EN BUSCA DE LOS ATAVILLOS
Me gusta visitar Facebook, esa ventana
de maravilla, que se abre para
encontrar familiares, amigos y personas que
me conocen o que yo conozco. Al asomarme
encuentro muchas sorpresas, pero hoy vi una foto muy extraña porque aparecía
con dos niños en un parque. No sabía quiénes eran hasta que leí una nota donde
me recordaban mi visita a la ciudad de San Pedro de Pirqa en una de las alturas
de Lima. Claro que estuve allí y fui con la idea de encontrar rastros del
pueblo que se mudó en el mismísimo siglo XVI porque no le gustaba vivir
avasallado.
Ya no estaban esos atavillos pero sí
sus viviendas circulares de piedra.
Francisco Pizarro quiso ser Marqués de
los Atavillos, título sugestivo. El rey de España le preguntó qué pueblo era
aquel y cuántos habitantes tenía.
Requisito esencial. Pizarro no le pudo dar cuenta porque no pudo contarlos. Los
atavillos se habían ido, desaparecieron sin dejar huella y así fue hasta 1990 y
pico en que los volví a encontrar en una feria.
Vi unos tejidos extraños y cuando
pregunté de dónde me dijeron que eran atavillos de San Pedro de Pirqa y me
invitaron a visitarles. Así resultamos yendo con Zuly Azurín, profesora, actriz
y cantante.
Estaban de fiesta y no pude encontrar
mucha información pero sí algunos datos interesantes sobre su vida y el trabajo
en telar como resultado de una herencia
que llegó al siglo XX por transmisión oral.
Pizarro recibió el codiciado título de
marqués pero a secas.
LOS PULI
PULIS
BAILARINES
DE LA KINUA
Una antiquísima leyenda rescata el
verdadero nombre de la quinua. El Titiqaqa,
lago milenario, lo conserva en su memoria al lado de la historia de los domesticadores
de la preciosa gramínea andina.
Según ella se registró, hace muchísimo
tiempo, una intensa sequía que amenazó con destruir la vida en el altiplano. Los
pajonales se agostaron y los animales comenzaron a morir.
Las estrellas observaron desde el
infinito como sus habitantes se preparaban para emigrar buscando otros climas
benignos, por lo que decidieron intervenir.
Hablaron entre ellas y en la noche cayó
una lluvia de luces blancas desde el cielo. Las estrellas más pequeñas fueron enviadas
para salvarlos. Al día siguiente, planicies
y roquedales amanecieron cubiertas con la escarcha celeste que germinó
rápidamente y dio unos frutos menudos. Hombres, mujeres y niños los llevaron a
sus bocas porque eran muy suaves. Así se alimentaron, guardando un puñado de
las prodigiosas semillas, que llamaron primero
jihura, es decir, muerte; luego jiura o kiura, equivalente a “semilla que da muerte a la muerte” o “semilla
que brota de la muerte”; palabra que los españoles pronunciaron como kinua.
Los granos espaciales fueron sembrados
y cuidados con mucho cariño. Así los antiguos altiplánicos lograron —cosecha
tras cosecha— una diversidad de semillas agrupadas en unas panojas que llamaron
pulas o pulis.
La fabulosa historia de la jiura
o kiura fue transmitida de padres a hijos y en el siglo pasado el profesor José
Portugal Catacora me la contó. Hoy vuelve a llegar a mis manos a través de su
hijo Carlos Portugal, quien difunde la obra paterna en internet.
En Puno tuve la suerte de admirar a
los pulis en uno de mis tantos
recorridos por el Perú. Casi los tenía
olvidados cuando fueron mencionados en
la web que recuerda al gran investigador. Ya me parecía increíble que no se
conservaran noticias de su existencia en el altiplano, considerado como centro
de origen y conservación de la kinua.
Creo que su reconocimiento ante el “boom”
de la exportación no estará completo si se ignora a los pulis, sobrevivientes
de una de las más grandiosas hazañas hechas para el futuro, domesticando y
conservando este grano para la Humanidad.
