¡PACHA KUNUNU NUN!
El piso comienza
a temblar y el alma se va a los quintos cielos. ¿Hay algo que se pueda hacer?
Da ganas de quitarse la piel como un traje inútil y que los huesos del esqueleto
salgan volando. Habrá alguien que pueda resistir fríamente la sacudida de un Pacha
kununu nun. Creo que nadie. Cuando la tierra se zarandea, como si fuera un perro con malas pulgas,
pareciera que trata de librarse del peso de los liliputienses que somos. Un
sismo puede explicarse solo desde ese punto de vista. ¡Basta de cosquillas
indeseadas!. La artillería que manejan los poderosos para destrozarse le pesa
en cierto momento. De sus recónditas entrañas sale su grito con estruendo,
¡fuera! ¡fuera! y el hombre pobre, dice César Vallejo, el poeta universal,
busca agarrarse de algo, de una viga, baranda o marco de una puerta.
Pobre Marcia, el
sastrecillo valiente que mató a siete de un solo golpe ensaya una sonrisa. Muy
tarde me enteré que eran siete insectos. Así nos debe sentir la madre Tierra,
Pachamama, incomodándola, produciéndole escozor, deseos incontrolables de mandarnos
a los últimos infiernos.
Al día siguiente,
hoy 9 de julio de 2017, pienso en ese fuego purificador que estuvo suspendido
del espacio, crepitar de llamas que produjo un vapor que devino en agua, ya tuvo
mar por doquier, uniforme, reflejando estrellas. Pero la megamasa que le cayó
del espacio rompió sus equilibrios. Al rotar la rompió y la mandó a cualquier
lado y aunque hubiera querido amasarla no pudo. Al fondo se crearon placas que
se empujan unas a otras y producen los terremotos.
Los
continentes ruedan sobre bielas cada vez más a menudo, o será que la tecnología advierte inmediatamente en qué lugar pasó el temblor que enfría espíritu y roba vidas.
Los
movimientos son siempre pesadillescos. El pulseo acaso demuestra quien es el
más fuerte o como siguen dominados los espacios terrestres.
Las moradas de
los tiempos de antaño no eran tan opresivas y los seres humanos se ingeniaron
para no hacerle resistencia a la bestia
sísmica. En Perú unas bolas en el pie de
las paredes bastaban para jugar con los vaivenes, eso en Caral. En Qosqo unas abrazaderas de piedra en
cada esquina y los muros libres y posados
sobre el suelo para dejarse mecer. La gente se ingeniaba para resistir las furias.
En otras partes las viviendas fueron de bejucos para no dañar a sus habitantes.
Cuánto más altos los edificios más vulnerables. ¿Ciento cincuenta pisos? Una
pirámide moderna donde se estrechan los cuerpos y las mentes. No era
cuestión solo de reproducirse. Ahora se piensa en colonizar otros planetas. En
Qosqo inka había una waka, la Warasinse, en cuya orilla se formaban los
terremotos. Había que mantenerla calmada con un bozal de ruegos, adormecida a punto
de cariño. ¡Quién se iba a atrever a inmovilizarla de otro modo!
No hay un
poema, ni un escrito, ni una canción. Qué decirle a la Tierra cuando tiembla, se excita y se acalora, cuando desenfunda
sus cimitarras cortavientos, cuando no soporta a una humanidad irreverente. Su
protesta es nuestra protesta. Quién iba a saber de unos volcancitos submarinos que
energizan sus rabias en ciertas épocas y crean situaciones de espanto, o vientos
que se filtran en las grietas y las expanden por segundos hasta caer exhaustos
unos sobre otros.
Estamos en el
Cinturón de Fuego del Pacífico y cuando ajusta Dios nos salve a las hormigas
humanas ante la majestad de la naturaleza terráquea y sus iras. Que no tengamos
que decir “Ave Tierra…”
Alfonsina Barrionuevo
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