domingo, 8 de diciembre de 2013


DISEÑO DE INTERIORES PREHISTORICO 1ra. Parte

El priner diseño de interiores se hizo en una cueva. Para habitarla el hombre prehistórico tuvo que desalojar antes a su habitante precario. Tal vez un oso de anteojos, un puma o un perro salvaje. La cueva fue su primera vivienda.  Miles de años estuvo sentado frente al horizonte. Ya no él, su hijo, su nieto, su tataranieto, y otros descendientes, contemplando atardeceres incendiados sobre el mar, lunas marineras despeñándose en sus noches, algas rizando los oleajes y, hasta los cangrejos rojos, azules y verdes que eran un juguete vivo entre sus manos antes de servirlo en su mesa.

Un día decidió pintar la cueva. Se manchó los dedos grasientos de comida con tierras minerales y estuvo ensayando sobre la arena gráciles criaturas de cuatro patas que desfilaban en busca de refugio. En una de las paredes las inmortalizó en una escena rupestre.

Los calendarios no existieron para quien estaba ocupado en aprender. Tomó un capullo iluminado y pretendió ingerirlo. Era suave y lo llevó a su mejilla pensndo para qué serviría. Lo sintió aterciopelado, suave. Acababa de descubrir una caricia y recogió cuantos pudo. Quería sentir la sensación primera que fue gratificante y al dormir colocó la cabeza sobre la primera almohada de algodón. Al día siguiente recogería  más.

Los milenios se fueron apilando como leños. El hombre ya dejó la cueva. El señor requería estar en alto para mandar. Alguien llevó un tronco. El resto se sentó en el suelo cruzando las piernas. De tanto moverse sobre el tronco lo fue gastando y se arqueó. Lo volteó y sonrió satisfecho con su primer trono.

Los guijarros de oro que arrastraban los ríos del norte fueron martillados hasta convertirse en láminas. Vino a su memoria la primera cueva con pintura rupestre. Esta vez la habitación sería decorada con brillantes lajas que servirían para decorar los templos y las viviendas reales.   Así se fue haciendo la decoración de interiores en el antiguo Perú.

 

EL DIVINO CACAO

El cacao siente la alegría de la paternidad cada vez que un cosquilleo le anuncia un brote en su tronco. Mariella Balbi de Huguet vio una diminuta flor alli, bellísima “como una orquídea”, abrazándose a su piel con un gozo interminable. Al pasar el tiempo iría creciendo, convirtiéndose en una linda baya verde, amarilla o roja.

En su interior, a medida que pasaran los días, unos granos comenzarían a retozar  en una especie de redecilla o película sedosa. El proceso  siempre es igual cada vez que  se deshoja el tiempo.

Caminar en un cacaotal,  cuando hay un vínculo de vida y de trabajo, es fascinante. Una experiencia bella cuando florece.  Sus árboles buscan siempre la sombra de otros patriarcas más altos para guarecerse del excesivo sol,  las lluvias o los vientos.

Mariella conoce la humanidad del cacao porque prepara deliciosos chocolates con su pasta. Ella ha aprendido cuanto se debe hacer, dejar fermentar los azúcares de su redecilla, ver su reabsorción, el secado de los granos, el tostado, el tamizado, el molido y todos los pasos que se dan hasta el final.  

La pasta en bebida es una primicia. La probé en una fragante taza, con una crema que se forma al batirse, y me gustó. Puede ser espesa, con la cucharita que se queda parada al medio, como lo tomaban las antiguas señoras de Cusco. También más liviana, “el chocolate a lo americano”, como reza en su carta.

Se trata de un alimento saludable que aumenta las endorfinas, reduce el colesterol malo e incrementa el bueno.

Al entrar en el mundo de los chocolates los esposos Huguet Balbi fueron comprando sus equipos, con lotes de cacao que llegaban del Perú, y los deliciosos productos que vendían en las ferias semanales, mostrando la foto de Machupiqchu.

Sus trufas o bombones son joyas exóticas con  nombres muy sugestivos. Por ejemplo “Kuyay”, “Cusco Místico” y “Catacaos”. Los ingredientes de sus rellenos son originales, de awaymanto, algarrobina, marakuyá, vainilla de Madagascar, caramelo al 72% de chocolate y un toque de limón de Chulucanas y gajos cítricos, incluyendo el rocoto, una fruta que incluyeron para diferenciarla del chile mexicano cuyo picante se siente en el estómago.

