PALABRAS
SEMBRADAS AL VIENTO
Alguien
dijo una vez que había arado en el mar, por decir que había hecho un trabajo
inútil. Nunca he dejado de pensar que lo
que hago es servir al Perú. Me gusta
haberle entregado mi vida. Eso podría hacerme delirar si tuviera fiebre. No importa que un día pierda mi sombra porque
ya no estoy pero valió la pena. Las semillas crecerán aunque mi nombre se
evapore en mi última lágrima. Siento con alegría que me voy fundiendo con los
rayos de sol que ya no entrarán por mi ventana. Aquí sigo preparando mi
Exposición fotográfica con las maravillas capturadas por José Alvarez Blas y
Fernando Seminario Solaligue. Sus fotos darán imagen a mis investigaciones
sobre las wakas o sitios sagrados del Cusco. Siendo una ciudad con una historia
magnífica es justo que se conozca en su etapa
más importante y se divulgue. Estoy luchando por llevarla a cabo y lo
haré de todas formas. Bastante difícil
obtener ayuda, debo tocar cien puertas que alguna se abrirá. Me falta lo necesario para el montaje y otros
gastos para llevar la muestra a la ciudad imperial. Aún hay tiempo y espero vender los últimos
ejemplares de mi libro “Hablando con los Apus” con “Templos Sagrados de
Machupiqchu”” en cien soles.
Si los compran podré seguir adelante. Si Ud. se
anima, amigo lector, escríbame a miskha@terra.com.pe. No quiero que estas
palabras se vayan al viento. Es urgente para mí que germinen para realizar los
sueños. Este año terminaré de escribir mi libro “La Memoria de los Khipukamayoq”.
Para el próximo no sé qué otro proyecto aparecerá. Gracias.
SERENATA
PARA LA KINUA
En los Andes Centrales los agricultores cantan y bailan para animar a la kinua
(Chenopodium quinoa) en setiembre. Los
hombres se mueven como sombras cuando arranca un cohete en único disparo. La
noche sembrada de estrellas propicia la
serenata, se hace confidente de la quena
y la tinya, y parpadea desde el surco tras el primer corte cuando los pies del
cortador bordan encajes sobre los tallos heridos. Después la voz dibuja
ternuras en el campo donde las panojas se yerguen con millares de granos, como
si escucharan.
“En
Tunso, Concepción, y en San Juan de Iscos, existen canciones antiguas,“ declara el escritor Simeón Orellana, doctor
Honoris Causa de la Universidad del Centro, quien tiene documentados los trajes
nativos que se usan todavía en los poblados.
La kinua aprendió a vivir con los agricultores de las partes bajas del lago
Titiqaqa y fue amada por ellos hace miles de años, dejando de ser áspera y
espinosa como sus parientes. Una leyenda aimara dice que fue un regalo astral
que llenó los campos con estrellas y arco iris luminosos. Con tres mil
variedades o genotipos es innegable que su habitat originario fue el altiplano,
a 3,800 metros.
No
deja de ser curioso que en tierra wanka, particularmente Chahuac, Chupaca, se conserven canciones, bailes y
música como cariñosa ofrenda. En
Cusco y Ancash hay rezagos por investigar de expresiones dedicadas a la quinua, que son puro
sentimiento.
En
el siglo XVI a la vez que se dio la
dominación española también se sometió especies animales y vegetales. El arroz, el trigo y la cebada se enseñorearon
en las mejores tierras y si bien la papa, tubérculo andino, logró conquistar
las mesas europeas recordemos cuánto tuvo que batallar la Aqsumama o madre papa
para ser aceptada. Por paradoja no está
siempre en la canasta familiar por su alto precio.
A la kinua, casi vecina de chacra, no le fue mejor y estuvo a punto de perecer.
Sobrevivió en una cuerda floja más allá de la segunda mitad del siglo pasado,
manteniéndose como una refugiada en las comunidades más pobres de la Cordillera.
Su consumo se fue atomizando y se salvó sólo por la inusitada demanda de su
grano en el extranjero. De pronto Bolivia, país conque la compartimos igual que
Colombia, Argentina, Ecuador y Chile, -por donde se extendió el Tawantinsuyu- inició su exportación. Así terminó su
destierro en las punas.
“Actualmente
se trabaja su aclimatación a nivel del mar”, comenta la ingeniera Elsa Varallanos, del Instituto
Nacional de Investigación Agraria (INIA).
“En el Perú la kinua o quinuas blancas,
negras o púrpuras se posicionan cuando
se logra el mejoramiento de variedades
comerciales. Lo estamos haciendo con la blanca Salcedo, la blanca Junín, la
pasankalla de color vino que es dulce
por su bajo contenido de saponina y la
negra qollana, igualmente dulce, las dos
de Puno, y la amarilla sakaka medio
anaranjada.”
En el
Año Internacional de la Quinua se consideró su alto valor. El grano de oro de los Inkas, llamado así por
haber intensificado Pachakuti su distribución, merece alcanzar otra
clasificación y que se le deje de nombrar como “pseudo cereal”, frente a la avena, el arroz, la cebada, el centeno, el trigo, el sorgo
o el sésamo.
Las
numerosas variedades que hay en los
Andes peruanos, dicen los técnicos de la FAO, son una reserva para el futuro de
la Humanidad. La falta de agua que se
avecina con los cambios climáticos la hará invalorable para el planeta. En los
últimos años se está introduciendo con carácter experimental en Europa (Francia
e Italia), Asia y Africa.
Habiendo
sido criado en la soledad de los páramos, soportando condiciones extremas, sus
características son increíblemente gloriosas. Los cultivos o cultivares enfrentan
los vientos creando un microclima, almacenan
hasta la última gota de lluvias mínimas y escasas, resisten las heladas
encapsulando su floración y aprovechan los minerales de los suelos áridos
en su beneficio.
El diminuto
grano de kihura, confundido por los cronistas íberos con el poco apreciado “bledo” de su campiña, tiene la potencia de un gigante. Sus proteínas, aminoácidos esenciales y vitaminas refuerzan la energía muscular, previenen los daños hepáticos,
mantienen buenos niveles de azúcar y colesterol en la sangre, combaten los
radicales libres, ayudan a reducir la anemia y la osteoporosis, incrementan el colágeno, colaboran en la
disminución de la impotencia y la frigidez, interactúan en problemas del
sistema nervioso como la memoria, el aprendizaje y la plasticidad neuronal, la
depresión, la ansiedad y el estrés. Valores
a los que se agregan significativamente minerales como potasio, manganeso, fósforo,
zinc, cobre y litio.
Las
plantas que son hermafroditas, rabiosamente feministas, se autopolinizan. Su
tallo alcanza los tres metros de altura, sus hojas se parecen a una pata de
ganso, de donde proviene su nombre científico, y sus panojas de flores pequeñas
sin pétalos, albergan miles de semillas.
En
los siglos XVI y XVII los extirpadores de idolatrías la persiguieron como grano
herético, porque los sacerdotes inkas lo usaban en sus ceremonias. En esos tiempos aplicaba a una voz qechwa,
chisiyamama, que querría decir: “madre de las semillas”. Los kallawayas, curanderos
del altiplano, ponían emplastos de quinua para curar golpes y fracturas de
huesos.
En
el presente siglo su carrera es triunfal.
Se aleja de la humilde lawa y del sencillo pesqe, tan queridos en el
Ande, para ser ingrediente de lujo de exóticas creaciones gastronómicas. El
bolsillo popular se adelgaza y sólo queda la esperanza de su florecimiento en
las provincias costeras para combatir la desnutrición y la pobreza.
Alfonsina Barrionuevo
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