viernes, 28 de agosto de 2015

Alfonsina Expo 2015

Mi  nombre no me gusta, es más nunca me gustó. Me confunden con Faustina, Justina, Josefina, etc. etc…  Ya mi padre tuvo una hija que se llamo así. Algo debió pasarle porque nadie la conoció.  Después asomé yo a este mundo y ¡zás! me llamó igualmente. Sumado a su cimbreante apellido siempre me pareció estirado como melcocha  y con el de mi señora madre, Sánchez Morales de la Alta Torre, ya parecía en zancos.  Ahora que se abrirá una muestra de mi trabajo tengo nuevamente que mirarlo con ganas de que estuviera debajo de una lupa invertida, para que las  letras se tornen menudas.  Parece corto el nombre de la exposición.  Sólo Alfonsina,  Expo Alfonsina o Alfonsina y más, pero no hay manera de que pueda evadirme y más aún verlo en letrero a la entrada  del museo.
No quiero hacerme ilusiones pero esta exposición me simpatiza. Lucho Repetto, medio que le da vueltas como si fuera una brasa, pero se las ingeniará, como hace con todo lo que se presenta en Riva Agüero, y le saldrá bien. Estamos en elsiglo XXI y el registro de recepción de las 175 piezas que se han ido de mi casa llegarán por internet con su foto respectiva. Igual que un recién nacido. No lo duda el señor Claudio, su asistente,  que ha se ha dado el trabajo de tomar una por una con lo que es su huella plantar.

Me voy invitada a la Feria del Libro de Cusco  y cuanto hay queda interrumpido hasta mi regreso. Después los los días avanzarán  y no desesperen los amigos de Lima que irán a la muestra. Como les digo me comienza a gustar, a pesar de mi nombre y de las aguas, digo el tiempo. No tengo paraguas para protegerme de los que se fueron. No importa, estoy acostumbrada a las lloviznas que en Lima son acariciadoras, como baños de felpa, de terciopelo,  digo de las que me esperan. Hasta entonces. Ya será pronto las doce  de la noche. La hora de las lechuzas. ¡Qué sueño!


TERMAS BRUJAS  

Hay magia en Cachicadán, un pequeño pueblo que se encuentra a corta distancia de Santiago de Chuco, la tierra de César Vallejo. Sus aguas termales, con virtudes medicinales, tienen ánima y sus manos suavísimas se sienten sobre la piel como una seda. Al atardecer y en noche de luna el ojo por donde sale entre neblinas de vapor tiene "encanto". No hay que dejarse provocar por su aura embrujadora.

Hace cincuenta años, una recién casada, Luzmila Carrión Méndez, fue con su jarra al estanque  para llenarla y sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó.
En la noche soñó con una bellísima señora, muy alhajada, que la invitó a su palacio de cristales. En la noche siguiente los árboles susurraron  dulcemente el llamado a su oído. En la tercera volvió a aparecer la dueña del agua ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio como se abría el cerro, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó con ella para que no volviera hasta vencer su sortilegio con puro amor.

En el cerro La Botica, de cuyo costado sale el chorro barroso, hirviendo, crece una infinidad de hierbas medicinales, regalo de su dueño o señor a los hijos del lugar. Para encontrarlas, refiere Luis Quispe Valverde, que recoge la aromática palizada para el mate del desayuno, la suelda con suelda para el dolor de cintura y el corpusguay para curar la sangre, hay que hacerle una ofrenda o regalo. Pedir permiso dejándole en algún lugar oculto un trozo de chancaca, cigarrillo, coca y flores. Al entrar en su territorio, es obligatorio.
El señor del gigantesco vivero natural de plantas saludables es generoso pero le gusta la correspondencia. Está vivo y puede sentir la falta de cariño. La indiferencia le disgusta y puede dificultar  la búsqueda, esconde lo que se quiere o marchita las plantas.
En Cachicadán los cerros se arropan en mantos de color. Sus paisajes encienden las pupilas de acuerdo a la luz del día o las estaciones del año. Sospecho que  es tierra sacra porque allí se refugió Katekill, el rayo, a quien buscaron infructuosamente los curas doctrineros de los primeros siglos españoles.

Los mayores afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue llevado por sus sacerdotes para que no lo encontraran. La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill hacía florecer los surcos y llevaba la lluvia sujeta a sus talones. Anegaba los campos si quería o la retenía atrayendo la sequía. Ahora descansa entre flores y plantas medicinales aromáticas en el cerro La Botica, observando, intocado, sin haber permitido el sincretismo.
La iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen del Carmen es la  patrona de la iglesia pero los vecinos veneran a  San Martín de Porres que llegó  más tarde y fue llevado en manos de una devota que recibió sus dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus ruegos. 

Su fiesta principal es el 7 de noviembre y se celebra con  bandas  de pallos, cusqueños,  canasteros, wankillos, jardineros, osos, vacas locas, venados y pishpillas que bailan graciosamente. Los mayordomos reciben toda clase de ayuda desde vacas,  carneros,  un lechón, un cabrito, cinco cuyes, un saco de maíz,  jora para  la chicha.
También comida que preparan las familias amigas como jamón, pataska, revuelto de papa,  bizcochos chankay, rosquitas y sándwiches. Para la noche de vísperas gastan muy rumbosos para  castillos de fuegos artificiales que pintan el cielo de colores.
Muy cerca, en Guakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro que queda al fondo es un prodigioso cosmético. Las industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar la piel de las manchas, el acné, las espinillas y las líneas del tiempo.

Cachicadán da trigo, maíz, papas, oca, habas, lentejas, lino, cebada, frutas, manzanas, membrillos e higos. Antes había tejedores de ponchos, alfombras, fajas, talabarteros que entretejían las riendas y armaban también las monturas.
Un pueblo con vida donde hacían un alto en sus viajes los caminantes.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario