domingo, 15 de diciembre de 2013

PISA,  ¿PISO LOS AYACHAYWASI?
                   

Si la educación fuera un ser humano pensaría que está con un pie en un jabón y el otro en un plátano. La prueba Pisa se trajo abajo al equilibrista. Sin embargo, los profesionales peruanos triunfan en el exterior. Si su preparación está en la cola, ¿a qué se debe? Los yachaywasi, “casas prehispánicas del saber” influyen. Puede ser la famosa universidad de milenios que llevamos en la sangre. El problema que el Estado posterga es otro. Me contaron que antes -digamos 1920 o 1930, se aprendía en la primaria no sólo aritmética sino álgebra, geometría, física, química, literatura, anatomía, zoología, historia del Perú e historia universal, anatomía, química, física, etc. y salían, hombres y mujeres, con grado de preceptor. La cultura se daba más o menos por igual en cualquier lugar del país.

Por 1950 los profesores dictaban sus cursos y se ingeniaban para hacerlo ameno. Después, vino la debacle cuando se publicó una serie de libros  que convirtieron a los maestros en una especie de regentes de cada materia. Los alumnos recibían indicaciones sobre las páginas que debían leer y las preguntas que debían responder. Desde entonces tenemos una educación minimizada.

Los maestros de hoy son el pobre resultado de esa educación y está de más que los evalúen acerca de lo que no dominan. Cada cierto tiempo ellos pasan por un colador pero, si la currícula es deficiente, ¿qué pueden hacer?

Es lamentable por los niños y su futuro. Ellos y sus padres se esfuerzan. Desde sus comunidades muchos hacen un recorrido de cuatro horas –dos de ida y dos de vuelta- para ir a la escuela. Hay maestros que van a caballo o también a pie desde los centros poblados más cercanos. Cumplen, más el material que usan no es el adecuado. Habría que revisar lo que ha pasado con la educación en cinco o seis gobiernos atrás. La han recortado hasta convertirla de un traje principesco en un harapo.

Recuerdo una escuela, de una comunidad paupérrima, en el camino a Illa Waman, uno de los apus tutelares de Cusco. Allí pasamos una noche en el local de la escuela, aproximadamente 3,6000 metros de altura. El frío acuchillo nuestros cuerpos. Las ventanas no tenían vidrios y fue como si estuviésemos a la intemperie. Es de suponer cómo reciben los niños sus clases sin abrigo.

Nadie lleva lonchera. Para la hora del hambre tienen un puñado de maíz o habas tostadas. Nada justifica tanto desgaste de energía y sueños. Por lo menos vale la labor de la Defensoría del Pueblo que ha visitado las escuelas del interior para descubrir la realidad educativa. Habrán hecho el viaje en vano si no se reforma el contenido de la currícula. Mientras los ministros de educacion no aborden este punto seguiremos en el último lugar.      

 

BATALLA POR LA TIERRA
                                      
Hace tiempo que la Tierra izó la bandera blanca de rendición. No la han visto los países industrializados ni los tercermundistas. Todos, la seguimos contaminando. Habría que preguntar si amamos a la Tierra. Ella sabe que la quiere una minoría. Al agraviarla cada día no es extraño que resienta con dolor el maltrato.

Afirmar que el planeta tiene sus ciclos y después de un desastre sus heridas cicatrizan es un optimismo falso. Esos ciclos pueden durar  doscientos, trescientos o miles de años. ¿Consuela a la Humanidad de hoy pensar que ella renacerá entonces? A nadie le alcanzará la vida para comprobarlo. Los optimistas le dan unos cincuenta años más y los pesimistas veinticinco críticos.

Es penoso saber que estamos viviendo los descuentos. ¿Dónde se irá el mañana para las generaciones futuras?

Escalofría que se permita una concesión cerca de un nevado que se destruirá para que una empresa minera pueda extraer oro de su interior. Cuando se necesite agua, ¿creen que se podrá convertir en el precioso líquido los lingotes aúreos que se acumulan en las cámaras de seguridad de los bancos? ¿Creen los industriales que por tener trillones se salvarán? Si llega el momento serán arrasados igual que la gente que vive en pobreza.           

