domingo, 12 de mayo de 2013

Pintadita: LA VIKUÑA
 
             Un día, hace años, la autora de este blog participó en la defensa de la vikuña, esa princesa de los Andes, que aún es perseguida por la fabulosa suavidad de su fibra. Ella cuidó en su infancia  una cría, que escapó de sus acosadores, y admiró la dulzura de sus ojazos negros, el señorío de su cuello, la humedad de sus belfos con rocío de auroras.
              Escribió un guión para un documental sobre la historia de una niña y una Vikuña. Lo hizo a pedido de Felipe Benavides B., su acendrado defensor, pero terminó siendo un cuento. Su mayor y único problema fue hallar un ilustrador y lo encontró en Kukuli, su hija, quien a los tres años comenzó a dibujar dando vida a increíbles bichos imaginarios.
A la sazón con ocho años gloriosos, se dio a la tarea de dar a luz un animalito que nunca había visto. Su madre le dijo que hiciera un perro, luego que le cortara el hocico, le jalara las orejitas hacia arriba, que le recortara la cola y, finalmente, le estirase las patas. Todo salió a pedir de boca.
              Kukuli creció mientras miles de niños leyeron y siguen leyendo el cuento que está entre los libros escolares. Hay una distancia, como verán, entre el dibujo de Pituka con Pintadita y la obra contemporánea de Kukuli en barro.
El más lindo  regalo, que le hizo a su madre, fueron los dibujos del cuento que recoge la ansiedad de la niña andina, recorriendo caminos para preguntar a los Apus, en los Andes, a la maestra y al guardia civil, quién es responsable de la protección de las vikuñas.




EL ARTE DE KUKULI HOY
 

            La colegiala que dibujó vikuñas gráciles, perros deportistas y pájaros encantados,  estuvo en Lima con una exposiciòn. Kukuli y su arte estuvieron en la galería del ICPNA de Miraflores. Al ver sus obras recientes, el recuerdo colectivo de niños que usaron los mismos cuadernos que la Editora Planas llenó con sus imágenes, estallò como una pompa de jabón. Kukuli cambió como todos.

            Dejó el plumón y tomó la arcilla para darle vida. El nuevo material se tornó en confidente y  portavoz de sus sentimientos. Sus amaneceres y mediodías íntimos se imprimieron sobre su cáscara. Allí fueron a dar sus sueños, sus risas y sus silencios. En la unión entrañable, también su protesta contra la dominación. Quinientos años de una América quebrada, avasallada, salvajemente subyugada, que no renunció a sus banderas. En gesto único lo expresa uno de sus barros, el sonriente kuraka, que enfrenta los dardos que hirieron a San Sebastián, de su serie Corpus.

            La pintura, que dejó en el desván, volvió un día a sus manos. En sus lienzos de metal, ajustados con tuercas a las paredes, está con sus turtupilines incumplidos, su soledad en el Bronx y su nostalgia, porque nunca dejó de ser hija de esta tierra.

Ella no se ha propuesto impactar con la desnudez coincidiendo con Miguel Angel,  quien no vaciló en llenar el Vaticano de ángeles con sexo, que mandaron cubrir  cardenales abochornados de ojos pecaminosos. En el Louvre, París, son muy visitadas las salas con hermosas tallas desnudas, que nadie se atrevería a vestir. Sus desnudos deben verse desde ese punto de vista.

Los que se connaturalizan con la notable artista pueden ser los que la conocieron antes de que se fuera a los Estados Unidos de Norteamérica, pero también gente nueva que se identifica con sus cerámicas. A través de sus trabajos la arcilla ha dado un salto, desde épocas prehispánicas, para actualizarse con sus observaciones.

Se podría pensar que el Perú la siguió, aferrado a su espíritu, o que nunca se fue porque donde está sigue creciendo. Su propósito no es agradar sino seguir sus lineamientos interiores. Lo que haga estará bien.

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