domingo, 9 de febrero de 2014

EN BUSCA DE LOS ATAVILLOS   

Me gusta visitar Facebook, esa ventana de maravilla,  que se abre para encontrar  familiares, amigos y personas que me conocen o que yo conozco.  Al asomarme encuentro muchas sorpresas, pero hoy vi una foto muy extraña porque aparecía con dos niños en un parque. No sabía quiénes eran hasta que leí una nota donde me recordaban mi visita a la ciudad de San Pedro de Pirqa en una de las alturas de Lima. Claro que estuve allí y fui con la idea de encontrar rastros del pueblo que se mudó en el mismísimo siglo XVI porque no le gustaba vivir avasallado.
Ya no estaban esos atavillos pero sí sus viviendas circulares de piedra. 

  
Francisco Pizarro quiso ser Marqués de los Atavillos, título sugestivo. El rey de España le preguntó qué pueblo era aquel y cuántos  habitantes tenía. Requisito esencial. Pizarro no le pudo dar cuenta porque no pudo contarlos. Los atavillos se habían ido, desaparecieron sin dejar huella y así fue hasta 1990 y pico en que los volví a encontrar en una feria.

Vi unos tejidos extraños y cuando pregunté de dónde me dijeron que eran atavillos de San Pedro de Pirqa y me invitaron a visitarles. Así resultamos yendo con Zuly Azurín, profesora, actriz y cantante.
Estaban de fiesta y no pude encontrar mucha información pero sí algunos datos interesantes sobre su vida y el trabajo en telar como resultado de una herencia  que llegó al siglo XX por transmisión oral.
Pizarro recibió el codiciado título de marqués pero a secas. 



LOS PULI PULIS
BAILARINES DE LA KINUA

Una antiquísima leyenda rescata el verdadero nombre de la quinua.  El Titiqaqa, lago milenario, lo conserva en su memoria al lado de la historia de los domesticadores de la preciosa gramínea andina.
Según ella se registró, hace muchísimo tiempo, una intensa sequía que amenazó con destruir la vida en el altiplano. Los pajonales se agostaron y los animales comenzaron a morir.
Las estrellas observaron desde el infinito como sus habitantes se preparaban para emigrar buscando otros climas benignos, por lo que decidieron  intervenir.

Hablaron entre ellas y en la noche cayó una lluvia de luces blancas desde el cielo. Las estrellas más pequeñas fueron enviadas para salvarlos.  Al día siguiente, planicies y roquedales amanecieron cubiertas con la escarcha celeste que germinó rápidamente y dio unos frutos menudos. Hombres, mujeres y niños los llevaron a sus bocas porque eran muy suaves. Así se alimentaron, guardando un puñado de las prodigiosas semillas,  que llamaron primero jihura, es decir, muerte; luego jiura o kiura, equivalente a “semilla que da muerte a la muerte” o “semilla que brota de la muerte”; palabra que los españoles pronunciaron como kinua.           
Los granos espaciales fueron sembrados y cuidados con mucho cariño. Así los antiguos altiplánicos lograron —cosecha tras cosecha— una diversidad de semillas agrupadas en unas panojas que llamaron pulas o pulis.

La fabulosa historia de  la jiura o kiura fue transmitida de padres a hijos y en el siglo pasado el profesor José Portugal Catacora me la contó. Hoy vuelve a llegar a mis manos a través de su hijo Carlos Portugal, quien difunde la obra paterna  en internet.
En Puno tuve la suerte de admirar a los pulis en uno de mis tantos recorridos por el Perú.  Casi los tenía olvidados cuando fueron  mencionados en la web que recuerda al gran investigador. Ya me parecía increíble que no se conservaran noticias de su existencia en el altiplano, considerado como centro de origen y conservación de la kinua.
Creo que su reconocimiento ante el “boom” de la exportación no estará completo si se ignora a los pulis, sobrevivientes de una de las más grandiosas hazañas hechas para el futuro, domesticando y conservando este grano para la Humanidad.         
Mientras estuvo relegado, su producción sirvió sólo para el autoabastecimiento de las comunidades. Al cobrar importancia se omite el. proceso de su domesticación, escrita  musicalmente en el altiplano, cuya riqueza de pentagramas es fascinante.

