domingo, 28 de junio de 2015

EL SECRETO DE LOS KHIPUS
El martes concluye la Exposición Fotográfica de “Wakas del Qosqo” en el Museo “Casa del Inka Garcilaso” de Cusco. Me provoca nostalgia porque me voy nuevamente de mi ciudad.  Estuve como siempre con cielo azul de bandera, el sol tendiendo sus puentes de luz en calles y plazas. Hallando a mis amigos con una sonrisa y un saludo. Mirándome en las imágenes como soy, optimista, risueña, sin ceños ni melancolías. Amo la vida, sus oros prendidos en el aire, sus corcheas saltando en las cuerdas del viento, sus mil pies enhebrando  himnos en el agua.  Mis manos acariciando sus muros, arrancando sones dormidos en la María Angola, hilando las nubes de hoy y seguramente las que vendrán mañana en mi pushka. No importa si el tiempo desfila con sus estandartes. Volveré cualquier día para encontrar la mirada cariñosa de Julia, la sonrisa de Abel, las historias de Lizardo, la música de Jorge, el señorío de Quina , la creatividad de Maxi. No se fueron, están en mí, como yo quedaré en aquellos que leen mis líneas.  Lo que escribo ya no es mío. Quedan en ti.
Cada fotografía de aquellas estarán muy pronto en el libro como un espejo de lo que estoy en contra en la memoria de los khipukamayoq.      



SENDERO DE ORQUIDEAS

En el teclado de mi computadora cada letra se convierte en una orquídea en  homenaje a José Koechlin y su esposa Denise Guislain por restaurar y conservar  el bosque de nubes de Inkaterra Machupiqchu Pueblo Hotel,  en cuyos árboles se mecen estas flores de exquisita belleza. Es una parte del entorno mágico del santuario inka donde ellas parecen estrellas que se descolgaron del cielo. Son unas trescientas setenta y dos especies que saltan entre mis dedos aromando con su perfume comillas, signos de admiración, números, puntos, paréntesis y guiones, mientras yo camino en mi memoria por su sendero, donde circulan turistas que llegan de cualquier punto de la tierra para copiar en sus pupilas sus delicadas y caprichosas formas.

Presiono una tecla y es la misma orquídea que admiraron los chavin, hace milenios, inmortalizándola en la piedra. Otra es Wiñay Wayna, Epidendrum secundum, la doncella inka, que acarició con sus dedos de pétalo un glaciar del nevado Salqantay recibiendo el don de vivir en flor del Apu de la Eterna Juventud. Sigo y encuentro la Waqanki, Masdevallia veitchiana, que no pudo amar al guerrero que la descubrió, en una noche de luna bañándose en la cascada, y llora por haberlo perdido. La Epidendrum pachakuteqianum evoca al poderoso señor que recibió el mandato de las fuerzas cósmicas y telúricas de construir Machupiqchu en su cima. Entre las recién descubiertas la Kefersteinia koechlinorum ’Denise’, por los cuidados que ella les brinda. Más o menos al final la Epidendrum quispei y la Telipogon quispei que recuerdan a Moisés Quispe, el excepcional jardinero jefe, antes agricultor, que aprendió a identificar, coleccionar y cultivar las orquídeas nativas hasta que ellas lo llevaron a su paraíso. Nunca sabremos qué orquídeas fueron convertidas en mujeres por los espíritus de la foresta, según la leyenda,  pero deben ser encantadoras por haber tenido sus antecesoras el corazón de una orquídea como paqarina o lugar de nacimiento.
En el teclado hay muchas más que lo llenan de colores  como si el arco iris se hubiera entretenido con la paleta de un pintor, haciendo maravillas; blancas con venas granate, amarillas moteadas con marrón, azules con blanco, fucsia en degradé, rosadas de tonos fuertes y suaves, púrpura casi negras; en fin una colección interminable, en las que puso el embrujo de sus pinceles. Viéndolas entiendo como despertaron la admiración de José Koechlin hace veinte años.

