domingo, 13 de septiembre de 2020


PERUSKA CHAMBI

He leído solo el título de un artículo de la revista ‘Somos’ del diario ‘El Comercio’, acerca de Peruska Chambi y me motiva para escribir estas líneas. Al fin viajó a Coasa, la tierra de su famoso abuelo, don Martín Chambi. Allá, a orillas del cielo en Puno, aquel recibió el chispazo que iluminó su vida. Hace unos nueve años viajé con ella, heredera de su arte, a Machupiqchu para tener las fotos que ilustran mi libro: ‘Espacios Mágicos del Qosqo y Machupiqchu’. Fuimos casi en el mismo tren que llevó al ilustre fotógrafo a la maravilla, cuando apenas descubierta, virgen para el siglo, desperezándose de un sueño largo.  
Don Martín y su esposa doña Manuelita vivían un otoño de años cuando los conocí. Para entonces ya había jubilado su legendaria cámara de cajón con la que cubrió muchos caminos capturando fotos en placas de vidrio que almacenó como joyas de luz y sombra en un armario, hasta que fueron reveladas y difundidas dentro y fuera del Perú.
Cuando Peruska y yo llegamos a la estación de Aguas Calientes nos enteramos de que tendríamos una semana fatal. Los técnicos de Patallaqta, que fue poblado de Pachakuti Inka Yupanki, nos comentaron que los ‘brujos’ del Senamhi’ habían pronosticado que la lluvia estaría cayendo durante siete días. Contaba con la gentil ayuda de Machupiqchu Pueblo Hotel, de Inkaterra, pero no podíamos volver. Al santuario le llaman también ‘ciudad entre las nubes’, había  que lograr buenas fotos, no cabía otra cosa, haciendo honor a ese nominativo. No importaba que fueran a través de una cortina de agua. La serie estaría empapada pero sería igualmente selecta. Felizmente Peruska está hecha de paciencias y allí estábamos   para cazar los segundos de apertura que nos iba a dar el cielo cada día, contando con su benevolencia. Solo así ella encontró dos primicias, a Ñan, ‘el altar de los caminos’, un pasadizo de rocas puntiagudas abriéndose a las distancias, y el templo del viento trepando a Waynapiqchu, cuando yo no podía caminar por haberme fracturado el dedo meñique del pie derecho. Los turistas que coronaban la punta del pequeño cerro volvían defraudados porque desde arriba se gozaba solo de panorámicas del conjunto arqueológico. No advertían la presencia de unos muros donde el viento se acomodaba en leve brisa al amanecer y en las tardes golpeaba el espacio con su tormentoso chal, al soltarlo o envolverlo.
En las cercanías del templo de las tres ventanas hallamos la gran roca que hace yanantin, me parece con el cerro de Mandor, emparejando sus bordes como si estuviera contrapuestos, una suerte de cuestión visual que vio el destacado médico fotógrafo José Álvarez Blas.
En el llano el sol apareció por unos minutos para que Peruska tomara el altar o templo del cóndor de majestuosa gola, esperando sentado la orden de los Apus,  para levantar el vuelo, al consumarse un mágico ritual. Inmediatamente pasamos al monumento telúrico del trueno, proyectando al infinito su vozarrón petrificado. Otro templo del bosque de templos de Machupiqchu que tenía como misión y en la grata compañía de la nieta de don Martín. Sería injusto escribir que los manes de Machupiqchu no nos ayudaron. Reconozco que nos permitieron la osadía de un recorrido por el santuario, partiendo de la relación de wakas del Qosqo. El santuario develó secretos en los minutos que precedían a los disparos de la cámara fotográfica. Incluso en la hora vespertina para una foto en ‘el trono del Inka´, después de haber diluviado todo el día.

La última foto la tomó Peruska en el complejo imperial de Pachakuti en la ciudad emperadora. El periodista Fernando Moscoso Salazar me refirió la existencia de un intiwatana, ‘altar donde el sol amarra sus rayos,’ en un predio, a tres cuadras más o menos de la Plaza Mayor. El oratorio prehispánico estaba en el interior del ‘Hotel Sueños del Inka’, entre la calle Ruinas y la callejuela de Alabado. Se trataba de una enorme piedra o wanka con un hermoso gnomon o aguja sobresaliente de tono verdoso, favorito del gran estadista cusqueño. Un registro sumamente valioso e inesperado que figura en nuestros archivos como testimonio del viaje y en mi libro.

En los entre tiempos hablé con Peruska de su trabajo habitual como profesora universitaria y sus viajes por el Perú. En el mes de julio atraía su atención la Virgen del Carmen de Paucartambo, ‘la santa mamita que bendecía a la gente con sus manos de cinco rosas’, como dice el dulce canto: ‘Bendicionta churaway6ku, piska rosas makiykiwan. Ay mamallay. Ay sunqullay.’  Alrededor de la medianoche captó a un qolla, bailarín de Paukarqolla, Puno, en medio de una selva de luces piroténicas, y al día siguiente la alucinante salida del sol en Tres Cruces, dejando correr sus oros derretidos sobre una alfombra de nubes reverberantes. Atalaya del Ande sobre la Amazonía, a más de 4,000 metros de altura sobre el nivel del mar, donde el frío muerde los tuétanos. 


En su archivo personal tiene fotos de antología. Recuerdo haber visto con fruición una foto y un video suyos en Facebook con ukhukus desfilando al borde del Nevado desde la Estrella. No parecían seres mortales sino, como Qoyllur Rit’i, Qosqo, dice la leyenda mitad hombres, mitad osos, en un extraño ceremonial. Como le digo siempre ya tiene bastante para aparecer al lado de don Martín pero haciendo su propio camino. Estoy segura que así lo siente él, ‘mamá Manuelita, Víctor, Celia y Julita, la astillita, tu padre el arquitecto Manuel, cofundador del Instituto de Cine del Qosqo, desde el mundo inolvidable del recuerdo, y Mery en éste, en el que vivimos.
Alfonsina Barrionuevo

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