Mientras estuvo relegado, su producción sirvió sólo para el autoabastecimiento
de las comunidades. Al cobrar importancia se omite el. proceso de su domesticación, escrita
musicalmente en el altiplano, cuya riqueza de pentagramas es fascinante.
“Los pulis
que son las pulas o panojas humanizadas usan una variedad de vestimentas y coreografías, para celebrar
cada estadio agrícola, al son de la qena qena, sara qena o qenacho y tambor”, como
explicaba el músico Virgilio Palacios.
De este modo salen a bailar los puli pulis, chatripulis, qarapulis, awkipulis y llipipulis, que aparecen
en las partes altas o anansayas, donde crece la kinua real de grano grande, y también entre los urinsayas. donde el grano
es más pequeño y dulce.
Los puli pulis es una explosión de alegría ante la aparición de los primeros brotes, pulas, espigas o panojas. “Sobre
el traje dominguero —escribió José
Portugal Catacora— llevan un pañolón
atado al cuello con las puntas cayendo sobre la espalda y cintillos en
el sombrero. Los pañolones son verdes y
rojos alternados; como simbolizando las hojas que son verdes con jaspes
rojos.”
Aproximadamente a las dos terceras
partes de su desarrollo, cuando las plantas ganan altura y las panojas “se
abultan y se presentan turgentes” y prometedoras, los chatripulis salen para incentivarlas, rodeándolas.
Al asumir este rol, ellos agregan a su atuendo anterior unos pollerines
de gasa blanca plegada, semejante a la que recubre la caña del tallo y las
panojas. “La partícula chatri —mncionó el profesor— significa algo así como
las hojas que envuelven a las pulas”.
La planta se yergue hermosa y los
bailarines tratan de parecerse a ella con su indumentaria.
Casi
al finalizar su etapa de crecimiento hay una sensación de preñez en el
aire, de poderío, que se siente con regocijo.
Los bailarines llegan a su mayor engalanamiento. Un momento en que plantas
y hombres fusionan su espíritu desbordando energías. Las pulas
aparecen cargadas de millares de granos diminutos, de brillantes colores,
“blancos, rojos, amarillentos, plomizos
y aún negruzcos”.
Los awkipulis tratando de
semejarse y ser pulas humanizadas recargan sus atavíos con “una especie de
corona de paja torcida y forrada de verde y rojo, de la cual penden zarcillos
de cuentas de cristal” que cubren su
rostro risueño, embriagados de
color y movimiento.
La cosecha es el acto final y así como
se desnuda a la kinua, dejándola qara, tallo pelado, los qarapulis vuelven a su sencillez cotidiana, sólo con cintillos
verdes y rojos en los sombreros.
Se ventean los granos para guardarlos
en las trojes o graneros y las danzas
concluyen con los llipipulis.
Sale el sol y arranca brillo a la kinua limpia, sin el salvado que es su último
velo protector.
“A este fenómeno de reflejarse se le
llama llipi.” Los hombres pulis vuelven
a vestir sus galas en las grandes fiestas, añadiéndoles “una capa” o especie de
orgullosa coraza, entre el pecho y la espalda, confeccionada con piel de jaguar
o de puma.
La recopilación de José Portugal
Catacora nos permite rescatar el auténtico nombre de la quinua: jiura
o kiura, y de sus bailarines, los pulis. Una rendida gratitud a las
estrellas que se modificaron para florecer en el altiplano, convirtiéndose en grano
estrella para beneficio de los hombres.
Ella ya ha logrado un lugar de bandera
entre los alimentos. Ahora falta
reconocer a los pulis que lucharon para aclimatarla en los yermos
gélidos. No es justo que se encuentren en vías de extinción. Las danzas
ceremoniales aún se ejecutan en Chucuito, Melgar, Carabaya y Lampa. Hay que
salvarlas para enriquecer su historia.
Su existencia es un honor
irrenunciable a los esfuerzos de los antiguos agricultores del Perú.
Alfonsina Barrionuevo
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