LOS
BEATLES DE HILARIO
Un
día encontré en el taller de Hilario Mendívil, el inolvidable artista de
arcángeles, santos y mamachas, unos personajes muy conocidos en el mundo de la
música: los Beatles. Estaban allí, sentados en un banco, con cuellos de resorte
que se movieron al levantar la pieza, sus cerquillos irreverentes y sus instrumentos.
Pero había extrañamente uno más. Le pregunté de quien se trataba con curiosidad, pues eran sólo cuatro.
Hilario sonrió y una expresión traviesa iluminó su rostro. “Me gusta su música,
así que los acompaño y soy un Beatle más”, explicó.
Me vendió la pieza con alguna dificultad
porque lo hizo para su regocijo personal. Al cabo, aceptando que yo también
admiraba a los Beatles, me permitió que los llevara. Resultó una pieza única
porque nunca más la repitió. Hoy acaba de cumplir 70 años el último Beatle:
Paúl MaCartney. No sabe que está redivivo en el arte del famoso imaginero de
San Blas, el barrio de los artistas de Cusco. Muy diferente a sus obras porque lo
hizo para su delectación íntima.
En la primera vez que viajé a Ayacucho compré
algunas piezas memorables de arte popular. Cuando llegué al taller de Joaquín
López Antay tenía sólo treinta soles. Quise uno de sus retablos, con
torrecillas como una iglesia, y lo cotizó en treinta y cinco soles. No
alcanzaba por supuesto. “¿No tiene uno pequeño, maestro?, le pregunté y dijo
que no. “Lo siento, pero no tendré en mi colección un trabajo suyo”, me
lamenté. Ya me iba a ir cuando me detuvo. “Tengo algo para Ud. como recuerdo”,
me consoló. Fue a su cuarto y regresó con un Niño Dios vestido de sacerdote,
estola y ámito. “Es suyo por treinta soles y ha estado en mi familia durante
cien años”, me advirtió satisfecho de la venta. No quise comentar nada. Tener
al santo infante, como de doce años de edad, era más que gratificante. Lo tomé e
integró mi primera vitrina.
En las próximas semanas deben estar en una
exposición en el Museo de Artes
Tradicionales del Instituto Riva Agüero, de Lima. Su director, el destacado
museólogo Luis Repetto, las albergará por un mes y días para que sean vistas
por el público. Es una pequeña colección con historias, que sale por primera
vez de sus vitrinas. Todos están invitados para verla.
LA SEÑORA DE CAO
En Ascope, provincia liberteña, al
norte de Perú, el agua y la
fertilidad de los campos estuvieron,
durante una época, en manos de una mujer
de alto rango. Ella era muy joven, hermosa y soberana. Hasta hoy envuelve en su
encanto el espacio sagrado donde se halla, en el complejo arqueológico “El
Brujo”, a 60 kilómetros , al
noroeste de Trujillo. En los brazos de la Madre Tierra la arrullaba un lejano rumor de olas.
La brisa acarició con sus dedos la
gasa que cubría el rostro de la doncella moche y en su memoria afloró su
juventud. Parecía dormida cuando se fue. La buscó en el pasado, hace unos 1,700 años, y pudo evocar su rostro
altivo, sus ojos grandes, su cuerpo esbelto y sus pies menudos que parecían
deslizarse al caminar.
Aquella vez creyó que no volvería a
tocarla. Ocurrió, porque pertenece a la historia. Antes nunca se encontró un fardo funerario moche
excepcionalmente conservado, con un cortejo de mujeres y hombres
sacrificados para su servicio y muchos símbolos de poder.
Una tumba de gran magnificencia en 300 trescientos
metros cuadrados. Techo a dos aguas con una columna de soporte bellamente
decorada; frontis donde se repite un
personaje polícromo de rostro felínico, manos donde ondulan cóndores y serpientes, y, pies abiertos, entre muros con
relieves geométricos que son un jubileo de peces serpentiformes y unos pequeños
felinos.
Regulo
Franco, arqueólogo director del Proyecto “El Brujo”, cuyo mayor logro es el
hallazgo de esta mujer relevante del antiguo mundo moche, considera que esta
caracterización, en la fase temprana de dicha cultura, se vincula con el mundo de los
muertos.
En el marco de la pompa fúnebre, un
estudio riguroso registra desde el momento en que manos reverentes lavaron el
cuerpo desnudo de la joven
Señora de Cao
Viejo con agua de mar o agua con sal y le
rociaron polvo de cinabrio, -sulfato de mercurio-, para impedir su
corrupción, acomodando su larga cabellera y el fleco o cerquillo que cae sobre
su frente.
