domingo, 16 de julio de 2017

KURANBA

Las auroras siguen pasando sus finas manos de aire sobre la piedra tallada con primor. En los mediodías el sol siembra sus semillas de oro. Al crepúsculo el arco iris hace flamear sus banderas de colores. Los Inkas se alejaron un día por el camino del tiempo pero quedó el ushnu grandioso como huella de su presencia.
Lugares como Kuranba indican un quehacer en la minería del oro, la plata, el cobre y otras aleaciones con una infraestructura de más o menos 500 hornos con fines religiosos y suntuarios para los señores del Tawantinsuyu.

Fernando Moscoso admiró el altar pétreo en un espacio sagrado. El incansable periodista de Yxtrata Cooper Tintaya descubrió el lugar en uno de sus recorridos. La minería es su mundo y su pasión. Así encontró Kuranba, en la comunidad de Kallaspuqyu, distrito de Huancarama, provincia de Andahuaylas, Apurímac.

Hemos quedado en visitar alguna vez esos centros donde hace miles de años los antepasados prehistóricos extraían minerales no metálicos como cuarzo, riolita, toba, cuarcita y calcedonia entre otros para fabricar puntas de lanza destinada a la caza y la pesca. En una época temprana la minería no era ni el atisbo de un sueño. Se dio cuando aprendieron a manejar la flor de fuego unos 6,000 años después.
Los Chankas, que según la leyenda salieron de la laguna de Choklloqocha con Wank’as y Wank’awillkas, queriendo conquistar a los Inkas destruyeron los asentamientos de la cultura local de Kuranba sin entender su avance en tecnología metalúrgica y avanzaron por uno y otro lado en desatados huracanes de muerte. Ellos jamás renunciaron a su salvaje libertad y cuando fueron sojuzgados prefirieron desaparecer atravesando el territorio hasta sus ignotas cabeceras.
Moscoso, experto investigador de rastros mineros, encontró una tradición importante en Kuranba, donde quedan todavía cantidad de escorias y otros residuos de metal. Descubrió también que usaron cuernos de animales para extraer los minerales, quimbaletes para la molienda y wayras, hornos que atizaba el viento con la fuerza de sus pulmones para la fundición.
Los Inkas que tomaron el lugar, indica, lo implementaron con una serie de construcciones. En los alrededores se ubican más de 69 recintos, con calles y escalinatas, además de una fachada principal hacia la plaza central. En la panpa* adyacente quedan restos de un conjunto de habitaciones construidas posiblemente para los trabajadores con piedra caliza.
Una densa vegetación cubre parte del grupo arqueológico que ha sido depredado por pobladores actuales que han usado sus piedras para sus viviendas. La escasa enseñanza de nuestra historia, tan rica y vasta, minimiza la urgencia de resguardar estas obras del pasado que son una atracción turística. La sola vista del ushnu es impresionante.

Los Inkas usaron mucho oro en sus templos y mansiones sin que se conozca hasta dónde llegaron en sus técnicas, pues, los españoles se llevaron cuanto encontraron y el resto fue ocultado por los cusqueños. Lo más notorio es el empleo de la piedra como principal material y en eso sus talladores y arquitectos fueron eximios maestros. Su esfuerzo por articular las regiones no les dio tiempo para dedicarse a la orfebrería como los moche, cuyos orfebres dominaron el arte de fundir el oro y la plata, martillar, laminar, recortar, calar, embutir, repujar, cincelar, engastar y hasta soldar las piezas entre otras exquisiteces. Cuando quisieron adornar sus espacios sagrados se llevaron a orfebres norteños para ese trabajo, aunque fue en sus últimas décadas. 

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Sin embargo, lugares como Kuranba, indican un quehacer de la minería dedicada a los metales -oro, plata, cobre y otras aleaciones- con una infraestructura de más o menos 500 hornos con fines religiosos y suntuarios de los señores del Tawantinsuyu.
Los hornos metalúrgicos, explica Fernando Moscoso, tienen una ubicación extraordinaria orientados hacia las fuertes corrientes de vientos procedentes de los valles interandinos. Su vista en las noches debió ser magnífica por el fuego al rojo vivo derritiendo el contenido de los crisoles. Los mineros disponían de un buen abastecimiento de leña en los bosques cercanos donde abunda mucho la chillka, apreciada por su alto contenido de resina, elemento indispensable para atizar los hornos. Agrega que los terrenos de las comunidades de Panpamarka e Iskawaka fueron yacimientos mineros donde había vetas de oro, plata, zinc y cobre. Años más tarde, en 1560, durante el mandato del Virrey Andrés Hurtado de Mendoza, se descubrieron minas de azogue en Huancavelica, que pertenecía por entonces a lo que hoy es Apurímac. El interés de los españoles dio lugar a que se establecieran en Andahuaylas seis Corregimientos y en Abancay un Corregimiento con veintitrés  Repartimientos a fin de proveer mitayos a los explotadores del mercurio. El resto es historia virreinal y los fines completamente diferentes. Una nueva etapa que fue trágica en la minería peruana.

*Panpa. Palabra qechwa.

Alfonsina Barrionuevo

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