Mariella no se detiene. Genera ideas como un río. Ha pensado en una línea de chocolate de taza con diferentes sabores, a naranja y   especias, y una fórmula especial para llevar a casa. El cacao orgánico, sin químicos ni preservantes, está unido a sus hijos. El menor, Ian, no podía pronunciar el nombre del mayor Gian Franco y sumando el de Juan Alvaro salió “GUANNI”, “el portal  del chocolate” que perfuma.

Personalmente pensaba que tenemos un cacao de primerísima en el Perú y Mariella me bajó de las nubes. Ella y su esposo Andrés Huguet, ingeniero de industrias alimentarias en la especialidad de fermentación, usan exclusivamente cacao nativo.  

El problema reside en la excesiva presencia  de plantaciones de híbridos que han sufrido una clonación, crecen muy rápido y son de alta producción. Estas variedades híbridas son más baratas.  “Una plantación de ellas no es un paraíso”, dice. “No tienen la menor idea de lo que es un cacao híbrido.  Un cacao de estos  es ácido, yo he probado un cacao que huele a amoníaco, de un sabor es espantoso.”           

“Teniendo tan buen cacao no se puede aceptar tales especies, como si en lugar de usar nuestra papa nativa, que es rica, empezáramos a  sembrar papas creadas en laboratorio”, explica Mariella. “Lamentablemente, nuestro cacao está perdiendo su identidad y su diversidad. Un significativo 80%, del que ahora se produce en el Perú, no es deseable.”

“Su multiplicación afecta nuestra Amazonía. Es un cacao que no tiene nombre, se registra sólo con números y es de baja calidad. Ese es un crimen”, agrega. “Por eso insistimos en hacer una cruzada a nivel nacional para comprar sólo los nativos. Estamos trabajando con cacao blanco de Piura y con otros de pequeños nichos de Cusco, Puno y Junín. A nuestros productores les enseñamos a que en lugar de aceptar un pago de unos cinco reales por un cacao de baja calidad, deban cobrar el valor del suyo en oro. Es un tema boutique.”

Al agricultor le pagan al barrer  porque recibe el precio que  fijan en Brasil o Africa por su ínfima calidad. 

“Digamos ─acota─ que el kilo vale unos siete nuevos soles, mientras  el  del cacao blanco  es de veinticinco. Incentivan su cultivo organismos  internacionales anónimos, agencias de antiayuda norteamericana  y empresas de otros países. Este cacao hasta se podría aceptar en lugares donde imperaba la coca, porque son suelos desgastados,  pero no en terrenos buenos que no debemos entregar en la selva. Hay que protegerla de las variedades de cacao criollo que deben estar está beneficiando a más de uno.”

En el Internet hay notas informativas que disfrazan la verdad, y, para muestra un botón. El cacao clonado es un transgénico. Una de ellas señala, cuando se busca, que se trata de “un fruto desarrollado por un grupo de investigadores del ARS, Servicio de Investigaciones Agrícolas, que trabajan en el desarrollo de nuevos árboles de cacao más productivos y resistentes a las plagas, y en la mejora genética del cacao.”

Eso no es cierto y nos unimos a su campaña. Hay que salvar al cacao nativo que es un orgullo del Perú, ahora a media asta. Mariela Balbi y su esposo han hablado con algunos productores  sobre la necesidad de proteger este regalo de la naturaleza y les compran su bayas, más pequeñas pero de una pureza indiscutible, por un precio justo que los resarce de la cantidad.

Lo que está sucediendo es preocupante. Hay una intromisión de afuera que no se deja sentir. Las bayas son más grandes y su peso en los mercados obnubila a los cacaoteleros que obtienen más cantidad. No se fijan en el factor calidad por los suelos, detestable, en que reciben menos por la venta  y que el Perú está en vías de perder su cacao nativo.

Estas revelaciones demuestran que nuestro país tiene que luchar en muchos frentes y que se espera el menor descuido para atentar  contra la biodiversidad de nuestras especies vegetales que son una riqueza que debe favorecer a los peruanos. (2012)

Alfonsina Barrionuevo

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