 “Los pulis que son las pulas o panojas humanizadas usan una  variedad de vestimentas y coreografías, para celebrar cada estadio agrícola, al son de la qena qena, sara qena o qenacho y tambor”, como explicaba el músico Virgilio Palacios.
De este modo salen a bailar los puli pulis, chatripulis,  qarapulis, awkipulis y llipipulis, que aparecen en las partes altas o anansayas, donde crece la kinua real de grano grande,  y también entre los urinsayas. donde el grano es más pequeño y dulce.
Los puli pulis es una explosión de alegría ante la aparición  de los primeros brotes, pulas,  espigas o panojas. “Sobre el traje dominguero  —escribió José Portugal Catacora— llevan un pañolón  atado al cuello con las puntas cayendo sobre la espalda y cintillos en el sombrero. Los  pañolones son verdes y rojos alternados; como simbolizando las hojas que son verdes con jaspes rojos.”  
Aproximadamente a las dos terceras partes de su desarrollo, cuando las plantas ganan altura y las panojas “se abultan y se presentan turgentes” y prometedoras, los chatripulis salen para incentivarlas, rodeándolas.  

Al asumir este rol, ellos  agregan a su atuendo anterior unos pollerines de gasa blanca plegada, semejante a la que recubre la caña del tallo y las panojas. “La partícula chatri  —mncionó el profesor— significa algo así como las hojas que envuelven a las pulas”. La planta se yergue  hermosa y los bailarines tratan de parecerse a ella con su indumentaria.
Casi  al finalizar su etapa de crecimiento hay una sensación de preñez en el aire, de poderío, que se siente con regocijo.  Los bailarines llegan a su mayor engalanamiento. Un momento en que plantas y hombres fusionan su espíritu desbordando energías.  Las pulas aparecen cargadas de millares de granos diminutos, de brillantes colores, “blancos, rojos, amarillentos, plomizos y aún negruzcos”.
Los awkipulis  tratando de semejarse y ser pulas humanizadas recargan sus atavíos con “una especie de corona de paja torcida y forrada de verde y rojo, de la cual penden zarcillos de cuentas de cristal” que cubren su  rostro risueño,  embriagados de color y movimiento.                     
La cosecha es el acto final y así como se desnuda a la kinua, dejándola qara,  tallo pelado, los qarapulis vuelven a su sencillez cotidiana, sólo con cintillos verdes y rojos en los sombreros.
Se ventean los granos para guardarlos en las trojes o graneros y las danzas  concluyen con los llipipulis. Sale el sol y arranca brillo a la kinua limpia, sin el salvado que es su último velo protector.

“A este fenómeno de reflejarse se le llama llipi.” Los hombres pulis vuelven a vestir sus galas en las grandes fiestas, añadiéndoles “una capa” o especie de orgullosa coraza, entre el pecho y la espalda, confeccionada con piel de jaguar o de puma.
La recopilación de José Portugal Catacora nos permite rescatar el auténtico nombre de la quinua:  jiura o kiura, y de sus bailarines, los pulis. Una rendida gratitud a las estrellas que se modificaron para florecer en el altiplano, convirtiéndose en grano estrella para beneficio de los hombres.
Ella ya ha logrado un lugar de bandera entre los alimentos. Ahora falta  reconocer a los pulis que lucharon para aclimatarla en los yermos gélidos. No es justo que se encuentren en vías de extinción. Las danzas ceremoniales aún se ejecutan en Chucuito, Melgar, Carabaya y Lampa. Hay que salvarlas para enriquecer su historia.
Su existencia es un honor irrenunciable a los esfuerzos de los antiguos agricultores del Perú.


Alfonsina Barrionuevo

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