martes, 22 de junio de 2021

 



QUÉ DICEN LOS KHIPUS

En 1583 el informe del cronista jesuita José de Acosta logró que el Tercer Concilio Limense ordenara que se quemaran todos los khipus históricos del Qosqo. Los consideraron peligrosos porque contenían una relación completa de sus creencias religiosas. Así se hizo y los estudiosos manifiestan en este siglo que solo quedan los khipus contables, alrededor de novecientos en museos del mundo y colecciones privadas. El contenido de los khipus históricos se debe apreciar en las crónicas del seiscientos, en los dictados de los Khipukamayuq a Pedro Cieza de León, a Cristóbal de Molina y a uno que otro más.

‘Lo que dicen los Khipus’, mi libro publicado en el 2019, es el inicio de un sueño, entrar en el iluminado corazón del Qosqo para recorrer caminos escondidos en busca de su verdadera historia. Al revisar las crónicas del siglo XVI  y XVII me fui dando cuenta cómo deseaban los españoles proyectar una imagen distorsionada de la capital del mundo andino. Un propósito que no es el mío. Quiero que no se vea a los señores Inkas con una lupa invertida, sino reunidos con nosotros bajo la misma fronda.

En esa circunstancia me ha sido dado descubrir, en la interlínea de los mismos manuscritos, a unos sabios maestros, los khipukamayuq. Nadie mejor que ellos para develar incógnitas y sacarlas a la luz. No he hecho más que seguirles y en los nudos en los hilos de sus cordeles surgen las respuestas a preguntas que se quedaron flotando en el infinito, me parece por una eternidad.

Afortunadamente vienen del ayer con su mensaje al presente derribando miles de barreras. Veamos cómo habrían registrado la preparación geológica del escenario  donde se desarrolló el Qosqo, si lo hubieran avizorado desde una estrella.

Habrían tomado el colmillo de un mastodonte para el ramal principal, tejiendo el pelo erizado de los megaterios o perezosos gigantes como cuerdas, conchas gigantes para los ñudos donde brillaran las turquesas del cielo con engarces diamantinos de hielo. Antecesores prehistóricos de Guaman Poma que relata brillantemente la acción del khipukamayuq mayor Kuntur Chawa que usó el pelo grueso de los ciervos viejos como husos y los granos de kihura o kinoa, para informar al Inka el número de los habitantes que había en el Tawantinsuyu con su edad, oficio y ubicación; a base de reportes que le entregaron los suyuyoq wayaqpuma, cabeza de regiones.


En los khipus geológicos hubiera quedado registrado el momento en que los Andes se arrancaron con estruendo del planeta hace millones de años, como si quisieran incrustarse en el espacio. En el lugar que ocuparía un día el Qosqo apareció entonces una inmensa y profunda cavidad. Los gigantescos deshielos y las afloraciones subterráneas la rellenaron formándose un lago glacial. Sucedió a inicios del Pleistoceno en la Era del Cuaternario, en un tiempo sin fin de soles cazadores y lunas pescadoras. En un área donde pacían criaturas prehistóricas descomunales transitando entre auroras inocentes y crepúsculos sombríos.

El agua, en un plano horizontal a simple vista, escondió por millones de años sus secretos. En realidad colgaba de la cabecera de Saqsaywaman, como una lágrima inconmensurable, hasta que se despeñó al producirse una ruptura en la desembocadura natural de la Angostura. El fragor quebró sus silencios y aunque es imposible saber si se debió a una fractura de origen tectónico que se activó y produjo un fuerte movimiento, o si los excesivos  deshielos vencieron el equilibrio de la masa líquida que estaba en declive, y por su volumen terminó huyendo angustiada hacia el Sur.  Sea una la causa o ambas el hecho es que el fenómeno geológico favoreció el futuro de la zona que después sería asiento de la capital de un imperio. 

Un rezago del lago es el humedal o laguna de Wakarpay, en Lucre. Al verle es imposible sospechar los eventos transcurridos en los remolinos del tiempo. Si hablaran los únicos que contarían las transformaciones sucesivas serían los silvestres poronqoes, qochaqoes o qochakuyes, antepasados de los kuyes actuales, empequeñecidos  en el transcurso de innumerables  lunas caídas en el bolsón plateado de la noche.

