domingo, 3 de noviembre de 2013


GENTE DE COLORES     

Cuando era pequeña soñaba con tener las chapas de colores que tenían las niñas del campo. Me veía paliducha, como si el tinte gris de la ciudad se imprimiera sobre mi piel. Comparaba mis manos con las de ellas y eran iguales, de color canela. Pero algo pasaba porque tenían manzanitas en sus mejillas y yo no. Cuando reían sus ojos se encendían por dentro como candiles. Hubiera dado cualquier cosa para parecerme. Al crecer sólo encontré el rubor, la  chapa artificial, y nunca sería lo mismo.

Esos colores resultaban de vivir al aire libre, en el campo, cerca al cielo. Yo sufrí algún tiempo la desgracia de vivir en la ciudad, hasta que me resigné. Un día me enteré qie les llamaban indígenas y me parexció indigno. En ninguna otra parte llaman indígenas a la gente del campo. Alguna vez les pregunté a las niñas de Apukalla, Paruro, Qosqo (Cusco). “”Uds. son indígenas?” “No”, contestaron azoradas. Nosotras somos de Apukalla.”

Así debía ser siempre. Las gentes de Perú no somos gente de colores, nuestra alma puede ser de hermosos colores, de colores que hemos heredado de nuestros antepasados, la gente de esta tierra, pero nuestra piel es de la misma tonalidad, un poco más clara, un poco más oscura. Eso no interesa sino lo que se lleva dentro.

Rechazo la calificación de indígena que nos hacen a millones de personas. La palabra es discriminativa e indignante.

Hoy día si algo me hace falta es no tener la cultura que tienen las gentes del campo, de las alturas. El sabio Javier Pulgar Vidal me decía siempre: “… he recogido los nombres de las regiones, de personas que no han ido a la escuela, pero que tienen una universidad de milenios.”

Ellas conocen mucho del Perú en todo el territorio. Sin embargo los antropólogos no se acercan a esas fuentes humanas para beber su sabiduría.

¡Cuán fabuloso ha sido para mí, por ejemplo, conocer cómo se domesticó la kinua  a orillas del lago Titiqaqa, con música y danzas que comienzan a desaparecer!


La extrema pobreza, por falta  de recursos económicos, se vive en cualquier lugar. Lo terrible y atroz es demostrar una pobreza de espíritu,  ante la riqueza cultural, la generosidad y creatividad que muestran las gentes del Ande. Todos formamos parte de un Perú que está emergiendo después de quinientos años de que avasallaron nuestro pensamiento.

Lo mismo pienso de la palabra afrodescendiente que recluye a muchos peruanos en una especie de ostra cultural. Cinco siglos no tienen por qué pesar en el alma de nadie.  

Basta ser nacido en el Perú para ser peruano y compartir la historia que se va escribiendo día a día.

 

 

 

LA COSMOVISION ANDINA

Es increíble como siguen rigiendo viejas reglas creadas por gente de fuera para dominar.  Los habitantes de la costa o chala cree que no son andinos  porque los Andes están demasiado lejos. No advierten que los Andes llegan hasta el mar y bajan hacia la selva y que su presencia ha determinado desde hace miles de años la suerte de que tengamos un territorio riquísimo, con ocho regiones y unos 84 pisos ecológicos de los 104 que hay en el planeta. Tenemos todos los climas, desde los ardientes de los arenales hasta los polares, de los valles generosos a los cálidos de la selva.

Los peruanos no nos damos cuenta que hemos sido favorecidos por una naturaleza pródiga que en épocas pasadas ha determinado la existencia de innumerables señoríos con sus propios desarrollos.

Cuando los hombres del Asia, en la aurora de los tiempos, cruzaron el estrecho de  Behring no sabían hablar dice Emilio Choy, apenas guturaban para señalar algunas cosas. No tenían elemento cultural alguno. Los cazadores de esas épocas no disponían de lanzas y cogían sin duda a los animales que encontraban arrojándose en grupo sobre ellos. Más tarde será que aprendieron a fabricar puntas de piedra para crear sus lanzas.

En los primeros milenios fueron sólo cazadores. Después comenzaron a establecerse por grupos en lugares que creían más convenientes. Finalmente comenzaron a desarrollar allí diversos elementos culturales.

El hombre del Perú, en este vasto territorio, tuvo que ser siempre un creador. No podía comunicarse con el resto de los continentes porque le era imposible vencer los océanos que se levantaban como una valla insuperable. Eso hace que nuestras culturas sean diferentes a las del resto del mundo.

Nuestros ancestros fueron genetistas de maravilla que domesticaron cientos de especies vegetales. Esas que salvaron al mundo del hambre y seguirán sirviendo a todos los países de los cinco continentes. Avanzamos también con la domesticación de los animales y logramos usar el pelo de los camélidos para lograr una textilería asombrosa con incrustaciones de plumas, piedras semipreciosas y metales.

En arquitectura no hay experimento que no se haya hecho desde las casas cónicas o putukos del altiplano que resisten las inundaciones hasta los rascacielos de Tantamayo o las edificaciones sismorresistentes inkas  usando llaves en puntos neurálgicos para evitar desastres. Sólo nosotros podíamos llegar a la sofistificación de pintar sobre el barro o la piedra con tintes naturales o con polvo de oro. En medicina, cientos de años antes de que Miguel de Servet fuera quemado en Europa por haber hablado de una circulación menor los antiguos peruanos ya conocían el interior del cuerpo humano.

Así como avanzaron en tecnologías que hoy sorprenden al mundo hubo personas que se dedicaron a la meditación, al desarrollo de las ciencias del espíritu, a establecer nexos con la naturaleza y dar lugar a lo que llamamos  religión ecológica peruana.

Los estudiosos no se encuentran concentrados en un solo lugar. Están en el extenso territorio que fue ocupado por las culturas prehispánicas. La división hecha por los españoles que llegaron en el siglo XVI da lugar a un concepto equivocado. Ellos lo dividen  en costa, sierra y selva. La sierra correspondería a los Andes. Por eso la gente de las ciudades de la costa no se considera andina. Es un error. El Perú está marcado por los Andes. Su presencia se hace notar en todos los pueblos que existen en nuestro país. Los costeños no se dan cuenta de los cerros que llegan hasta el mar. En el caso de Lima los cerros San Cristóbal , el Agustino, San Cosme y todos los demás pertenecen a los Andes. Quizá lo más correcto sería hablar de dos mundos paralelos. La ciudad y el campo. La gente de ciudad que cree saber mucho porque dispone de todos los medios de comunicación y está al tanto de cuanto llega en tecnología y artes globales. La de campo, aquí mismo, en Lima, que sigue una tradición milenaria.

El valle de Lima tuvo cerca de un centenar de santuarios de tipo piramidal que eran centros de conexión con la tierra y el cosmos. Sin duda, el más importante fue Pachakamaq.  Su fama se extendió a todos los señoríos. Miles de peregrinos llegaban cada año para preguntar muchas cosas, entre ellas conocer lo que estaba por pasar. Era tan grande el respeto que tenían por Pachakamaq que ayunaban un mes antes de hablar con el sacerdote con quien querían comunicarse.

En el Perú no existieron dioses. El término de lucha contra las idolatrías viene de los curas doctrineros que trajeron una tradición de milenios de creencias de Occidente. Nosotros no tuvimos dioses. Los llamados ídolos colocados en las pirámides son conectores con el cosmos. En lugares limpios, sin contaminación, se puede ver como asciende en las tardes la energía de la tierra y se va enlazando con la energía celeste, a la manera de un gel que flota en el horizonte.

 

Alfonsina Barrionuevo

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