AMÉRICA ROTA
En
1583 cuando el Tercer Concilio Limense ordenó quemar todos los khipus
históricos del Qosqo sin dejar ninguno fue como si borrase la memoria general
de todos los pueblos del Perú. Miles de años en que florecieron nuestras gloriosas culturas pasaron a la sombra. Nuestra
historia la han considerado por eso con timidez. Se ha minimizado tanto que
necesita un defensor, lo necesitamos para que el mentado orgullo de ser
peruanos tenga su base, negada en la Colonia. Nos preguntamos cuando comenzó la
debacle a la que hemos llegado. Creo que tiene un origen. Hay que recordar. No para odiar sino para retomarla
del olvido.
Para
comprender mejor esta afirmación hay que
ir a 1492, cuando se registró el encuentro entre dos mundos, América y Europa.
América del Sur se bañó en sangre. Fue terrible, millones de sus habitantes murieron
por diversas razones, y, también por la crueldad de los recién llegados. Nuestra América no le debe nada al Viejo Mundo
que más bien recibió sus riquezas con generosidad y en cambio le devolvieron dolor
y muerte, como debe estar consignado en el capítulo respectivo de la historia
universal.
Recuerdo
un par de episodios inhumanos que dan la talla de su comportamiento.
Los
soldados se entretenían con apuestas
sobre su puntería. Mandaban buscar mujeres gestantes de primeros meses y las colocaban en fila frente a ellos y
disparaban. El ganador debía matar con un solo disparo a la madre y a su criatura.
Las atroces
artes del aperreo se practicaban masivamente con perros entrenados para atacar
y matar indios. Se cita a uno, Leoncito, que aperreaba setenta indios por día para diversión de su amo. Los
cronistas de ese tiempo relatan como este animal fue piadoso. Para deshacerse
de una mujer muy anciana le mandaron llevar
una carta a una localidad cercana. El perro debía alcanzarla a medio camino. Ella
lo sintió acezar y se quedó quieta se arrodilló y le explicó que tenía un
encargo que cumplir, que la dejara ir, el animal se sorprendió, la olfateó y se
orinó sobre su ropa que ella contó al regresar ilesa.
En el Perú se registraron más tarde otros despoblamientos. El primero en el siglo XVI que salió a la luz cuando el rey Felipe II quiso cobrar los impuestos que había ordenado. Su padre, el emperador Carlos V, acabó con los envíos cuantiosos de planchas de oro y plata de los templos y palacios del Qosqo y él debía ingeniarse para llenar las arcas vacías de España. Pidió entonces que sus habitantes tributaran. Como no llegaban las recaudaciones que esperaba mandó que se hicieran visitas a las poblaciones del norte desde Lima hasta Tumbes para saber cuántos indios habían y calcular cuánto correspondía a la Corona. El resultado fue increíble. En ellas solo encontraron viejos, niños y algunas mujeres. No contabilizaron hombres porque todos habían fallecido debido a los abusos y la desmedida explotación en los obrajes. Nadie se salvaba con ellos. Los nuevos vecinos estuvieron atentos solo a sus ganancias.
Una
segunda despoblación tuvo lugar en el siglo XVIII por el trabajo forzado en las
minas. Los hombres eran arrastrados hacia
los socavones donde la mayoría entraba para no salir. Los que habían resistido regresaban con los
pulmones destrozados por el mal de la piedra solo para morir.
Las familias se quedaban huérfanas. La
desesperación y el miedo de que se llevaran a sus hijos daba lugar a que las
madres recurrieran a medidas extremas. Que hicieran cortar la mano izquierda de
los recién nacidos para evitar que se los llevaran cuando fueran mozos. Lo cual
se describe con dibujos en un mural del beaterio de las Nazarenas, hoy hotel, en el Qosqo.
Los
españoles inventaron unas ‘máximas’ en qechwa que se repiten hasta ahora y se
atribuyen equivocadamente a Pachakuteq.’Ama
Qella, Ama Llulla y Ama Sua’. ‘No seas ocioso,
No seas mentiroso, No seas ladrón’. Según el profesor universitario César Guardia
Mayorga, autor de un diccionario qechwa,
están recortadas. En realidad dicen, Ama Qella, No seas ocioso trabaja para el
patrón. Ama Llulla, no le mientas al patrón, no le engañes, es tu dueño. Ama
Sua, no le robes al patrón, todo lo que haces le pertenece. Los indios carecían
de valor económico y solo formaban parte
de las encomiendas como los animales o las tierras de cultivo. Un esclavo negro valía más porque representaba un gasto, para, una inversión.
El cronista
jesuita José de Acosta reconoció que nuestra gente superaba en muchos campos
del saber a sus homónimos españoles y lo dijo en sus escritos. Se interesó
mucho por los khipus históricos del Qosqo
nuestra escritura que no tenía relación con la suya. Llegado el momento los denunció diciendo que eran peligrosos. Los ramales con hilos y nudos
contenían las creencias religiosas de los inkas, sus plegarias y ofrendas, su
historia, su ciencia, su filosofía y sus tecnologías. Su contenido describía la
historia, la cultura y las tecnologías. Merced a su intervención en el Tercer Concilio
Limense de 1583 ordenó que se quemaran miles, sin quedar ninguno. En el khipu
kancha ardieron todos los que habían en el territorio. Los investigadores afirman
que no hay ninguno en el mundo. Los que si existen, alrededor de novecientos en
los museos y colecciones privadas, son solo los contables que se usaban para
las cuentas en el Perú.
En el curso de la Colonia los españoles avecindados en sus regiones se comportaron como superiores menospreciando a la población andina. En cientos de años generaron en ella un complejo de inferioridad para justificar su dominio. En el caso del qechwa, mirado como un idioma inferior su sobrevivencia es conmovedora, no le dejaron morir. Hace unos dos años cuando era inminente su desaparición oficial los qechwa hablantes dejaron de ocultarlo, ahora está dentro del orgullo de ser peruanos. En las ciudades el idioma de los blancos era obligatorio y muchas personas preferían callarlo. El nombre de qechwa engloba a las lenguas que han llegado a nuestros días. Tuvimos muchas de acuerdo a las numerosas culturas que florecieron en nuestras regiones.
Micaela Bastidas, la líder de la Revolución de 1780 pudo protestar contra su sentencia en lo tocante a nuestro idioma. ‘Me duele, Areche, que al mismo tiempo condenaras a mi pueblo mandando que cambiaran sus ropas y vistieran las tuyas, que adoptaran los apellidos españoles y sobre todo que dejaran de hablar el qechwa que era como negar a la madre, perdiendo su herencia cultural. Nada es tan dulce como amar en qechwa, tan digno como hacer justicia en qechwa, tan vigoroso como luchar en qechwa y llevar el runasimi como una bandera desplegada en cada pecho.
Alfonsina Barrionuevo
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