La historia del sendero, donde el sol mide la fuerza de sus rayos para ser una leve caricia y la lluvia camina de puntillas respetando su fragilidad, es conmovedora. Primero, porque restaurar bosques talados no es fácil. Es una tarea de tiempo; días, semanas, meses, años, de sembrar árboles, para que volvieran las orquídeas a reinar en su habitat, sacrificando espacios rentables en obsequio de su ambiente. En un lugar devastado por agricultores que, en su urgencia de vivir, no percibieron la grandeza de los cerros adyacentes, el majestuoso Putukusi, el recio Kutija y más allá las frondas crespas del Kollpani, es justo que La Society American Orchid considere los jardines de Inkaterra como el de mayor cantidad de orquídeas nativas expuestas al  público en su medio natural en el mundo.
 La bióloga residente Carmen Soto siente ternura por esa naturaleza pujante  asociada a su vida y se preocupa por deshacer algunos mitos. No son parásitas como se cree, no todas carecen de fragancia o provocan rechazo. Algunas como la Trichopilia fragans,  la Kefersteinia koechlinorum o la Pleurothallis resoluta, desprenden una fragancia deliciosa al anochecer. Hay orquídeas  terrestres que crecen a nivel  del suelo, litofitas sobre piedras y rocas,  epifitas abrazadas a los árboles meciéndose en las hamacas del aire o  incrustándose en los troncos como preciosas miniaturas que se aprecian mejor lupa en mano, hemiepifitas que trepan desde abajo en una hilacha vegetal en busca de la luz y saprofitas que gustan extrañamente de la materia en descomposición.

El libro “Orquídeas” de Inkaterra compendia con excelentes fotos y dibujos los secretos de estas flores mágicas que merecieron estudios apasionantes  de cusqueños como Fortunato L. Herrera y César Vargas, siguiéndoles otros peruanos y extranjeros. Ellas pueden ser hermafroditas o masculinas y femeninas. Sus agentes polinizadores varían. Abejas macho que al impregnarse con su esencia se tornan en amantes irresistibles; mariposas alas de cristal o dípteros que descienden suavemente en su “pista de aterrizaje”, cubierta por un polvillo parecido al polen; y colibríes verdiblancos o cola de raqueta que se mantienen en equilibrio para sorber su néctar. Cuando maduren sus frutos unos cuatro millones de semillas volarán a balancearse en los columpios de la brisa en busca de un hongo de germinación. Llegarán a su adultez en cinco o seis años y así otra vez en los jardines de Machupiqchu Pueblo Hotel que son un gran centro global de conservación in situ de orquídeas y el mayor banco de germoplasma creado para repoblar áreas afectadas.

Con las orquídeas se vienen sobre mi teclado el gallito de las rocas andino que es una llamarada viviente y escucho nítidamente en una grabación increíble al perico gorrinegro, al chotacabras ocelado, al jacamar frentiazulado, al hormiguero gargantillano, a la cotorra carirroja, al rondabosque rayado, al relojero coroniazul, al colibrí pechicastaño, al carpintero olivacero, al cucarachero bigotudo, al quetzal cabecidorado y hasta ciento cuarenta voces aladas de sus reservas.  En el sendero hay lugar para un oso de anteojos que estuvo recluído en una jaula donde apenas podía moverse y ahora se siente en libertad, con desayuno a la carta y hasta un “spa” cristalino para bañarse. Su vecino goza de las mismas comodidades y un osito pequeño  aprende a vivir en libertad, con sus propios alimentos,  para buscar un día su pareja.

Extrordinaria labor de Joe Koechlin,  su esposa Denise y sus colaboradores que protegen una innumerable y preciosa familia en Machupiqchu, iluminados por los Apus del Urubamba y su Pachamama.
Alfonsina Barrionuevo

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