UN ROCOTO
EMPERADOR
En
las mesas peruanas triunfa el señorío del rocoto como si los Apus le hubieran
dado el color de piedras preciosas, ya rubí, esmeralda o topacio, cuyo brillo
abre el apetito. En las comunidades guardan la chira, su picantísima vena que
desafía a los más valientes, animando el cuerpo y el espíritu en tiempos de
frío o de escasez en que se muele con hierbas olorosas.
No se sabe a ciencia cierta cuándo se preparó
el primer rocoto relleno, plato que desborda picardía a la vez que sabores; y
cuyo consumo revela un masoquismo propio de un paladar heroico para resistir el
picante, su principal atractivo. Por uno que otro ingrediente se ubica al
rocoto relleno emponchado dentro del Qosqo virreinal.
Sobre
su origen hay cierto encanto. La leyenda dice que lo sacó de Paqareqtanpu, ‘la
posada del amanecer’, uno de los Hermanos Ayar cuando Illa Teqse Wiraqocha los
mandó fundar el Qosqo. En su relación el cronista Pedro Cieza de León nombra a y
Ayar Kachi como el portador de la sal, Ayar Manko de la papa, Ayar Awka del
maíz y Ayar Uchu, como su nombre lo indica, del ají; aunque su domesticación ha
de ser de milenios.
La
illa del uchu o rocoto madre está en el Ukhupacha, la Tierra de Abajo, cuentan
los patriarcas de los pueblos de Ampay y Makay, l Valle Sagrado de los Inkas. Se dedican a su siembra, para que nunca
falte unos hombrecitos mágicos, los ukhupacharunachakuna, que cuidan también a
los poronqoes o kuyes silvestres,.
´’Todo
lo que come la gente andina sea guisado, cocido o asado, no lo comen sin él, al
que llaman uchu y los españoles, pimiento de Indias, aunque le llamen ají que
es nombre de lenguaje de las Indias de Barlovento,’ escribe el Inka Garcilaso
al comentar que es grueso, algo prolongado y sin punta, agregando, ´llámanle
rocoto uchu, a diferencia del que se le parece’, y comenta que es tan de su
gusto que prohíben comerlo cuando hacen ayuno para que sea más riguroso.
Agrega
que “hay otros pimientos largos, delgados como el dedo meñique o merguerite. ‘Estos
teníanse por más hidalgos que los pasados y así se gastaba en la Casa Real y en
toda la parentela’ ‘Otro pimiento hay, menudo y redondo, ni más ni menos que
una guinda, con su pezón o palillo. Dícenle chinchi uchu y quema mucho más que los otros sin
comparación, críase en poca cantidad y por ende es más estimado’.
Garcilaso
terminaba diciendo que oyó decir a un español venido de México que era muy
bueno para la vista y así comía en las comidas ‘estos pimientos asados’. ‘Generalmente,
comentó, todos los viajeros que vienen a España de Indias lo comen de ordinario
y lo quieren más que las especies de la India oriental.’
En
las fiestas del Imperio Inka donde se ayunaba, como el Inti Raymi, una de las
reglas rigurosas era abstenerse de comer ají. Así mismo cuando se hacía
consultas a los oráculos en el santuario de Pachakamaq, Lima, los peregrinos
ayunaban durante un mes y se suponía que hacían un gran sacrificio al privarse
de su picante sazón.
‘Más
de una vez he escuchado decir, escribió, que el rocoto es una fruta cuando está
niño y que se podría hacer con él dulce.
Tiene que llegar a madurar, hacerse macho para conjurar el masoquismo de
quienes buscan con ansias sus cualidades guerreras al mismo tiempo que su
aroma. Las matas de rocoto crecen usualmente juntas. Si alguno crece solitario
le llaman machurocoto por su increíble fuerza, y es solo para osados, pues
produce verdaderos incendios en el paladar.
Por la
leyenda su cuna estaría en Paqareqtanpu de donde se extendió a todo el
Tawantinsuyu, donde el clima fuera apto para su vigoroso desarrollo. Por lo
mismo, es en el Qosqo donde adquiere un carácter sibarítico. El rocoto con un
relleno de lujo, carne molida de chancho o
de res, maní tostado y molido, habas verdes, huevo duro, pasas y
arrebozado con huevo batido a punto de nieve y otros ingredientes, es un
emperador.
Así
se le servía hasta la segunda década del siglo XX cuando llegó al Qosqo el
capitán Luis Sánchez Cerro antes de la revolución que depuso al presidente
Augusto B. Leguía.’ Como el joven militar era mozo de jarana y picantería,
cuenta Carmen Guevara, tenía gran preferencia por los rocotos rellenos y una
dama cusqueña, muy entendida en cocina, los preparó al horno en su obsequio,
llamándole ‘rocoto a la Sánchez Cerro’,
con queso, leche y huevos, como un
divino sufflé.
Alfonsina Barrionuevo
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