domingo, 22 de diciembre de 2019


EL DIVINO GUAGUA DIOS 

La Navidad me provoca una profunda nostalgia. El cariño de mi padre, la calidez de la casa familiar, el Santurantikuy, la feria navideña de Qosqo, el ponche de almendras de mi madre, el conejo de trapo de patas larguísimas de mi hija Vida y la Sagrada Familia hippie de Kukuli. 

En el Perú el Niño Dios entró primero al Rímac, prendido de la capa de los españoles como un killkito (‘ánima’ de un niño) La gente de los cerros de amancaes que sufrió el dolor y el espanto del sometimiento lo llamó much’uyguagua, que quiere decir el Niño que acarrea la miseria. Cuando lo supieron las mamalas (abuelas) del Qosqo pensaron que siendo tan pequeño no podía ser como ellos, lo recibieron, lo bañaron con pétalos de qantu, lo secaron con sus cabellos y lo envolvieron en pañales de bayeta. Así surgió su veneración. Un día lo vistieron tan hermosamente con ropas imperiales que los pintores inkas lo llevaron a sus lienzos.
Los Niños Dios cusqueños, de maguey y pasta, con ojitos de vidrio, dientes blancos recortados de las plumas de los cóndores, rizos ensortijados con limón y almita de oro, son típicos. Al rodar los años se convirtió, por la demanda, en un incansable viajerito, remontando los Andes  para entronizarse en iglesias, capillas, oratorios y casonas solariegas del país y el continente.
El Divino Robapan
Lima fue la capital del virreinato pero también en una época la ciudad de las guaguas divinas. Mientras los siglos caían a sus pies sus historias de maravilla se multiplicaron siendo comentadas en sus calles y plazas. El padre franciscano Odorico Sáíz tuvo a bien abrirme la puerta de los monasterios para conocerlas y difundirlas en diarios, revistas, los canales de televisión 7RTP, Frecuencia Latina y PAX que se aromaron con su inefable presencia y la serie de cuentos que estoy publicando de  ‘Travesuras del Niño Dios en la Tierra de los Inkas.

Al calor de las velas o la intimidad de los tornos abadesas, prioras y comendadoras me confiaron las ceremonias secretas de sus desposorios con el Niño Novio y la velación antes de recibir la toca de profesas en una víspera dulce y memorable.
Las sacristanas conocían relatos de la Guagua divina como protagonista, jugando al plik plak con ángeles chiquillos y haciendo resonar sus risas en prohibidos recintos de clausura, y el testimonio del milagro en la imagen del  niño saltarín que se quedó con un piececito en el aire. 
El Nazarenito
Nada más adorable que verle en su camita de diminutas sábanas de encaje con el rostro que muestra el puchero celestial y una lágrima diamantina reclamando por su olvido. El Perdidito travieso que en una noche navideña de milagro revolucionó el convento al desaparecer. El huerto fue el último lugar en que lo buscaron y allí estaba, durmiendo entre los pétalos de una rosa que les atrajo con su fragancia. O el Nazarenito de cabeza con una corona de espinas, triste porque en un sueño tuvo una visión adelantada de su martirio. Imágenes increíbles que en la Navidad serán colocadas en sus peanas de los monasterios de los Barrios Altos, de la Plaza Italia o del Jirón Camaná para nombrar algunos de las trinitarias, las clarisas, las carmelitas, las dominicas y de la encarnación entre otros que existen en el casco histórico de Lima. 

Virgen de Kukuli
Y no quiero hablar de aquellos que existen en el Perú profundo y en sus iglesias donde están, el Niño Llorón de Ayacucho, el  Huerfanito de Santa Clara de Arequipa que fue salvado por un indio, el que donó su corazón a una monja del convento de Santa Catalina o el que bajó de Ollantaytambo en el Qosqo para ver a su santo hermanito de Markaqocha. Mucho que recordar y de contar, y que espero hacer aún si me alcanza la vida. 
¡A un paso del Año nuevo, Feliz Navidad!



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