lunes, 16 de diciembre de 2019


LOS PECES DE URPI WACHAK

En un tiempo sin edad el mar no estuvo poblado. Los peces, de escama plateada, vivían en un cántaro que guardaba con celo Urpi Wachaq, una mujer de Pachakamaq. En su interior las nubes navegaban y el sol también a veces, bogaba la luna y las estrellas prendían sus luces. Nadie tocaba el urphu o cántaro porque era sagrado.

Hasta que lo descuidó por curiosa. Encargó a una serpiente amiga que lo cuidara y se fue a ver a Kawillaka, la orgullosa hija de un señor de Végueta, que pasó por allí, huyendo de Kuniraya Wiraqocha. Ella había desairado a los señores wakas y wilkas de la costa que la pretendían en matrimonio por considerar que no la merecían. A Kuniraya, que poseía artes mágicas,  también le gustó la doncella y para evitar su rechazo adoptó  la forma de una ave y colocó  su semilla en un fruto de lúkumo. Kawillaka lo comió y tuvo un hijo. Cuando tuvo un año reunió a sus pretendientes y preguntó quién era el padre sin ella saberlo. Nadie contesto y entonces puso a su hijo a gatear y le dijo que lo identificara. El niño se dirigió a un mendigo que estaba por allí  y lo abrazó. Era Kuniraya y al verlo la joven desesperada tomó a su hijo y corrió hacia el mar.
El príncipe apareció con un bellísimo traje y le gritó afanoso que viera cuán hermoso se veía. Kawillaka pensó que se burlaba de su infortunio y aumentó su impulso. El trató de alcanzarla, según la leyenda, pero la joven fue más rápida y se arrojó con su hijo al mar, avergonzada de su presencia. No aceptó que un pordiosero fuera el progenitor de su vástago. 
Resultado de imagen para caballitos de totora mochicaMalhumorado por su fracaso Kuniraya volvió sobre sus pasos y descubrió en la casa de Urpi Wachaq a sus dos hijas. Quiso enamorarlas, pero ellas se fueron tornadas en palomas. Más arritado aún convirtió en arena a la culebra, que era su guardiana,  y dio un puntapié al cántaro que rodó hasta el océano volcando en sus aguas su precioso contenido.      
Los peces liberados se multiplicaron y lo poblaron beneficiando a los pueblos del litoral. El mar sería tropical si no fuera la corriente de agua fría que acrecienta la vida de innumerables especies en su interior. Lo enriquece la existencia de una voluminosa biomasa de fito y zooplancton, unos microorganismos que son el inicio de  la cadena, desde la pequeña y tímida anchoveta (Engraulis ringens), entre doce y veinte centímetros de talla, hasta el atún de aleta amarilla ((Thunnus alalunga) que llega a medir más de dos metros y a pesar unos 146 kilos.
Hoy las embarcaciones pesqueras son sofisticadas. Sin embargo, en otras épocas el paisaje marino debió ofrecer una vista majestuosa con la salida de miles de pescadores en las madrugadas del siglo XVI. Sentados o de rodillas, sobre sus caballitos de totora, se movilizaban con sus redes en pos de los peces de cada día.

Las mujeres de la costa aguardaban su regreso para el consumo cotidiano y salaban y secaban los sobrantes. Había días en que la mar, –Juana Puyka-, se enfermaba; que los cardúmenes se alejaban o que las olas se encabritaban. Ellas recurrían entonces a los productos salados para abastecer a sus familias y enviarlos igualmente a los mercados de trueque
Los españoles hicieron el primer contacto con el Perú por medio del mar.  Se cuenta que, más o menos abajo de Tumbes, el primer navegante abordó una balsa chincha de dos pisos y lo primero que tomó fueron seguramente sus provisiones de pescado. Sin que se enteraran jamás estuvieron en uno de los mares más ricos del planeta.  El mar peruano,  ahora  con doscientas millas de ancho y novecientos mil kilómetros cuadrados, de acuerdo a cifras de la Sociedad Geográfica de Lima. Los chinchas tenían largas rutas por mar y tierra, y visitaban muchas poblaciones  adonde llevaban una diversidad de mercancías.

Los antiguos habitantes de la costa perfeccionaron a través de milenios las artes de pesca. En un amanecer trataron de coger los peces con las manos. Hubo un tiempo en que hicieron pequeños diques, en los lugares donde los ríos entraban al océano,  generalmente cuando bajaban su caudal.  Luego inventaron redes de diferentes tamaños para coger unas y otras especies. Como se ve en los dibujos que mandó hacer el obispo Baltazar Jaime Martínez de Compañón podían ir en naves más grandes que acomodaban en pareja para sacar una mayor cantidad. Instrumentos primigenios se han encontrado en Caral, cuya gente debió abastecerse en el puerto que actualmente es Supe.
Así como las artes de pesca demuestran el talento de los abuelos antiquísimos para hacerse a la mar,  igualmente evolucionó la gastronomía.  Si se puede conjeturar que los primeros peces se comieron crudos, después debieron asarlos poniéndolos sobre piedras calientes o envueltos en hojas gruesas,  agregándoles sal y unas pequeñas hierbas olorosas. En algún momento usaron el jugo ácido del tumbo para prepararlos sin necesidad de fuego. Ese debió ser el origen del seviche, ceviche o cebiche, que varía solo en su escritura.  

En el Museo de las Ciencias de la Salud, que existió en la calle del Arzobispo, hoy segunda cuadra del jirón Junín, a media cuadra de la Plaza de Armas, el médico historiador Fernando Cabieses ofreció a los periodistas, a mediados del siglo pasado, un almuerzo con platos prehispánicos. Entre ellos figuraba el seviche que preparó Melchor Salomón, quien heredó estas especialidades de su madre en un pueblo diminuto al norte de Lima.
Salomón  demostró la antigüedad del plato nacional que probablemente se cocinaba con el jugo del umbo. Tal como lo presentó alcanza un sabor y aroma exquisitos que, personalmente, nunca he vuelto a probar. El limón también lo cocina y es agradable pero no tiene nada que ver con el tumbo, un fruto de nuestra tierra, una delicia maduro, pero de una acidez incomparable cuando está verde y cargado de fragancias. Marinar la carne de pescado en su jugo es un verdadero lujo que ahora no es fácil de conseguir.
Hay que agradecer el impulso de Kuniraya que llevó por los aires al mar  los peces que Urpi Wachaq guardó en un cántaro celosamente. Las circunstancias hicieron que perdiera a Kawillaka. Ella y su hijo se convirtieron en islotes que se pueden ver frente a Pachakamaq. por mucho tiempo.  Por ende se puso al alcance de todos un producto alimenticio que tiene un alto porcentaje de nutrientes.
Alfonsina Barrionuevo


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