EL SEÑORIO DEL RAYO
Los cronistas que
llegaron después de las huestes de Pizarro preguntaban con masoquismo cómo fue
el Qorikancha, el famoso templo inka de Cusco. Querían saber cuánto de oro
había n él para intentar prender en sus
pupilas un fuego que no podía alumbrar, pero si envidiar. Como ai fuera posible
arañar la piedra para coger por lo menos la huella de un millonario botín que
ya no existía. La respuesta era invariable. Había mucho oro que recubría las
paredes. En sus jardines hasta el cascajo era de oro. Malhaya su suerte haber
llegado tarde cuando no podían convertir las palabras en el codiciado metal. Oro
que fue. La desnudez de la piedra quemaba sus entrañas. Oro insoñado, tornado
en pesadilla que sólo está escrito. Sus anotaciones dan una idea lejana de ese
Cusco rutilante, que era asombro de extraños.
El santuario de
Machupiqchu debe haber sido recipiente de
inenarrables riquezas. Nadie las
vio. No queda una mano testigo prendida en un manuscrito doblegándolo con un
peso de ley. La imaginación empalidece frente a su posible realidad. Los
españoles no saquearon el santuario porque desconocían el fabuloso complejo de
wakas, La pregunta sobre los autores nunca tendrá respuesta. El monte la cubrió
en parte, sin embargo mirando sus ambientes hay una que cuelga del vano de la ventana del muro circular que protege a
Mama Qaqa, la madre piedra.
Pareciera que allí cayó
con mucha fuerza Illapa, el Rayo, derritió el oro y la plata que ornamentaban
el lugar, y calcinó la piedra del marco que pudo haber tenido incrustaciones de
piedras preciosas, como señalando que desde ese momento todo era suyo.
Me han dicho, más de
una vez, en las comunidades que si el rayo cae en una vivienda su ánima toma
posesión de ella y debe ser abandonada con lo más valioso que comntiene. Si es
así se podría pensar que en Machupiqchu, el rayo, el trueno y el resplandor,
que son una trilogía, tomaron el santuario para sí. Con Tupaq Inka Yupanki,
hijo de Pachakuteq, se cerró quién sabe para siempre. Nadie pudo verlo hasta el
siglo pasado en que pobladores de Paucartambo, sin relación con su esencia
mística, sembraban en sus plazas maíz, yuca y maní.
Nadie imaginó cómo
fue hasta ahora en que comienzo a indagar por sus wakas.
(Más, en mi libro
“Templos Sagrados de Machupiqchu.)
EL
APU DE CACHICADAN
Los
curas doctrineros buscaron inútilmente en el norte a Katekill, señor del
trueno, del rayo y la tormenta, cuyo historial es milenario. Sus sacerdotes lo
trasladaron de un lugar a otro. perdiéndose su rastro. Yo lo encontré en la
sierra de Trujillo, La Libertad.
Hay
magia en Cachicadán, un pequeño pueblo que se encuentra a corta distancia de
Santiago de Chuco, tierra de César Vallejo. Sus aguas termales, con virtudes
medicinales, tienen ánima y sus manos
suavísimas se sienten sobre la piel como una seda. Al atardecer y en noche de
luna el ojo por donde sale, entre neblinas de vapor, tiene "encanto".
No hay que dejarse provocar por su aura embrujadora.
Hace cincuenta años, una recién casada,
Luzmila Carrión Méndez, fue con su jarra
al estanque para llenarla y sintió la fuerza de un extraño movimiento
en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó.
En
la noche soñó con una bellísima señora, muy alhajada, que la invitó a su palacio de cristales. En la siguiente los
árboles susurraron dulcemente su llamado
a su oído. En la tercera volvió a aparecer la dueña del agua ofreciéndole
preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio como se abría el cerro La Botica,
iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó contra ella para que
no volviera, hasta vencer su sortilegio con puro amor.
En
el cerro La Botica, de cuyo costado sale el chorro barroso, hirviendo de una
agua termal, crecen haciendo honor a su nombre una infinidad de hierbas
medicinales, regalo de su Apu o dueño a los hijos del lugar. Para encontrarlas,
refiere Luis Quispe Valverde, -quien recoge la aromática palizada para el mate
del desayuno, la suelda con suelda para el dolor de cintura y el corpusguay
para curar la sangre -, hay que hacerle una ofrenda o regalo. Pedir su permiso
dejándole en algún lugar oculto un trozo de chancaca, cigarrillo, coca y
flores. Al entrar en su territorio, es obligatorio.
El
señor del gigantesco vivero natural de plantas saludables es generoso pero le
gusta la
correspondencia. Está vivo y puede sentir la falta de cariño.
La indiferencia le disgusta y entonces dificulta la búsqueda, esconde lo que se quiere o
marchita las plantas.
En
Cachicadán los cerros se arropan en mantos de color. Sus paisajes encienden las
pupilas de acuerdo a la luz del día o las estaciones del año. Sospecho que es tierra sacra porque allí se refugió el
poderoso Katekill, señor del trueno, el rayo y la tormenta, a quien buscaron
infructuosamente los perseguidores de idolatrías. Los burló completamente,
porque quién puede coger a un elemento de la naturaleza representado
posiblemente por una piedra muy especial.
Apuntes
antiguos del virreinato afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue
llevado por sus sacerdotes para que no lo encontraran. La persecución fue implacable durante más de
cien años. Katekill hacía florecer los surcos y llevaba la lluvia sujeta a sus
talones. Anegaba los campos si quería o retenía al agua atrayendo la sequía. Ahora
descansa entre flores y plantas medicinales
aromáticas en el cerro La Botica, observando los cambios climáticos, intocado,
sin haber permitido el sincretismo.
La iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen del Carmen es la patrona de la iglesia pero los vecinos veneran a San Martín de Porres que fue llevado por una devota que recibió sus dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus ruegos.
La iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen del Carmen es la patrona de la iglesia pero los vecinos veneran a San Martín de Porres que fue llevado por una devota que recibió sus dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus ruegos.
Su
fiesta principal es el 7 de noviembre y se celebra con bandas
de pallos, cusqueños, canasteros,
wankillos, jardineros, osos,
vacas locas, venados y pishpillas
que bailan graciosamente. Los mayordomos reciben toda clase de ayuda desde
vacas, carneros, un lechón, un cabrito, cinco cuyes, un saco
de maíz, jora para la chicha.
También
comida que preparan las familias amigas como jamón, pataska, revuelto de papa, bizcochos chankay, rosquitas y
sándwiches. Para la noche de vísperas
gastan muy rumbosos para castillos de
fuegos artificiales que pintan el cielo de colores.
Muy
cerca, en Guakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro que queda
al fondo es un prodigioso cosmético. Las
industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con
miel de abeja y lo ofrecen para limpiar la piel de las manchas, el acné, las
espinillas y las líneas del tiempo.
Cachicadán
da trigo, maíz, papas, oca, habas, lentejas, lino, cebada, frutas, manzanas,
membrillos e higos. Antes había tejedores de ponchos, alfombras, fajas,
talabarteros que entretejían las riendas y armaban también las monturas.
Un
pueblo con vida donde hacían un alto en sus viajes los caminantes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario