Si la educación fuera un ser humano pensaría que
está con un pie en un jabón y el otro en un plátano. La prueba Pisa se trajo
abajo al equilibrista. Sin embargo, los profesionales peruanos triunfan en el
exterior. Si su preparación está en la cola, ¿a qué se debe? Los yachaywasi,
“casas prehispánicas del saber” influyen. Puede ser la famosa universidad de
milenios que llevamos en la sangre. El problema que el Estado posterga es otro.
Me contaron que antes -digamos 1920 o 1930, se aprendía en la primaria no sólo
aritmética sino álgebra, geometría, física, química, literatura, anatomía, zoología,
historia del Perú e historia universal, anatomía, química, física, etc. y
salían, hombres y mujeres, con grado de preceptor. La cultura se daba más o
menos por igual en cualquier lugar del país.
Por 1950 los profesores dictaban sus cursos y se
ingeniaban para hacerlo ameno. Después, vino la debacle cuando se publicó una
serie de libros que convirtieron a los
maestros en una especie de regentes de cada materia. Los alumnos recibían
indicaciones sobre las páginas que debían leer y las preguntas que debían responder.
Desde entonces tenemos una educación minimizada.
Los maestros de hoy son el pobre resultado de esa
educación y está de más que los evalúen acerca de lo que no dominan. Cada
cierto tiempo ellos pasan por un colador pero, si la currícula es deficiente, ¿qué
pueden hacer?
Es lamentable por los niños y su futuro. Ellos y
sus padres se esfuerzan. Desde sus comunidades muchos hacen un recorrido de
cuatro horas –dos de ida y dos de vuelta- para ir a la escuela. Hay maestros que
van a caballo o también a pie desde los centros poblados más cercanos. Cumplen,
más el material que usan no es el adecuado. Habría que revisar lo que ha pasado
con la educación en cinco o seis gobiernos atrás. La han recortado hasta
convertirla de un traje principesco en un harapo.
Recuerdo una escuela, de una comunidad paupérrima, en
el camino a Illa Waman, uno de los apus tutelares de Cusco. Allí pasamos una
noche en el local de la escuela, aproximadamente 3,6000 metros de altura. El
frío acuchillo nuestros cuerpos. Las ventanas no tenían vidrios y fue como si
estuviésemos a la intemperie. Es de suponer cómo reciben los niños sus clases
sin abrigo.
Nadie lleva lonchera. Para la hora del hambre tienen
un puñado de maíz o habas tostadas. Nada justifica tanto desgaste de energía y
sueños. Por lo menos vale la labor de la Defensoría del Pueblo que ha visitado
las escuelas del interior para descubrir la realidad educativa. Habrán hecho el
viaje en vano si no se reforma el contenido de la currícula. Mientras los
ministros de educacion no aborden este punto seguiremos en el último lugar.
BATALLA POR LA TIERRA
Hace
tiempo que la Tierra izó la bandera blanca de rendición. No la han visto los
países industrializados ni los tercermundistas. Todos, la seguimos contaminando.
Habría que preguntar si amamos a la Tierra. Ella sabe que la quiere una minoría.
Al agraviarla cada día no es extraño que resienta con dolor el maltrato.
Afirmar
que el planeta tiene sus ciclos y después de un desastre sus heridas cicatrizan
es un optimismo falso. Esos ciclos pueden durar
doscientos, trescientos o miles de años. ¿Consuela a la Humanidad de hoy
pensar que ella renacerá entonces? A nadie le alcanzará la vida para comprobarlo.
Los optimistas le dan unos cincuenta años más y los pesimistas veinticinco críticos.
Es
penoso saber que estamos viviendo los descuentos. ¿Dónde se irá el mañana para
las generaciones futuras?
Escalofría
que se permita una concesión cerca de un nevado que se destruirá para que una
empresa minera pueda extraer oro de su interior. Cuando se necesite agua, ¿creen
que se podrá convertir en el precioso líquido los lingotes aúreos que se
acumulan en las cámaras de seguridad de los bancos? ¿Creen los industriales que
por tener trillones se salvarán? Si llega el momento serán arrasados igual que
la gente que vive en pobreza.
Hay
buenas intenciones. Bernabé Florencio, un informante de internet, me alcanza un
escrito del estudioso Mirra Banchón. “Después de largas negociaciones los
ministros de Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas acordaron
prohibir el uso de mercurio, un alto contaminante.
La inhalación,
ingestión o contacto de este metal pasado produce al calentarse vapores tóxicos
y corrosivos.”
“Según
datos difundidos en la cumbre de Nairobi, unas 6,000 toneladas de mercurio -dañino
al sistema nervioso humano y causante de pérdida de memoria o falta de visión-
entran cada año en el medio ambiente.”
Los
Inkas que admiraron su viveza y movimiento, pues, parecen perlas líquidas o
bolitas relucientes, observaron que causaba temblor en las manos y pérdida de
los sentidos en quienes trataban de extraerlo y prohibieron su manejo.
Al
parecer el hombre prehispánico pensó que el oro y la plata, eran probablemente guijarros
caídos del Sol y de la Luna y sintió un estremecimiento ante la magia que se
desprendía de su brillo sideral. Al trabajarlos, conciente de su toque divino, consideró que era exclusivo de los lugares
sagrados y sus señores.
Los
antiguos orfebres y plateros tuvieron la suerte de encontrar el oro y la plata
a flor de tierra o en los riachuelos que bajaban de los nevados. Para laminarlos
sólo necesitaron martillos de piedra. Para derretirlos, cuando lo requerían,
usaron el cobre que los arrastraba.
La
cerámica tampoco fue un problema cuando la Tierra se sentía amada y protegida.
Los hornos no necesitaban que los atizaran demasiado y las sustancias vegetales
y minerales conque ponían color a sus creaciones no eran tóxicas.
Al
llegar los españoles su ambición por hacerse ricos con el oro y la plata
despertaron al mineral que estaba prohibido. Con ellos comenzó la minería
contaminante.
El
fraile franciscano Diego de Mendoza refiere que en el área de San Antonio de
Charcas “había ocho cerros de minerales de oro que corren tierra adentro”.La
mina de Qolqe Pokro conocida por los Inkas fue la primera donde entraron en
1540 y acuñaron a puro golpe de cincel las monedas peruanas más antiguas.
En
1545 los señores del altiplano Wanka y Wallpa les entregaron un cerro de plata,
Potosí, produciéndose una corriente humana incontenible para participar en el
festín. Allí se inicia el martirio y la muerte de miles de hombres entre los 18
y los 50 años de edad, obligados a
trabajar por el sistema de las mitas.
El
azogue salió a la luz cuando el kuraka Ñawinkopa de Huancavelica obsequió las
minas de azogue al encomendero Amador Cabrera. Por su poder altamente corrosivo el mercurio iba bien acondicionado
en recipientes de arcilla y cuero para no dañar el lomo de las mulas. En cambio
los trabajadores partían el mineral sin protección, aspirando por nariz y boca
un polvillo venenoso, que era incurable
y de terribles efectos. Ulceraba las encías, destruía el sistema dental y
provocaba afecciones paralíticas.
Este
fue el principio del uso del mercurio que, en los últimos siglos, se ha ido
diversificando a medida que los países iban creando tecnologías y aplicaciones
jamás imaginadas.
Nick
Nuttall, portavoz del Programa de Naciones Unidas para Medio Ambiente (PNUMA), subrayó
en una de sus declaraciones que “el
mercurio es uno de los venenos más mortales que existen”.
Achim
Steiner, director del PNUMA, instó a los ministros reunidos en Kenia a tomar
una decisión histórica sobre el mercurio después de siete años de
conversaciones.
La
estrategia para eliminaría esta amenaza a la salud en el planeta debía cubrir su
reducción en procesos industriales -como el procesamiento del carbón y el oro-
y en productos como lámparas que son fuentes de luz ultravioleta, espejos,
termómetros, fluorescentes, pilas y baterías.
El
mercurio debe volver al interior de la tierra para bajar la contaminación que
afecta al
planeta, nuestro hogar.
Alfonsina
Barrionuevo
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