domingo, 23 de junio de 2013

EL SEÑORIO DEL RAYO

Los cronistas que llegaron después de las huestes de Pizarro preguntaban con masoquismo cómo fue el Qorikancha, el famoso templo inka de Cusco. Querían saber cuánto de oro había n él para  intentar prender en sus pupilas un fuego que no podía alumbrar, pero si envidiar. Como ai fuera posible arañar la piedra para coger por lo menos la huella de un millonario botín que ya no existía. La respuesta era invariable. Había mucho oro que recubría las paredes. En sus jardines hasta el cascajo era de oro. Malhaya su suerte haber llegado tarde cuando no podían convertir las palabras en el codiciado metal. Oro que fue. La desnudez de la piedra quemaba sus entrañas. Oro insoñado, tornado en pesadilla que sólo está escrito. Sus anotaciones dan una idea lejana de ese Cusco rutilante, que era asombro de extraños.


El santuario de Machupiqchu debe haber sido recipiente de  inenarrables riquezas.  Nadie las vio. No queda una mano testigo prendida en un manuscrito doblegándolo con un peso de ley. La imaginación empalidece frente a su posible realidad. Los españoles no saquearon el santuario porque desconocían el fabuloso complejo de wakas, La pregunta sobre los autores nunca tendrá respuesta. El monte la cubrió en parte, sin embargo mirando sus ambientes hay una que cuelga del vano  de la ventana del muro circular que protege a Mama Qaqa, la madre piedra.

Pareciera que allí cayó con mucha fuerza Illapa, el Rayo, derritió el oro y la plata que ornamentaban el lugar, y calcinó la piedra del marco que pudo haber tenido incrustaciones de piedras preciosas, como señalando que desde ese momento todo era suyo.
Me han dicho, más de una vez, en las comunidades que si el rayo cae en una vivienda su ánima toma posesión de ella y debe ser abandonada con lo más valioso que comntiene. Si es así se podría pensar que en Machupiqchu, el rayo, el trueno y el resplandor, que son una trilogía, tomaron el santuario para sí. Con Tupaq Inka Yupanki, hijo de Pachakuteq, se cerró quién sabe para siempre. Nadie pudo verlo hasta el siglo pasado en que pobladores de Paucartambo, sin relación con su esencia mística, sembraban en sus plazas maíz, yuca y maní.
Nadie imaginó cómo fue hasta ahora en que comienzo a indagar por sus wakas.

(Más, en mi libro “Templos Sagrados de Machupiqchu.)         



EL APU DE CACHICADAN

Los curas doctrineros buscaron inútilmente en el norte a Katekill, señor del trueno, del rayo y la tormenta, cuyo historial es milenario. Sus sacerdotes lo trasladaron de un lugar a otro. perdiéndose su rastro. Yo lo encontré en la sierra de Trujillo, La Libertad.

Hay magia en Cachicadán, un pequeño pueblo que se encuentra a corta distancia de Santiago de Chuco, tierra de César Vallejo. Sus aguas termales, con virtudes medicinales,  tienen ánima y sus manos suavísimas se sienten sobre la piel como una seda. Al atardecer y en noche de luna el ojo por donde sale, entre neblinas de vapor, tiene "encanto". No hay que dejarse provocar por su aura embrujadora.
 Hace cincuenta años, una recién casada, Luzmila Carrión Méndez,  fue con su jarra al estanque  para llenarla  y sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó.
En la noche soñó con una bellísima señora, muy alhajada, que la invitó a  su palacio de cristales. En la siguiente los árboles susurraron  dulcemente su llamado a su oído. En la tercera volvió a aparecer la dueña del agua ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio como se abría el cerro La Botica, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó contra ella para que no volviera, hasta vencer su sortilegio con puro amor.

En el cerro La Botica, de cuyo costado sale el chorro barroso, hirviendo de una agua termal, crecen haciendo honor a su nombre una infinidad de hierbas medicinales, regalo de su Apu o dueño a los hijos del lugar. Para encontrarlas, refiere Luis Quispe Valverde, -quien recoge la aromática palizada para el mate del desayuno, la suelda con suelda para el dolor de cintura y el corpusguay para curar la sangre -, hay que hacerle una ofrenda o regalo. Pedir su permiso dejándole en algún lugar oculto un trozo de chancaca, cigarrillo, coca y flores. Al entrar en su territorio, es obligatorio.
El señor del gigantesco vivero natural de plantas saludables es generoso pero le gusta la correspondencia. Está vivo y puede sentir la falta de cariño. La indiferencia le disgusta y entonces dificulta  la búsqueda, esconde lo que se quiere o marchita las plantas.

En Cachicadán los cerros se arropan en mantos de color. Sus paisajes encienden las pupilas de acuerdo a la luz del día o las estaciones del año. Sospecho que  es tierra sacra porque allí se refugió el poderoso Katekill, señor del trueno, el rayo y la tormenta, a quien buscaron infructuosamente los perseguidores de idolatrías. Los burló completamente, porque quién puede coger a un elemento de la naturaleza representado posiblemente por una piedra muy especial.

Apuntes antiguos del virreinato afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue llevado por sus sacerdotes para que no lo encontraran.  La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill hacía florecer los surcos y llevaba la lluvia sujeta a sus talones. Anegaba los campos si quería o retenía al agua atrayendo la sequía. Ahora descansa entre flores y  plantas medicinales aromáticas en el cerro La Botica, observando los cambios climáticos, intocado, sin haber permitido el sincretismo.

La iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen del Carmen es la  patrona de la iglesia pero los vecinos veneran a  San Martín de Porres que fue llevado por una devota que recibió sus dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus ruegos. 
Su fiesta principal es el 7 de noviembre y se celebra con  bandas  de pallos, cusqueños,  canasteros, wankillos,  jardineros,  osos,  vacas locas,  venados y pishpillas que bailan graciosamente. Los mayordomos reciben toda clase de ayuda desde vacas,  carneros,  un lechón, un cabrito, cinco cuyes, un saco de maíz,  jora para  la chicha.
También comida que preparan las familias amigas como jamón, pataska,  revuelto de papa,  bizcochos chankay, rosquitas y sándwiches.  Para la noche de vísperas gastan muy rumbosos para  castillos de fuegos artificiales que pintan el cielo de colores.

Muy cerca, en Guakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro que queda al fondo es un prodigioso cosmético. Las  industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar la piel de las manchas, el acné, las espinillas y las líneas del tiempo.
Cachicadán da trigo, maíz, papas, oca, habas, lentejas, lino, cebada, frutas, manzanas, membrillos e higos. Antes había tejedores de ponchos, alfombras, fajas, talabarteros que entretejían las riendas y armaban también las monturas.
Un pueblo con vida donde hacían un alto en sus viajes los caminantes.



Alfonsina Barrionuevo

No hay comentarios.:

Publicar un comentario