KURAKAS
DE ORO
Cristóbal de Albornoz menciona en el siglo XVI que los Inkas tuvieron una lengua general que se extendió por el Sur hasta Chile y por el Norte hasta Pasto, en Colombia. En su libro ‘Instrucción para descubrir todas las Guacas del antiguo Pirú y sus camayos y haziendas’ describe ‘los géneros de guacas’ que había. Aunque suele ser lacónico cuando las va citando, arroja luces de evidencia sobre ellas, después de haber averiguado su presencia. Los Inkas, relata, preguntaban que wakas existían en las provincias que conquistaban, ‘los mantenimientos que les daban los habitantes de cada lugar, cómo disponían que se sustentaban en el orden que tenían’. Eran importantes las recomendaciones de que les ofrecieran ‘sus propias personas’ en figuras muy pequeñas de oro y plata ricamente vestidas, también figuras de ‘carneros de la tierra’, como nombraban a las llamas y alpakas, igualmente otros animales y aves manufacturadas en oro y plata, así como en piedra tallada.
Fotos: Peruskha Chambi |
En los museos es posible ver estas figuras en
miniatura, unas cuantas de oro y varias de plata, de unos centímetros de
estatura, que estuvieron recubiertas con riquísimos trajes y preciosos adornos
en el momento de la ofrenda. Actualmente varias llaman la atención por su
aparente desnudez, pero, lucieron trajes increíblemente diminutos y
diestramente tejidos, tocados de plumas, mantas, tupus, collares y hasta bolsitas con pedacitos de coca.
Los
pequeños objetos de oro y plata eran entregados a los wakakamayuq, sus
sacerdotes, que se supone los enterraban en sus santuarios. Otras ofrendas como
coca, frutos, vellones, añiles, etc., se
quemaban o se arrojaban al agua.
Es una suerte que los arqueólogos hayan descubierto algunas figuras con sus atavíos y adornos, muy bien conservadas, de lo cual se deduce que así estuvieron todas. Sus delicados tejidos se destruyeron por los cambios de temperatura, la humedad o su exposición a la intemperie. No se hallaron figuras de gran tamaño ni de talla mediana, como decía Bernabé Cobo.
Fotos: Peruskha Chambi |
A la gente de cada ‘provincia, anota Albornoz, les
daban unas wakillas de piedras de colores que se llamaban auki y que llevaban
en sus chuspas’, ‘como los cristianos tienen figuras de santos a quienes
reverencian... Hay muchos destos entre los naturales y son de mucho daño por la
fe que en ellas tienen.’ ‘Dávanse en Pachacama en los llanos y en Curicanche,
en el Cuzco por sus sacerdotes guacacamayos.’
El clérigo indica que en Guamanga, Ayacucho, halló
algunas wakas que fueron dejadas por los Inkas cuando estuvieron en son de
conquista. Tuvo noticia de haberlas en Jauja y en otras provincias del
Chinchaysuyu, Kuntisuyu, Antisuyu y Qollasuyu.
Durante sus años en Qosqo observó que las había de
varios géneros, de acuerdo a calificaciones que fue haciendo. Lo ayudó en esa
tarea el clérigo Jerónimo Martín, ‘buen lengua’ o sea notable intérprete, debido
sin duda a que Albornoz no dominaba el qechwa. De todas formas, lo que anotó,
es fundamental.
Unas guacas, decía, son los primeros frutos que
cogen de una tierra que no fue sembrada, ‘como una mazorca de maíz o una papa y
les llaman mamasara y mama-aqsu’. El más
hermoso ejemplar lo guardaban y hacían otros, a su semejanza, de piedra o de
oro y plata.
Otras eran minerales de oro, plata o azogue
antiquísimos, que ellos habían descubierto, escogiendo aquellos que a su
entender eran espléndidos. A esas piedras les rendían homenaje mochándolas, o
sea enviándoles besos ceremoniales, llamándolas madres de las ‘tales minas’.
Alfonsina Barrionuevo
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