El anfiteatro rodeado de montañas a manera de un cáliz de roca resultó monumental y a la vez atemorizante. Los grupos humanos que lo avistaron pasaron de largo. No se decidieron a quedarse en el paraje dominado por los elementos cósmicos y telúricos en estado salvaje. Los rechazó la vista de su lecho agreste sembrado de ciénagas espesas plagadas de amenazas. Hierba inútil cortadera, manantes que afloraban imperiosos y riachuelos que se desbocaban sin freno, bosques de rayos en las tardes incendiando el infinito con su ramaje electrizante, arco iris ahogando a la lluvia en las nubes para impedir su parto, truenos horrísonos que hacían temblar las bóvedas del cielo, vientos huracanados que hostigaban el corazón de la tierra, granizo diluviando sobre las abras hasta cubrirlas, estrellas crujientes al chocar entre ellas como cuarzos cósmicos y sol castigador  que hacía hervir los espejos del aire y doblaba las rodillas de  la Pachamama.

Una naturaleza hosca pero mágica que poseía un alucinante kamaqen que es la esencia de los seres humanos, animales, vegetales y minerales del Ande. Su magnetismo  aún se desprende de los muros de piedra que quedan en el Qosqo. Bloques aparentemente  estáticos en cuyo  corazón discurre como un río la historia  que vivieron los pueblos del Perú, hasta donde llegaron los caminos de los                                                                                                                          cuatro  suyus.

Un espacio predestinado que no ofreció a la gente del ñaupa pacha, ‘el tiempo sin edad’, condiciones favorables para acometer sus sueños, cuando podían acceder a superficies  llanas en un vasto territorio, con entrantes a un mar bullente de vida, lagunas preñadas de criaturas dulces, valles bendecidos por la fertilidad,  bosques con revuelo de  frondas protectoras brindando frescura contra los calores o prestando refugio en los días lluviosos.

 En el caso de los Inkas su soledad les incentivó para sostener un pulseo franco con los elementos del cosmos y la tierra hasta llegar a un entendimiento y  coexistir en armonía. Ellos y la gente andina sabían cuán benéficos podían ser y cuán perjudiciales con los hombres y los campos. Nunca los consideraron dioses y al mismo tiempo que los querían  les temían.

Las wakas o espacios sagrados se establecieron para comunicarse con esas fuerzas o energías para hacerles peticiones mediante ofrendas, expresarles su reconocimiento por la gracia concedida o quejarse de sus excesos. Hasta ahora entablan diálogos a su entera voluntad. A veces cuando es imprescindible que el sol se quede un poco más para acabar las cosechas; que las estrellas floten por canales subterráneos para avisar dónde están las semillas que guarda el rayo, o que el  viento de agosto Apu Wayra controle sus furias y respete las parcelas de plantitas núbiles.

El Qosqo,  cuyo verdadero significado en qechwa es centro u ombligo, fue una ciudad muy amada por sus habitantes. Qosqo y no ‘Cusco’, tampoco ‘Cuzco’ que en el idioma peninsular quieren decir ‘perro pequeño’ y se usaron con burla para humillarla. En su época de gloria llegó a tener un altísimo rango político, religioso y social en el Imperio del  Tawantinsuyu. El puñado de españoles que la despojó de sus riquezas rompió sus esquemas al afincarse en ella. La ciudad sufrió innumerables atentados en el siglo XVI cuando fue saqueada por los aventureros que llegaron hambrientos de poder; doblegada por su nuevo vecindario y en éste, con su paisaje alterado para acomodarla a diversos intereses. La globalización no permite conocer a fondo su historia como ocurre también con otras ciudades nuestras donde florecieron magnas culturas.

En lo que vienen a ser los khipu o khipus de Qosqo, su memoria, el objetivo del  libro es ordenar hechos olvidados que constituyen la base del llamado ‘orgullo de ser peruanos’, sustentándolos en la información dada por los khipukamayuq a los cronistas. Al realizar la investigación se descubre la parte más destacada  de la existencia del Qosqo, resaltando la actuación de Pachakuti, el Inka estadista y urbanista, que convirtió un lugar inhóspito de la qechwa en una ciudad incomparable. Del mismo modo el conmovedor accionar de los khipukamayuq para conservar su historia. Curiosamente,  sin que sus valiosos ‘escritos’ de hilos y nudos tuvieran ese destino llegaran  a viajar al presente. Lo han hecho siguiendo su propia vía en una cápsula de tiempo de pabilos.

Alfonsina Barrionuevo

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