domingo, 19 de mayo de 2013


LOS HERMANOS AYANTUPA

              Los ojos de la Madre Tiempo se llenaron de lágrimas y reflejaron los puqyus o manantiales de Chupaka, Junín.
Todos se copiaron en las gotas que se tornaron nieve y rodaron por sus mejillas. Suspiró y se sentó a mirar el paisaje.
Sus hijos, Asa, Lunto y Wayra se fueron y sólo ella podría verlos de lejos y reconocerlos.

              Asa se había convertido en la helada y enfriaba las plantitas que comenzaban a erguir sus cabecitas en los surcos; Lunto, ahora, era el granizo y andaba saltando sobre las sementeras pisoteándolas; Wayra que era el viento  haría volar las débiles plantas si no tomaban fuerza.

              Ella no había dejado de quererlos. Su reacción fue natural al descubrir su insensibilidad. Siempre los había atendido desde que llegaron a la vida.  Asa dejaba sus órdenes para después mientras  hacía sus trenzas con flores, mirándose en los espejos de agua.

Lunto y Wayra, entre tanto, se pasaban las horas jugando. Hasta que una mañana la Madre Tiempo se cayó en una acequia torciéndose el tobillo. Regreso a su hogar pensando sus hijos, que al enterarse de su accidente, la cuidarían amorosamente y se encargarían delas tareas cotidianas.  

              No fue así. Al volver al mediodía reclamaron su comida, sonrieron ante su dolor y se marcharon sin ayudarla . Debía tenerles preparado el almuerzo a su regreso.

              Para castigarlos preparó un guiso con hierbas mágicas y lo sirvió. Cuando Asa sintió que su cuerpo se tornaba en humedad salió corriendo. Lunto se levantó y quiso darle un puntapié quedando con la pierna encogida.  Wayra entró en un torbellino y se fue azotando el agua de los puqyus.          

              La Madre Tiempo sabe que, un día, ellos recobrarán su forma humana y  la buscarán. Estará esperándolos para acogerlos con cariño.

Mientras tanto ellos desatan una serie de calamidades sobre Junín y sus pobladores recurren a Dios y a todos sus santos para contenerlos.

 

 

EL  “CERRO BOTICA” DE CACHICADAN

 Hay magia en Cachicadán, un pequeño pueblo que se encuentra a corta distancia de Santiago de Chuco, la tierra de César Vallejo. Sus aguas termales, con virtudes medicinales,  tienen ánima y sus manos suavísimas se sienten sobre la piel como una seda. Al atardecer y en noche de luna el ojo por donde sale entre neblinas de vapor tiene "encanto". No hay que dejarse provocar por su aur111111a embrujadora.
 Hace cincuenta años, una recién casada, Luzmila Carrión Méndez,  fue con su jarra al estanque  para llenarla  y sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó.
En la noche soñó con una bellísima señora, muy alhajada, que la invitó a  su palacio de cristales. En la noche siguiente los árboles susurraron  dulcemente el llamado a su oído. En la tercera volvió a aparecer la dueña del agua ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio como se abría el cerro, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó con ella para que no volviera hasta vencer su sortilegio con puro amor.
En el cerro La Botica, de cuyo costado sale el chorro barroso, hirviendo, crecen  una infinidad de hierbas medicinales, regalo de su dueño o señor a los hijos del lugar. Para encontrarlas, refiere Luis Quispe Valverde, que recoge la aromática palizada para el mate del desayuno, la suelda con suelda para el dolor de cintura y el corpusguay para curar la sangre, hay que hacerle una ofrenda o regalo. Pedir permiso dejándole en algún lugar oculto un trozo de chancaca, cigarrillo, coca y flores. Al entrar en su territorio, es obligatorio.
           El señor del gigantesco vivero natural de plantas saludables es generoso pero le gusta la correspondencia. Está vivo y puede sentir la falta de cariño. La indiferencia le disgusta y puede dificultar  la búsqueda, esconde lo que se quiere o marchita las plantas.
En Cachicadán los cerros se arropan en mantos de color. Sus paisajes encienden las pupilas de acuerdo a la luz del día o las estaciones del año. Sospecho que  es tierra sacra porque allí se refugió Katekill, el rayo, a quien buscaron infructuosamente los curas doctrineros de los primeros siglos españoles.
Los mayores afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue llevado por sus sacerdotes para que no lo encontraran. La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill hacía florecer los surcos y llevaba la lluvia sujeta a sus talones. Anegaba los campos si quería o la retenía atrayendo la sequía. Ahora descansa entre flores y  plantas medicinales aromáticas en el cerro La Botica, observando, intocado, sin haber permitido el sincretismo.
La iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen del Carmen es la  patrona de la iglesia pero los vecinos veneran a  San Martín de Porres que llegó  más tarde  y fue llevado en manos de una devota que recibió sus dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus ruegos. 
Su fiesta principal es el 7 de noviembre y se celebra con  bandas  de pallos, cusqueños,  canasteros, wankillos,  jardineros,  osos,  vacas locas,  venados y pishpillas que bailan graciosamente. Los mayordomos reciben toda clase de ayuda desde vacas,  carneros,  un lechón, un cabrito, cinco cuyes, un saco de maíz,  jora para  la chicha.
También comida que preparan las familias amigas como jamón, pataska,  revuelto de papa,  bizcochos chankay y rosquitas  Para la noche de vísperas gastan muy rumbosos para  castillos de fuegos artificiales que pintan el cielo de colores.
Muy cerca, en Wakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro que queda al fondo es un prodigioso cosmético. Las  industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar la piel de las manchas, el acné, las espinillas y las líneas del tiempo. Por eso las mujeres siempre son bellas en Cachicadán.
 
Alfonsina Barrionuevo

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