DISEÑO DE INTERIORES PREHISTORICO 1ra. Parte
El priner diseño de interiores se hizo en una
cueva. Para habitarla el hombre prehistórico tuvo que desalojar antes a su
habitante precario. Tal vez un oso de anteojos, un puma o un perro salvaje. La
cueva fue su primera vivienda. Miles de
años estuvo sentado frente al horizonte. Ya no él, su hijo, su nieto, su
tataranieto, y otros descendientes, contemplando atardeceres incendiados sobre
el mar, lunas marineras despeñándose en sus noches, algas rizando los oleajes
y, hasta los cangrejos rojos, azules y verdes que eran un juguete vivo entre
sus manos antes de servirlo en su mesa.
Un día decidió pintar la cueva. Se manchó los dedos
grasientos de comida con tierras minerales y estuvo ensayando sobre la arena
gráciles criaturas de cuatro patas que desfilaban en busca de refugio. En una
de las paredes las inmortalizó en una escena rupestre.
Los calendarios no existieron para quien estaba
ocupado en aprender. Tomó un capullo iluminado y pretendió ingerirlo. Era suave
y lo llevó a su mejilla pensndo para qué serviría. Lo sintió aterciopelado,
suave. Acababa de descubrir una caricia y recogió cuantos pudo. Quería sentir la
sensación primera que fue gratificante y al dormir colocó la cabeza sobre la
primera almohada de algodón. Al día siguiente recogería más.
Los milenios se fueron apilando como leños. El
hombre ya dejó la cueva. El señor requería estar en alto para mandar. Alguien
llevó un tronco. El resto se sentó en el suelo cruzando las piernas. De tanto
moverse sobre el tronco lo fue gastando y se arqueó. Lo volteó y sonrió
satisfecho con su primer trono.
Los guijarros de oro que arrastraban los ríos del
norte fueron martillados hasta convertirse en láminas. Vino a su memoria la
primera cueva con pintura rupestre. Esta vez la habitación sería decorada con
brillantes lajas que servirían para decorar los templos y las viviendas reales.
Así se fue haciendo la decoración de
interiores en el antiguo Perú.
EL DIVINO CACAO
El
cacao siente la alegría de la paternidad cada vez que un cosquilleo le anuncia
un brote en su tronco. Mariella Balbi de Huguet vio una diminuta flor alli,
bellísima “como una orquídea”, abrazándose a su piel con un gozo interminable.
Al pasar el tiempo iría creciendo, convirtiéndose en una linda baya verde,
amarilla o roja.
En su
interior, a medida que pasaran los días, unos granos comenzarían a retozar en una especie de redecilla o película sedosa.
El proceso siempre es igual cada vez
que se deshoja el tiempo.
Caminar
en un cacaotal, cuando hay un vínculo de
vida y de trabajo, es fascinante. Una experiencia bella cuando florece. Sus árboles buscan siempre la sombra de otros
patriarcas más altos para guarecerse del excesivo sol, las lluvias o los vientos.
Mariella
conoce la humanidad del cacao porque prepara deliciosos chocolates con su
pasta. Ella ha aprendido cuanto se debe hacer, dejar fermentar los azúcares de su
redecilla, ver su reabsorción, el secado de los granos, el tostado, el tamizado,
el molido y todos los pasos que se dan hasta el final.
La
pasta en bebida es una primicia. La probé en una fragante taza, con una crema que
se forma al batirse, y me gustó. Puede ser espesa, con la cucharita que se
queda parada al medio, como lo tomaban las antiguas señoras de Cusco. También más
liviana, “el chocolate a lo americano”, como reza en su carta.
Se
trata de un alimento saludable que aumenta las endorfinas, reduce el colesterol
malo e incrementa el bueno.
Al
entrar en el mundo de los chocolates los esposos Huguet Balbi fueron comprando
sus equipos, con lotes de cacao que llegaban del Perú, y los deliciosos
productos que vendían en las ferias semanales, mostrando la foto de Machupiqchu.
Sus
trufas o bombones son joyas exóticas con nombres muy sugestivos. Por ejemplo “Kuyay”, “Cusco
Místico” y “Catacaos”. Los ingredientes de sus rellenos son originales, de
awaymanto, algarrobina, marakuyá, vainilla de Madagascar, caramelo al 72% de
chocolate y un toque de limón de Chulucanas y gajos cítricos, incluyendo el
rocoto, una fruta que incluyeron para diferenciarla del chile mexicano cuyo
picante se siente en el estómago.
