GENTE
DE COLORES
Cuando
era pequeña soñaba con tener las chapas de colores que tenían las niñas del
campo. Me veía paliducha, como si el tinte gris de la ciudad se imprimiera sobre
mi piel. Comparaba mis manos con las de ellas y eran iguales, de color canela. Pero
algo pasaba porque tenían manzanitas en sus mejillas y yo no. Cuando reían sus
ojos se encendían por dentro como candiles. Hubiera dado cualquier cosa para
parecerme. Al crecer sólo encontré el rubor, la
chapa artificial, y nunca sería lo mismo.
Esos
colores resultaban de vivir al aire libre, en el campo, cerca al cielo. Yo
sufrí algún tiempo la desgracia de vivir en la ciudad, hasta que me resigné. Un
día me enteré qie les llamaban indígenas y me parexció indigno. En ninguna otra
parte llaman indígenas a la gente del campo. Alguna vez les pregunté a las
niñas de Apukalla, Paruro, Qosqo (Cusco). “”Uds. son indígenas?” “No”,
contestaron azoradas. Nosotras somos de Apukalla.”
Así
debía ser siempre. Las gentes de Perú no somos gente de colores, nuestra alma
puede ser de hermosos colores, de colores que hemos heredado de nuestros
antepasados, la gente de esta tierra, pero nuestra piel es de la misma
tonalidad, un poco más clara, un poco más oscura. Eso no interesa sino lo que
se lleva dentro.
Rechazo
la calificación de indígena que nos hacen a millones de personas. La palabra es
discriminativa e indignante.
Hoy
día si algo me hace falta es no tener la cultura que tienen las gentes del
campo, de las alturas. El sabio Javier Pulgar Vidal me decía siempre: “… he recogido
los nombres de las regiones, de personas que no han ido a la escuela, pero que
tienen una universidad de milenios.”
Ellas
conocen mucho del Perú en todo el territorio. Sin embargo los antropólogos no
se acercan a esas fuentes humanas para beber su sabiduría.
¡Cuán
fabuloso ha sido para mí, por ejemplo, conocer cómo se domesticó la kinua a orillas del lago Titiqaqa, con música y danzas
que comienzan a desaparecer!
Lo
mismo pienso de la palabra afrodescendiente que recluye a muchos peruanos en
una especie de ostra cultural. Cinco siglos no tienen por qué pesar en el alma
de nadie.
Basta
ser nacido en el Perú para ser peruano y compartir la historia que se va
escribiendo día a día.
LA
COSMOVISION ANDINA
Es increíble como siguen rigiendo viejas
reglas creadas por gente de fuera para dominar.
Los habitantes de la costa o chala cree que no son andinos porque los Andes están demasiado lejos. No
advierten que los Andes llegan hasta el mar y bajan hacia la selva y que su
presencia ha determinado desde hace miles de años la suerte de que tengamos un
territorio riquísimo, con ocho regiones y unos 84 pisos ecológicos de los 104
que hay en el planeta. Tenemos todos los climas, desde los ardientes de los
arenales hasta los polares, de los valles generosos a los cálidos de la selva.
Los peruanos no nos damos cuenta que
hemos sido favorecidos por una naturaleza pródiga que en épocas pasadas ha
determinado la existencia de innumerables señoríos con sus propios desarrollos.
Cuando los hombres del Asia, en la
aurora de los tiempos, cruzaron el estrecho de
Behring no sabían hablar dice Emilio Choy, apenas guturaban para señalar
algunas cosas. No tenían elemento cultural alguno. Los cazadores de esas épocas
no disponían de lanzas y cogían sin duda a los animales que encontraban
arrojándose en grupo sobre ellos. Más tarde será que aprendieron a fabricar
puntas de piedra para crear sus lanzas.
En los primeros milenios fueron sólo
cazadores. Después comenzaron a establecerse por grupos en lugares que creían
más convenientes. Finalmente comenzaron a desarrollar allí diversos elementos
culturales.
El hombre del Perú, en este vasto territorio,
tuvo que ser siempre un creador. No podía comunicarse con el resto de los
continentes porque le era imposible vencer los océanos que se levantaban como
una valla insuperable. Eso hace que nuestras culturas sean diferentes a las del
resto del mundo.
Nuestros ancestros fueron genetistas
de maravilla que domesticaron cientos de especies vegetales. Esas que salvaron
al mundo del hambre y seguirán sirviendo a todos los países de los cinco
continentes. Avanzamos también con la domesticación de los animales y logramos
usar el pelo de los camélidos para lograr una textilería asombrosa con
incrustaciones de plumas, piedras semipreciosas y metales.
En arquitectura no hay experimento que
no se haya hecho desde las casas cónicas o putukos del altiplano que resisten
las inundaciones hasta los rascacielos de Tantamayo o las edificaciones
sismorresistentes inkas usando llaves en
puntos neurálgicos para evitar desastres. Sólo nosotros podíamos llegar a la
sofistificación de pintar sobre el barro o la piedra con tintes naturales o con
polvo de oro. En medicina, cientos de años antes de que Miguel de Servet fuera
quemado en Europa por haber hablado de una circulación menor los antiguos
peruanos ya conocían el interior del cuerpo humano.
Así como avanzaron en tecnologías que
hoy sorprenden al mundo hubo personas que se dedicaron a la meditación, al
desarrollo de las ciencias del espíritu, a establecer nexos con la naturaleza y
dar lugar a lo que llamamos religión
ecológica peruana.
Los estudiosos no se encuentran
concentrados en un solo lugar. Están en el extenso territorio que fue ocupado
por las culturas prehispánicas. La división hecha por los españoles que
llegaron en el siglo XVI da lugar a un concepto equivocado. Ellos lo
dividen en costa, sierra y selva. La
sierra correspondería a los Andes. Por eso la gente de las ciudades de la costa
no se considera andina. Es un error. El Perú está marcado por los Andes. Su
presencia se hace notar en todos los pueblos que existen en nuestro país. Los
costeños no se dan cuenta de los cerros que llegan hasta el mar. En el caso de
Lima los cerros San Cristóbal , el Agustino, San Cosme y todos los demás
pertenecen a los Andes. Quizá lo más correcto sería hablar de dos mundos
paralelos. La ciudad y el campo. La gente de ciudad que cree saber mucho porque
dispone de todos los medios de comunicación y está al tanto de cuanto llega en
tecnología y artes globales. La de campo, aquí mismo, en Lima, que sigue una
tradición milenaria.
El valle de Lima tuvo cerca de un
centenar de santuarios de tipo piramidal que eran centros de conexión con la
tierra y el cosmos. Sin duda, el más importante fue Pachakamaq. Su fama se extendió a todos los señoríos.
Miles de peregrinos llegaban cada año para preguntar muchas cosas, entre ellas
conocer lo que estaba por pasar. Era tan grande el respeto que tenían por Pachakamaq
que ayunaban un mes antes de hablar con el sacerdote con quien querían
comunicarse.
En el Perú no existieron dioses. El
término de lucha contra las idolatrías viene de los curas doctrineros que
trajeron una tradición de milenios de creencias de Occidente. Nosotros no tuvimos
dioses. Los llamados ídolos colocados en las pirámides son conectores con el
cosmos. En lugares limpios, sin contaminación, se puede ver como asciende en
las tardes la energía de la tierra y se va enlazando con la energía celeste, a
la manera de un gel que flota en el horizonte.
Alfonsina
Barrionuevo
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