LOS HERMANOS
AYANTUPA
Los ojos de la Madre Tiempo se llenaron de lágrimas y reflejaron
los puqyus o manantiales de Chupaka, Junín.
Todos se copiaron en las gotas que se
tornaron nieve y rodaron por sus mejillas. Suspiró y se sentó a mirar el
paisaje. Sus hijos, Asa, Lunto y Wayra se fueron y sólo ella podría verlos de lejos y reconocerlos.
Asa
se había convertido en la helada y enfriaba las plantitas que comenzaban a erguir
sus cabecitas en los surcos; Lunto, ahora, era el granizo y andaba saltando
sobre las sementeras pisoteándolas; Wayra que era el viento haría volar las débiles plantas si no tomaban fuerza.
Ella
no había dejado de quererlos. Su reacción fue natural al descubrir su
insensibilidad. Siempre los había atendido desde que llegaron a la vida. Asa dejaba sus órdenes para después
mientras hacía sus trenzas con flores,
mirándose en los espejos de agua.
Lunto y Wayra, entre tanto, se pasaban las
horas jugando. Hasta que una mañana la Madre Tiempo se cayó en una acequia torciéndose
el tobillo. Regreso a su hogar pensando sus hijos, que al enterarse de su
accidente, la cuidarían amorosamente y se encargarían delas tareas cotidianas.
No
fue así. Al volver al mediodía reclamaron su comida, sonrieron ante su dolor y
se marcharon sin ayudarla . Debía tenerles preparado el almuerzo a su regreso.
Para
castigarlos preparó un guiso con hierbas mágicas y lo sirvió. Cuando Asa sintió
que su cuerpo se tornaba en humedad salió corriendo. Lunto se levantó y quiso
darle un puntapié quedando con la pierna encogida. Wayra entró en un torbellino y se fue azotando
el agua de los puqyus.
La
Madre Tiempo sabe que, un día, ellos recobrarán su forma humana y la buscarán. Estará esperándolos para
acogerlos con cariño.
Mientras tanto ellos desatan una serie de
calamidades sobre Junín y sus pobladores recurren a Dios y a todos sus santos
para contenerlos.
EL “CERRO BOTICA” DE CACHICADAN
Hace cincuenta años, una recién casada,
Luzmila Carrión Méndez, fue con su jarra
al estanque para llenarla y sintió la fuerza de un extraño movimiento
en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó.
En
la noche soñó con una bellísima señora, muy alhajada, que la invitó a su palacio de cristales. En la noche
siguiente los árboles susurraron
dulcemente el llamado a su oído. En la tercera volvió a aparecer la
dueña del agua ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio como
se abría el cerro, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó
con ella para que no volviera hasta vencer su sortilegio con puro amor.
En
el cerro La Botica, de cuyo costado sale el chorro barroso, hirviendo, crecen una infinidad de hierbas medicinales, regalo
de su dueño o señor a los hijos del lugar. Para encontrarlas, refiere Luis
Quispe Valverde, que recoge la aromática palizada para el mate del desayuno, la
suelda con suelda para el dolor de cintura y el corpusguay para curar la sangre,
hay que hacerle una ofrenda o regalo. Pedir permiso dejándole en algún lugar
oculto un trozo de chancaca, cigarrillo, coca y flores. Al entrar en su
territorio, es obligatorio.
El señor del gigantesco vivero natural de
plantas saludables es generoso pero le gusta la correspondencia. Está vivo y
puede sentir la falta de cariño. La indiferencia le disgusta y puede dificultar la búsqueda, esconde lo que se quiere o
marchita las plantas.
En
Cachicadán los cerros se arropan en mantos de color. Sus paisajes encienden las
pupilas de acuerdo a la luz del día o las estaciones del año. Sospecho que es tierra sacra porque allí se refugió
Katekill, el rayo, a quien buscaron infructuosamente los curas doctrineros de
los primeros siglos españoles.
Los
mayores afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue llevado por sus
sacerdotes para que no lo encontraran. La persecución fue implacable durante
más de cien años. Katekill hacía florecer los surcos y llevaba la lluvia sujeta
a sus talones. Anegaba los campos si quería o la retenía atrayendo la sequía.
Ahora descansa entre flores y plantas
medicinales aromáticas en el cerro La Botica, observando, intocado, sin haber
permitido el sincretismo.
La
iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen
del Carmen es la patrona de la iglesia
pero los vecinos veneran a San Martín de
Porres que llegó más tarde y fue llevado en manos de una devota que recibió
sus dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus
ruegos.
Su
fiesta principal es el 7 de noviembre y se celebra con bandas
de pallos, cusqueños, canasteros,
wankillos, jardineros, osos,
vacas locas, venados y pishpillas
que bailan graciosamente. Los mayordomos reciben toda clase de ayuda desde
vacas, carneros, un lechón, un cabrito, cinco cuyes, un saco
de maíz, jora para la chicha.
También
comida que preparan las familias amigas como jamón, pataska, revuelto de papa, bizcochos chankay y rosquitas Para la noche de vísperas gastan muy rumbosos
para castillos de fuegos artificiales
que pintan el cielo de colores.
Muy
cerca, en Wakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro que queda
al fondo es un prodigioso cosmético. Las
industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con
miel de abeja y lo ofrecen para limpiar la piel de las manchas, el acné, las
espinillas y las líneas del tiempo. Por eso las mujeres siempre son bellas en
Cachicadán.
Alfonsina Barrionuevo
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