Mariella
no se detiene. Genera ideas como un río. Ha pensado en una línea de chocolate
de taza con diferentes sabores, a naranja y
especias, y una fórmula especial para llevar a casa. El cacao orgánico,
sin químicos ni preservantes, está unido a sus hijos. El menor, Ian, no podía
pronunciar el nombre del mayor Gian Franco y sumando el de Juan Alvaro salió “GUANNI”,
“el portal del chocolate” que perfuma.
Personalmente
pensaba que tenemos un cacao de primerísima en el Perú y Mariella me bajó de
las nubes. Ella y su esposo Andrés Huguet, ingeniero de industrias alimentarias
en la especialidad de fermentación, usan exclusivamente cacao nativo.
El
problema reside en la excesiva presencia
de plantaciones de híbridos que han sufrido una clonación, crecen muy
rápido y son de alta producción. Estas variedades híbridas son más baratas. “Una plantación de ellas no es un paraíso”, dice.
“No tienen la menor idea de lo que es un cacao híbrido. Un cacao de estos es ácido, yo he probado un cacao que huele a
amoníaco, de un sabor es espantoso.”
“Teniendo
tan buen cacao no se puede aceptar tales especies, como si en lugar de usar
nuestra papa nativa, que es rica, empezáramos a
sembrar papas creadas en laboratorio”, explica Mariella. “Lamentablemente,
nuestro cacao está perdiendo su identidad y su diversidad. Un significativo 80%,
del que ahora se produce en el Perú, no es deseable.”
“Su
multiplicación afecta nuestra Amazonía. Es un cacao que no tiene nombre, se
registra sólo con números y es de baja calidad. Ese es un crimen”, agrega. “Por
eso insistimos en hacer una cruzada a nivel nacional para comprar sólo los
nativos. Estamos trabajando con cacao blanco de Piura y con otros de pequeños
nichos de Cusco, Puno y Junín. A nuestros productores les enseñamos a que en
lugar de aceptar un pago de unos cinco reales por un cacao de baja calidad, deban
cobrar el valor del suyo en oro. Es un tema boutique.”
Al
agricultor le pagan al barrer porque recibe
el precio que fijan en Brasil o Africa
por su ínfima calidad.
“Digamos
─acota─ que el kilo vale unos siete nuevos soles, mientras el del
cacao blanco es de veinticinco. Incentivan
su cultivo organismos internacionales
anónimos, agencias de antiayuda norteamericana
y empresas de otros países. Este cacao hasta se podría aceptar en
lugares donde imperaba la coca, porque son suelos desgastados, pero no en terrenos buenos que no debemos entregar
en la selva. Hay
que protegerla de las variedades de cacao criollo que deben estar está
beneficiando a más de uno.”
En el
Internet hay notas informativas que disfrazan la verdad, y, para muestra un
botón. El cacao clonado es un transgénico. Una de ellas señala, cuando se
busca, que se trata de “un fruto desarrollado por un grupo de investigadores
del ARS, Servicio de Investigaciones Agrícolas, que trabajan en el desarrollo
de nuevos árboles de cacao más productivos y resistentes a las plagas, y en la
mejora genética del cacao.”
Eso
no es cierto y nos unimos a su campaña. Hay que salvar al cacao nativo que es
un orgullo del Perú, ahora a media asta. Mariela Balbi y su esposo han hablado
con algunos productores sobre la
necesidad de proteger este regalo de la naturaleza y les compran su bayas, más
pequeñas pero de una pureza indiscutible, por un precio justo que los resarce
de la cantidad.
Lo
que está sucediendo es preocupante. Hay una intromisión de afuera que no se deja
sentir. Las bayas son más grandes y su peso en los mercados obnubila a los
cacaoteleros que obtienen más cantidad. No se fijan en el factor calidad por
los suelos, detestable, en que reciben menos por la venta y que el Perú está en vías de perder su cacao
nativo.
Estas
revelaciones demuestran que nuestro país tiene que luchar en muchos frentes y
que se espera el menor descuido para atentar contra la biodiversidad de nuestras especies
vegetales que son una riqueza que debe favorecer a los peruanos. (2012)
Alfonsina Barrionuevo
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