domingo, 21 de junio de 2015


FRENTE A LAS WAKAS DE QOSQO

Gracias a los khipukamayoq el Qosqo tiene otra dimensión para mí. Mientras los árboles de la vieja quinta Lomellini susurraban historias olvidadas volví a ver al poderoso Ayar Auka, plegando sus alas, con una última mirada al valle salvaje, antes de convertirse en piedra. Un poco después llegó sombrío Ayar Manko, después Manko Qhapaq,  y decidió asentarse en el lugar, fundando la ciudad que soñó con sus hermanos. El sol buriló con sus rayos  un espacio abajo, y lo dedicó a su padre celeste, el Sol,  Apu Inti, llamándole Intikancha.  Más tarde, entre los cuatro recintos sacros quedó el recuerdo fundacional. Pachakuti Inka Yupanki hizo colocar una piedra de río pulida, Qaritanpukancha, “el lugar donde el hombre ungido por las cirucnstancias, el gran Manko, su antepasado, decidió  poner la semilla de un imperio.”
He vivido muchos años en Santo Domingo, donde está el Qorikancha, y nunca imaginé que en la plazoleta, donde jugaba el plik plak con mis amigas,  existieron ocho wakas amadas por una población de sacerdotes y pobladores. Que allí estaba Warasuinse,  “en cuyas orillas se generaban los terremotos”; Willka Nina, “la del fuego eterno”; Th’uruka, “el padre barro”, Kinkil y otras que  están en mi libro “La Memoria de los Khipukamayoq” que voy avanzando día a día.

Desde el 2011, cuando me lancé a investigar las wakas de Machupiqqchu,  comencé  a sospechar que tras el muro curvo o semicircular del Qorikancha había una waka, igual que allá, en el santuario maravilla del mundo.  Lo confirmé con el arqueólogo Raymundo Béjar, quien trabajó en el equipo que restauró el convento y la iglesia de Santo Domingo después del terremoto de 1950, y me dijo que allí había una enorme wanka  que contribuía a sostener con uno de sus extremos el altar mayor.  Todos la vieron como una simple roca, ignorando que ella manejaba el sistema pétreo de Qosqo. Pero, mi alegría fue sin igual cuando descubrí su nombre en la relación de wakas y seqes. Ella se llama Subaraura. Raura quiere decir arder, dijo una maestra qechwista que visitó a Ana María Gálvez, mas fue imposible aún saber qué quiere decir Suba, Suwa, Suta, etc. Los españoles no sabían hablar el idioma inka, lo escuchaban mal y lo escribían peor.  Por ahora se llama Subaraura y me gusta que tenga un nombre porque así sera llamada, tendrá identidad.


IMÁGENES EN VITRINA

Ana María Gálvez  ha puesto en una digna vitrina a las wakas que envié en imágenes a Qosqo. Ella es la Directora del Museo Histórico Regional “Casa del Inka Garcilaso”, cuyo nombre debe ser simplemente así, sin Chinpu Oqllo, como se llamaba su madre. No he leído que nadie cargara con los nombres maternos, ni en qechwa ni en español. El Inka cronista usó como patronímico el apellido del padre y  en buena hora, porque no encajaría en el colchón de Garcilaso, ni Manuel, ni Francisco o Gonzalo.
En la sala de exposiciones temporales armé una mesa de ofrenda inka aprovechando nudos de los khipukamayoq que contabilizaron granos de maíz, mama sara; de kinua, mama kihura; unidades de papa, mama aqsu; otros alimentos, pallares, frejoles, maní, y también algodón de colores más trozos de wira, una pluma de cóndor, dos de papagayo, conchas y una estrella de mar, completando los ingredientes con minerales y tierras de colores.  El catálogo que es una atención de la Dirección de cultura Cusco a los expositores fue un hermoso recuerdo para los asistentes. Hablaron sobre mi trabajo con generosidad el escritor Luis Nieto Dégregori, por la Dirección de Cultura; Luis Repetto, director del Museo de Arte Tradicional de la PUCP de Lima; y, Oscar Oaredes, antropólogo de la Universidad Nacional de San Antonio Abad.
Esta muestra, -que ha contado con la simpatía y el aliento de la Empresa Minera Antapaccay, del Grupo Aranwa, de la Cátedra de la UNESCO de la Universidad Ricardo Palma y de Samaca Perú-, es muy importante para mí. Como sucedió con las fotografías de las wakas que ubiqué en Machupiqchu y que tomó Peruska Chambi, es un previo a la publicación de mi próximo libro: “La Memoria de los Khipukamayoq”. José Alvarez Blas, gran médico liberteño y fotógrafo de excelencia, se ocupó de las wakas naturales, nevados, cerros, ríos, espinos y manantiales,  y Fernando Seminario Solaligue de las wakas de la ciudad, para lo cual  recorrimos  durante muchas horas las calles de Cusco viendo los ángulos que se precisaban para que fueran apreciadas. En Lima trabajé con mi hija, la arquitecta Vida Velarde, para extraer del catastro el plano del Cusco Inka, ocupándose del acabado el ilustrador Ricardo Pachas. 
He dejado de hacer trabajos que me ayudan a vivir para investigar, pero este esfuerzo lo hago con alegría porque es algo que quiero dejar a los que aman y tienen orgullo de nuestras culturas. Si quería  ubicar las wakas del Centro Histórico de Qosqo yo tenía que conocer su historia y entrar de lleno en la concepción que tuvo Pachakuti Inka Yupanki del mundo andino. No sé si lo estoy logrando pero me fui más allá de lo escrito en khipus peruanos y en letras europeas. Lo digo porque quise arrancar del  lago Morkill,  que se desaguó hace unos trescientos mil años y cuya excelente reconstrucción hecha para el Museo me permitió usar  Ana María Gálvez, para presentrar el Qosqo Inka desde sus orígenes remotos hasta hoy, en que luce postergado y ultrajado, a veces por propios y extraños, que hacen pintas en sus muros y  hasta los rocían bárbaramente con ácidos, como si sus piedras,  sagradas para los Inkas, los ofendieran o merecieran su rechazo.
Quizá vaya hablando un poco más de las wakas en adelante, aunque quiero reservar  lo que tengo avanzado para el libro.  Hay más que caminar le he dicho a Seminario, que hará más fotografías y deberé pasar más tiempo con los manuscritos, apuntes y libros junto a la computadora. Como  otros amigos investigadores  me gusta trabajar.

Alfonsina Barrionuevo


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