Hay buenas intenciones. Bernabé Florencio, un informante de internet, me alcanza un escrito del estudioso Mirra Banchón. “Después de largas negociaciones los ministros de Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas acordaron prohibir el uso de mercurio, un alto contaminante.

La inhalación, ingestión o contacto de este metal pasado produce al calentarse vapores tóxicos y corrosivos.”     

“Según datos difundidos en la cumbre de Nairobi, unas 6,000 toneladas de mercurio -dañino al sistema nervioso humano y causante de pérdida de memoria o falta de visión- entran cada año en el medio ambiente.”

Los Inkas que admiraron su viveza y movimiento, pues, parecen perlas líquidas o bolitas relucientes, observaron que causaba temblor en las manos y pérdida de los sentidos en quienes trataban de extraerlo y prohibieron su manejo.

Al parecer el hombre prehispánico pensó que el oro y la plata, eran probablemente guijarros caídos del Sol y de la Luna y sintió un estremecimiento ante la magia que se desprendía de su brillo sideral. Al trabajarlos, conciente de su toque divino,  consideró que era exclusivo de los lugares sagrados y sus señores.  

Los antiguos orfebres y plateros tuvieron la suerte de encontrar el oro y la plata a flor de tierra o en los riachuelos que bajaban de los nevados. Para laminarlos sólo necesitaron martillos de piedra. Para derretirlos, cuando lo requerían, usaron el cobre que los arrastraba.

La cerámica tampoco fue un problema cuando la Tierra se sentía amada y protegida. Los hornos no necesitaban que los atizaran demasiado y las sustancias vegetales y minerales conque ponían color a sus creaciones no eran tóxicas.  

Al llegar los españoles su ambición por hacerse ricos con el oro y la plata despertaron al mineral que estaba prohibido. Con ellos comenzó la minería contaminante.            

El fraile franciscano Diego de Mendoza refiere que en el área de San Antonio de Charcas “había ocho cerros de minerales de oro que corren tierra adentro”.La mina de Qolqe Pokro conocida por los Inkas fue la primera donde entraron en 1540 y acuñaron a puro golpe de cincel las monedas peruanas más antiguas.

En 1545 los señores del altiplano Wanka y Wallpa les entregaron un cerro de plata, Potosí, produciéndose una corriente humana incontenible para participar en el festín. Allí se inicia el martirio y la muerte de miles de hombres entre los 18 y  los 50 años de edad, obligados a trabajar por el sistema de las mitas. 

El azogue salió a la luz cuando el kuraka Ñawinkopa de Huancavelica obsequió las minas de azogue al encomendero Amador Cabrera. Por su poder altamente  corrosivo el mercurio iba bien acondicionado en recipientes de arcilla y cuero para no dañar el lomo de las mulas. En cambio los trabajadores partían el mineral sin protección, aspirando por nariz y boca un polvillo  venenoso, que era incurable y de terribles efectos. Ulceraba las encías, destruía el sistema dental y provocaba afecciones paralíticas.      

Este fue el principio del uso del mercurio que, en los últimos siglos, se ha ido diversificando a medida que los países iban creando tecnologías y aplicaciones jamás imaginadas.

Nick Nuttall, portavoz del Programa de Naciones Unidas para Medio Ambiente (PNUMA), subrayó en una de sus declaraciones que  “el mercurio es uno de los venenos más mortales que existen”.

 Achim Steiner, director del PNUMA, instó a los ministros reunidos en Kenia a tomar una decisión histórica sobre el mercurio después de siete años de conversaciones.            

La estrategia para eliminaría esta amenaza a la salud en el planeta debía cubrir su reducción en procesos industriales -como el procesamiento del carbón y el oro- y en productos como lámparas que son fuentes de luz ultravioleta, espejos, termómetros, fluorescentes, pilas y baterías.

El mercurio debe volver al interior de la tierra para bajar la contaminación que afecta al planeta, nuestro hogar.

 
Alfonsina Barrionuevo

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