JOYAS
DE LA TIERRA
El 6
de noviembre del 2008 se inauguró en Lima el Museo de Minerales “Andrés del
Castillo“. Algo así como abrir las formidables puertas del Ande para mostrar sus inéditos tesoros. En el tráfago de la vida citadina fue recrear un oasis de paz.
Afuera la ruidosa maquinaria mecánica del siglo que vivimos, adentro una invitación a la
serenidad de su mundo subterráneo.

Penetrar en las galerías de las minas, prácticamente
inaccesibles, supone una dura experiencia. Lo puedo aseverar por haberlo vivido personalmente cuando ingresé a la mina de Quiruvilca, La Libertad, sin saber nada de geodas que escondieran soberbias esculturas en la oscuridad.
Tales joyas podrían ser siderales si se piensa que nuestro planeta hubiera sido en un
principio, como aseguran los científicos, una bola de fuego dando vueltas en el
espacio hasta que se le enfrió la superficie llenándose de agua. La megamasa que
cayó después al irse moviendo y fragmentando dio como resultado cinco
continentes. Mucho tuvo que ver el horno ardiente de su núcleo en la creación de las vetas que fueron transportadas de los arcanos.
En una
etapa posterior irrumpieron las cadenas de montañas con su cargamento de
minerales. Los volcanes terrestres y submarinos por donde desfogaba su fuerza participaron en este proceso con la marca de la madre naturaleza. Sus obras superan la
imaginación más desbordante. Los humanos tenemos que reconocer sus dotes de maestra del
tiempo y de la vida.

Los orfebres prehispánicos que querían trabajar las pepitas de oro halladas en los ríos advirtieron que no alcanzarían la temperatura requerida e inventaron una técnica metalúrgica para que la plata o el cobre lo arrastraran aunque tuvieran un grado menor de calor. Vestigios cerámicos autentican que en los cerros del Sur, cercanos al Qosqo, existieron unas pequeñas hornillas conocidas como qoriwayrachinas, que eran accionadas por el viento para licuar ciertos minerales. La leyenda colabora cuando reseña que Saantía (Sandia), hija
de Wiraqocha y Kullawa, lloró anto al ser raptada por el jefe de los chayos
que sus lágrimas convertidas en pepitas de plata caían en el altiplano qolla.
Me
encantó enterarme que una de los joyas más admiradas del museo es una rodocrosita de color rojo intenso a rosa, una reina hallada en la mina de Pasto Bueno, Ancash. Otra, un tungsteno de calcio,
ejemplar único en el mundo parecido al ámbar, de la mina Turmalina de Huancabamba,
Piura. Una ancantita, sulfuro de plata salió de la mina de San Genaro de Huancavelica. Un alabastro pasó de yeso a convertirse en una creación milagrosa
dentro de una geoda de la mina Excelsior, Pasco. Así otras que convocar un mitin de miradas.
En
las mesas de los altomisayoq he visto unos sorprendentes cuarzos con ángel que transmiten energía a gente que la necesita. Cuarzo vivo si presenta
una especie de algodón. Un dato para recordar mientras asistimos a la celebración
del décimo aniversario de apertura del Museo de Minerales del Perú “Andrés del
Castillo”.
Su colección reunida con esfuerzo y cariño
destacan el espíritu sensible de su fundador. Un importantísimo motivo que nos
hace sentir orgullo por el rubro cultural de la minería peruana. La
casona que lo alberga está en el Jirón de la Unión. hAY QUE IR.
Alfonsina Barrionuevo
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