Era delicada, de una talla que bordeaba
el metro cincuenta y apenas unos veinte a veinticinco años espléndidos que
hacían resaltar los tatuajes impresos en sus antebrazos, los dedos de la mano,
la palma, los tobillos y los dedos de los pies, con misteriosos dibujos de serpientes, arañas, peces, caballitos de mar,
pulpos, un gato montés, líneas y rombos. Una relación interesante de imágenes
de colores en relieve como las emblemáticas que se repiten en las paredes del
templo.
Su rostro fue cubierto respetuosamente
con un cuenco de metal y se colocaron dos más en la parte lateral del tórax y
hacia la
espalda. Alrededor de
su cabeza, cuarenta y cuatro narigueras de oro y plata, magistralmente
decoradas con pelícanos, alacranes, serpientes bicéfalas, cangrejos y arañas.
También quince collares de oro, cobre y piedras semipreciosas, sartas
de aretes de cobre con incrustaciones de turquesa, y varias orejeras. Un tesoro
digno de su estatus mágico-religioso y social.
Envuelta con varias mantas fue
colocada sobre una base de caña brava y debajo del cuerpo depositaron
veintitrés estólicas de oro buriladas, con representaciones
diferentes. Estas lanzadoras de dardos aparecen en la iconografía mochika en
escenas de caza del venado y lanzamiento de flores con probable intención
ceremonial de purificar el aire.
La
revistieron con un manto
de placas metálicas, cosidas a la tela como si fueran un estandarte. Encima
acolchonaron la superficie con una capa de algodón blanco que parecía espuma de mar. A su lado añadieron
husos, ovillos, agujas de oro, de cobre y vestidos pintados con figuras geométricas o bordados
con peces.
Siguieron envolviéndola en ricas telas y en la última delinearon su
rostro con anillos y placas de metal. Sobre este primer fardo
fueron sus emblemas, coronas, diademas, bastones-porras (propios de
varones) a los costados y más paños de tela y piezas de
tejido llano, una tan larga que le dio 48 vueltas. El último envoltorio, cosido
con puntadas en zigzag, llevaba dibujado otro rostro coloreado.
Hace años visité con Régulo
Franco la Waka “El Brujo” o Waka “Cortada”,
después de
entrevistar a don Guillermo Wiese de Osma, quien hizo
reproducir en el museo de una sucursal del Banco Wiese, Miraflores, Lima, las
extraordinarias pinturas que se encontraron en sus andenes. Al caminar por ellos,
donde figuran danzarines, guerreros victoriosos y prisioneros, percibí una extraña
energía.
Entonces aún estaba inédito el valioso
contenido de la Waka de “Cao
Viejo ”, en cuyas cercanías quedan los escombros de una
iglesia virreinal y un poblado, Magdalena de Cao, con rancherías. Los españoles
difundieron que sus habitantes eran brujas, en realidad gente de curandería, y
los viajeros preferían esquivarlas.
En el año 2008, con el apoyo de la Fundación “Augusto N. Wiese” y el Instituto Nacional
de Cultura de La Libertad se pudo excavar en la Waka de “Cao Viejo ”. Al comienzo los
arqueólogos hallaron unas vasijas enterradas y un fragmento de mate
pirograbado. Al pie de la banqueta del
recinto esquinero notaron el contorno de una fosa extensa. Hacia el sur una
lechuza de cerámica los orientó a ofrendas incineradas de hilos en husos de
madera, restos de tejidos, agujas de cobre, estiércol de cuy, huesos de
pescado, una figurilla de madera en forma de mono, fragmentos de cerámica y restos
de cinabrio.
Otro paso fue el descubrimiento de un guerrero, una
pequeña escultura de madera que lleva sobre su cabeza un tocado de cobre dorado
y en sus manos una porra y escudo forrados también con metal dorado.
Así se llegó a la Señora de
Cao, cuyo entierro corresponde a una de las fases más antiguas, previa al
terremoto devastador del siglo IV d.C., que removió las construcciones, según
pruebas con carbono 14. Su lujoso ajuar evidencia que gobernaba o cogobernaba asistida
por dignatarios.
Sus efectos
y tatuajes concuerdan con un papel de sacerdotisa de la Luna. Las coronas
repujadas con diseños de felinos, arañas
o adornadas con una diadema en forma de “V” y una figura de murciélago, son típicas de personajes de
élite relacionados con el mar ,
la noche y el mundo subterráneo ,
escribe Régulo Franco.
Ella habría
ejercido un rol soberano entre los moche a pesar de su extrema juventud, debido
a su carácter dominante. Debió influir en la política y en la religión por su
capacidad de vidente, para definir si el año sería bueno o malo para la
agricultura, sus conocimientos para curar y su majestad en el ejercicio de
ceremonias y rituales que la elevaron a un sitial donde no llegaron otras
mujeres ni varones de su tiempo.
Hay que visitar su museo de sitio para
admirarla.
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