalla se sentía su furia. Volteó además la diminuta cabeza y mordió el dedo del médico que lo sostenía. No hubo cuidado. El guante que tenía el doctor Málaga era especial. 
Fue mi primer encuentro con un murciélago vampiro vivo cuando Manchay era un lugar agreste, en los extramuros de Lima. Me dijeron que mordían hasta niños.
Un año después lo vi en un documental del National Geographic. Estaba casi oscuro cuando se desplazó como un minúsculo hombrecillo, saltando con suma cautela entre las piedras donde descansaban los lobos marinos de Parakas.
Quiso morder en la oreja a uno, pero éste lo lanzó a muchos metros de un manotazo. Volvió a la carga cuando dormía y logró su intento. Hincó sus colmillos y se apartó. Fue suficiente. Después se puso a lamer su sangre en la herida abierta. Volvería cientos de veces y el otro nunca se percataría. Así son los vampiros tropicales.
No sabía que en nuestra Amazonía había una diversidad de murciélagos. No solo vampiros. En una tarde tormentosa fui al Zoológico del Bronx en Nueva York. Nos refugiamos en el espacio destinado a murciélagos vivos  porque arreciaba la lluvia, aunque sin esperar nada sensacional. Pero fue todo lo contrario, porque para mí fue un descubrimiento inesperado. La ambientación excelente, en penumbra, nos introdujo a un sector de selva viva, con árboles y riachuelos, donde aquellos volaban de un lado a otro tras una gruesa mampara de vidrio prácticamente invisible.

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Fue fascinante. Había murciélagos fruteros, murciélagos picaflores que absorbían la miel con su sorbete natural, murciélagos pescadores, murciélagos de un tamaño increíble,  algo más grandes que un kuye, que se pasaban raudos de una rama a otra, con una piel finísima que me hizo recordar a Atawallpa, el príncipe cusqueño. En Cajamarca, almorzando con Pedro Pizarro, se le derramó un poco de comida en el traje y salió a cambiarse. Este se asombró al verle retornar con uno que parecía de un lujoso terciopelo y cómo no, había sido armado con decenas de cueritos del pecho de unos voladores que mordían y habían sido llevados de ¡muy lejos!, Tumbes.
Apreté un botón y salió una reseña que me llenó de orgullo. Los extrañísimos murciélagos que estaba viendo eran en su mayoría del Perú,  donde había más de 500 variedades: ¡Una locura!
Los científicos que se dedican a estudiar lo que tenemos en nuestro territorio, aseguran algo muy cierto: En el Perú hay especies de flora y fauna que están desapareciendo sin que hayan sido registradas, porque lo existente es vastísimo.
Cada árbol, además de formar parte de ese pulmón que oxigena al planeta, es como un gigantesco rascacielos con pisos que albergan una infinidad de especies. Cuando se talan, los “inquilinos” son desalojados y tienen que huir aceleradamente. La tierra y el agua son el hábitat de otras tantas asombrosas  criaturas en formas, tamaños y colores. Ni la imaginación más fértil podría hacer lo que es obra de la naturaleza. En sapos he visto unos que parecen pintados como si fueran flores y flores donde el arco iris ha colocado su pintura con una gracia imposible de imaginar.
Pasando por nuestro germoplasma agroalimentario tenemos una diversidad de plantas medicinales increíble. En una feria limeña se pudo ver un extraño fruto llamado “teta de vaca” por su forma, con capacidad para limpiar uñas de los hongos más rebeldes. En Yarinaqocha, Pucallpa, una investigadora americana me mostró un pequeño arbusto que, según dijo, podía acabar con la calvicie y hacer que los varones conservasen undosas cabelleras. Me mostró su libro, un “best seller”,  y se fue rezongando de nuestra ignorancia. Lastimosamente no tuve a la mano una cámara para fotografiarla con la primicia vegetal.
En la cabecera del país los pajuros, especie de papas que crecen en  árboles coposos, son una delicia para cajamarquinos y amazonenses que no llegan a nuestros mercados. Sus frutos se mecen en una vaina grande como el pakae que parece una cuna. Los comen en el desayuno, mientras que en la ciudad es rutinario el té con pan francés, al que se ha sumado el serranito”, con  semejanza a las chaplas ayacuchanas, huancavelicanas y otras conocidas sólo en sus lugares de origen. Pan que huele a arrayán, a algarrobo, a eucalipto y a otras ramas que calientan los hornos donde se cuecen y que son su singularidad.
Hay mucho que mencionar, de vez en cuando aparece una que otra novedad como la llullucha que mencionaba Guaman Poma. El Perú, nuestra patria, es ¡un gigante! en recursos genéticos y culturas asociadas a estos bienes naturales.

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