sábado, 18 de abril de 2015

PALABRAS SEMBRADAS AL VIENTO

Alguien dijo una vez que había arado en el mar, por decir que había hecho un trabajo inútil.  Nunca he dejado de pensar que lo que hago es servir al Perú.  Me gusta haberle entregado mi vida. Eso podría hacerme delirar si tuviera fiebre.  No importa que un día pierda mi sombra porque ya no estoy pero valió la pena. Las semillas crecerán aunque mi nombre se evapore en mi última lágrima. Siento con alegría que me voy fundiendo con los rayos de sol que ya no entrarán por mi ventana. Aquí sigo preparando mi Exposición fotográfica con las maravillas capturadas por José Alvarez Blas y Fernando Seminario Solaligue. Sus fotos darán imagen a mis investigaciones sobre las wakas o sitios sagrados del Cusco. Siendo una ciudad con una historia magnífica es justo que se conozca en su etapa  más importante y se divulgue. Estoy luchando por llevarla a cabo y lo haré de todas formas.  Bastante difícil obtener ayuda, debo tocar cien puertas que alguna se abrirá.  Me falta lo necesario para el montaje y otros gastos para llevar la muestra a la ciudad imperial.  Aún hay tiempo y espero vender los últimos ejemplares de mi libro “Hablando con los Apus” con “Templos Sagrados de Machupiqchu”” en cien soles. 

Si los compran podré seguir adelante. Si Ud. se anima, amigo lector, escríbame a miskha@terra.com.pe. No quiero que estas palabras se vayan al viento. Es urgente para mí que germinen para realizar los sueños. Este año terminaré de escribir mi libro “La Memoria de los Khipukamayoq”. Para el próximo no sé qué otro proyecto aparecerá.  Gracias.           


SERENATA  PARA  LA KINUA

En  los Andes Centrales los agricultores  cantan y bailan para animar a la kinua (Chenopodium quinoa) en setiembre.  Los hombres se mueven como sombras cuando arranca un cohete en único disparo. La noche sembrada de estrellas propicia  la serenata, se hace confidente de la quena y la tinya, y parpadea desde el surco tras el primer corte cuando los pies del cortador bordan encajes sobre los tallos heridos. Después la voz dibuja ternuras en el campo donde las panojas se yerguen con millares de granos, como si escucharan. 
“En Tunso, Concepción, y en San Juan de Iscos,  existen canciones antiguas,“  declara el escritor Simeón Orellana, doctor Honoris Causa de la Universidad del Centro, quien tiene documentados los trajes nativos que se usan todavía en los poblados.
La kinua aprendió a vivir con los agricultores de las partes bajas del lago Titiqaqa y fue amada por ellos hace miles de años, dejando de ser áspera y espinosa como sus parientes. Una leyenda aimara dice que fue un regalo astral que llenó los campos con estrellas y arco iris luminosos. Con tres mil variedades o genotipos es innegable que su habitat originario fue el altiplano, a 3,800 metros.

No deja de ser curioso que en tierra wanka, particularmente Chahuac,  Chupaca,  se conserven canciones,  bailes y  música como cariñosa  ofrenda. En Cusco y Ancash hay rezagos por investigar de expresiones  dedicadas a la quinua, que son puro sentimiento.
En el siglo XVI  a la vez que se dio la dominación española también se sometió especies animales y vegetales.  El arroz, el trigo y la cebada se enseñorearon en las mejores tierras y si bien la papa, tubérculo andino, logró conquistar las mesas europeas recordemos cuánto tuvo que batallar la Aqsumama o madre papa para ser aceptada.  Por paradoja no está siempre en la canasta familiar por su alto precio.
A la kinua,  casi vecina de chacra,  no le fue mejor y estuvo a punto de perecer. Sobrevivió en una cuerda floja más allá de la segunda mitad del siglo pasado, manteniéndose como una refugiada en las comunidades más pobres de la Cordillera. Su consumo se fue atomizando y se salvó sólo por la inusitada demanda de su grano en el extranjero. De pronto Bolivia, país conque la compartimos igual que Colombia, Argentina, Ecuador y Chile, -por donde se extendió el Tawantinsuyu-  inició su exportación. Así terminó su destierro  en las punas. 
“Actualmente se trabaja su aclimatación a nivel del mar”, comenta la ingeniera Elsa Varallanos, del Instituto Nacional de Investigación Agraria (INIA). “En el Perú la kinua o quinuas blancas, negras o púrpuras se posicionan cuando se logra el mejoramiento de variedades comerciales. Lo estamos haciendo con la blanca Salcedo, la blanca Junín, la pasankalla de color vino  que es dulce por su bajo contenido de saponina y  la negra qollana,  igualmente dulce, las dos de Puno,  y la amarilla sakaka medio anaranjada.”

En el Año Internacional de la Quinua se consideró su alto valor.  El grano de oro de los Inkas, llamado así por haber intensificado Pachakuti su distribución, merece alcanzar otra clasificación y que se le deje de nombrar como “pseudo cereal”,  frente a la avena,  el arroz, la cebada, el centeno, el trigo, el sorgo o el sésamo.
Las numerosas  variedades que hay en los Andes peruanos, dicen los técnicos de la FAO, son una reserva para el futuro de la Humanidad.  La falta de agua que se avecina con los cambios climáticos la hará invalorable para el planeta. En los últimos años se está introduciendo con carácter experimental en Europa (Francia e Italia), Asia y Africa.

Habiendo sido criado en la soledad de los páramos, soportando condiciones extremas, sus características son increíblemente gloriosas. Los cultivos o cultivares enfrentan los vientos creando un microclima,  almacenan hasta la última gota de lluvias mínimas y escasas, resisten las heladas encapsulando su floración  y  aprovechan los minerales de los suelos áridos en su  beneficio. 
El diminuto grano de kihura, confundido por los cronistas íberos con el poco apreciado “bledo” de su campiña, tiene la potencia de un gigante. Sus proteínas, aminoácidos esenciales  y vitaminas refuerzan la energía muscular, previenen los daños hepáticos,  mantienen buenos niveles de azúcar y colesterol en la sangre, combaten los radicales libres, ayudan a reducir la anemia y la osteoporosis,  incrementan el colágeno, colaboran en la disminución de la impotencia y la frigidez, interactúan en problemas del sistema nervioso como la memoria, el aprendizaje y la plasticidad neuronal, la depresión, la ansiedad y el estrés. Valores a los que se agregan significativamente minerales como potasio, manganeso, fósforo, zinc, cobre y litio.

Las plantas que son hermafroditas, rabiosamente feministas, se autopolinizan. Su tallo alcanza los tres metros de altura, sus hojas se parecen a una pata de ganso, de donde proviene su nombre científico, y sus panojas de flores pequeñas sin pétalos, albergan miles de semillas. 
En los siglos XVI y XVII los extirpadores de idolatrías la persiguieron como grano herético, porque los sacerdotes inkas lo usaban en sus ceremonias.  En esos tiempos aplicaba a una voz qechwa, chisiyamama, que querría decir: “madre de las semillas”. Los kallawayas, curanderos del altiplano, ponían emplastos de quinua para curar golpes y fracturas de huesos.
En el presente siglo su carrera es triunfal.  Se aleja de la humilde lawa y del sencillo pesqe, tan queridos en el Ande, para ser ingrediente de lujo de exóticas creaciones gastronómicas. El bolsillo popular se adelgaza y sólo queda la esperanza de su florecimiento en las provincias costeras para combatir la desnutrición y la pobreza.

 Alfonsina Barrionuevo

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