domingo, 27 de abril de 2014

 PAPA JUAN PABLO II

Millones de personas tendrán recuerdos del Papa Juan Pablo II y se sentirán bendecidos como yo de haber estado cerca a él.
El primero de febrero de 1985 fue un día inolvidable para mí. Logré entrar a las tres de la tarde a la Basílica Catedral de Lima, Perú, por la puerta que da al jirón Carabaya con mi fotógrafo, me parece que fue Víctor Manrique. Tendría que esperar dos horas a oscuras en el interior pero valía la pena. A las cinco de la tarde el Papa estaría allí por primera vez. 

Entre tanto las monjas de los monasterios de la ciudad se estuvieron colocando en la Plaza y también los frailes de las órdenes religiosas. Aquella era una tarde de fiesta espiritual.
A la hora exacta la gran puerta giró sobre sus goznes y el Papa que entró seguramente por el Patio de los Naranjos, apareció y se colocó esperando el momento exacto para salir.
Al verle la emoción me embargó y cuando me aproximé rápidamente para saludarlo y pronunciar algunas palabras de bienvenida un encargado de seguridad me detuvo. Yo estaba apenas a un metro y el Papa se sorprendió al verme. Pero, ya debía salir y no me dejaron ver ni siquiera  la ceremonia.
Cuando al fin pude caminar libremente ya no estaba. Las monjitas abordaban pequeñas camionetas y en la noche oscura muchas se equivocaron y amanecieron en otros monasterios. En las primeras horas se generó un ir y venir de vehículos llevándolas de uno a otro lado. Ellas salieron por única vez  porque eran de clausura.

Los momentos vividos fueron de intensa alegría. Nunca más estaría tan cerca del gigante bondadoso pero seguí sus visitas en el Perú que fueron grandiosas y sus viajes.
El Arzobispo de Cusco debía recibirle al pie de la escalera de su avión cuando llegara a la Capital Imperial. Estuvo en Lima y no iba volver a tiempo. No consiguió pasaje y finalmente contrató una avioneta. El día estaba oscuro, con nubes muy preñadas. El piloto le dijo que irían por Arequipa para aterrizar si el  tiempo no mejoraba. Me contó que casi lloraba. Al fin sobrevolaron Cusco pero sin suerte. El piloto tenía gasolina sólo para volver. Bajar sin ver los cerros sería una locura. El Monseñor miró hacia Paucartambo y distinguió una apertura de luz. Fueron hacia allá y entraron. La preocupación impidió que vieran el avión del Papa que siguió a la avioneta, como si fuera su guía,  y se metió por el mismo lugar.
Monseñor tuvo escaso tiempo para correr y esperar al pie de la nave a la suprema cabeza de la Iglesia.

Un sueño que vivimos y que queda indeleble en la memoria. No sé de un Papa que haya sido tan querido como Juan Pablo II. Su espíritu de solidaridad, su cariño y humanidad no serán olvidados.

Hoy está en los altares, pero antes ingresó al corazón de las gentes del mundo, como un verdadero seguidor y servidor de Cristo.  


SHAKESPEARE EN GORGOR
                                        
De haber tenido una máquina de tiempo para llegar hasta Gorgor, Cajatambo, Lima, a 3,704 metros sobre el nivel del mar,  Shakespeare hubiera enredado su pluma en las pestañas de sus hermosas Pallas. No habría encontrado las cortesanas que reían o lloraban con sus dramas, pero algo hubiera hecho para enlazar la trágica historia de Waskar y Atawallpa con las doncellas de la Inmaculada Concepción.   
      
Todo hubiera sido una novedad para él desde la aparición del valle en el lecho de una antiquísima laguna. Bien ubicado en uno de sus cerros más altos hubiera observado obnubilado cómo iban desapareciendo sus aguas, absorbidas desde las profundidades, haciendo al final “glub”, “glub”, “glub”,  y luego “gor”, “gor”,”gor”. Por ese último sonido, producido como por una cañita colosal,  el lugar recibió el nombre de Gorgor.
Shakespeare no imaginó ni en sueños que existía tal lugar. La historia de este pueblo, casi inédito de los Andes limeños, me fue relatada, mientras tomaba sol en su pequeña plaza, por la gente  mayor que bajó de sus estancias para la fiesta de la Virgen. Sus antepasados presenciaron la desaparición  de la laguna esperando que su lecho se secara para sembrar una variedad de especies alimenticias.

Mucho después, los españoles fundaron en el sitio una villa el día de la Inmaculada Concepción, cuya  fiesta se celebra entre el 8  y el 11 de diciembre. El turista audaz que logre llegar después de aventura y media debe llevar  su mochila y su bolsa de dormir si quiere presenciar viejas costumbres de dos tiempos.
Para vivirla tomé en las afueras de Lima un ómnibus que me llevó hasta Barranca donde abordamos al vuelo, con Graciela Espinoza que me esperaba, otro que iba por un desvío hasta Gorgor. Fueron unas doce horas de viaje por una trocha con restaurantes de comida fría porque hay muy poca leña, por lo que es recomendable llevarse unos panes con queso, una gaseosa y una fruta.

Creo que  por esos parajes se va como una cabra montés hasta vencer los 3,074 metros de altura. El camino alterna la visión del árido paisaje de los cerros con calvicie de la chala o costa hasta los cerros de la yunga y la qechwa con melenas de verdor. Una buena parte se sube sin contratiempos pero hay sectores donde puede pasar cualquier cosa, que suban más pasajeros con una miscelánea de carga de todos los olores o sacos de veinte kilos y más.
Un zigzag y se llega a una graciosa placita que coquetea todos los días con los cerros de Gorgorhirka, Mahanka, Kuntursenqa y Shanuk.
Los antiguos señores de la región vivieron en las partes altas. Por eso se conservan viviendas, templos y tumbas, alrededor de Siskay.
El asiento principal habría funcionado como una pequeña metrópoli me explicó Faustino Espinoza Alvarado. Ubicada prácticamente en un mirador se podía controlar a los que llegaban. Las comunidades tienen respeto por estos restos donde sus antepasados duermen un sueño milenario. Siskay,  Wankashrakay y Kukushuk están a unos 3 o 4 horas de camino a pie.
Para asistir a la fiesta lo primero es buscar alojamiento el cual se consigue gracias a la hospitalidad  que brindan los pobladores. Hay buenas camas y abrigadoras frazadas, pero como los hijos y los nietos vuelven para rendir homenaje a la Virgen, es mejor asegurarse y llevar una bolsa de dormir.
Sobre la imagen de la Virgen dicen que fue hecha por los ángeles. Llegó como una simple mortal aunque extrañó a todos su singular belleza.

Cuando atardecía prometía volver al día siguiente que tenía su casa por allí atrás. Hasta que, finalmente, declaró que quería vivir en Gorgor y pidió que le hicieran una grande.
Ella llevó bienestar al pueblo y decidieron ayudarla. Cuando terminaron la construcción volvió. A los dos días tocaron la puerta para ver qué necesitaba y como no abría entraron. Se asombraron cuando vieron que era una imagen de pasta. Lo mismo pasó con la Virgen de Manás, una localidad cercana.

Para “su adorno” las familias crearon la danza de las pallas con reminiscencias inkas y una colorida evocación de la conquista. La trágica captura y  muerte al mismo tiempo –adecuando la historia a su imaginación- de Waskar y Atawallpa a manos de los “vasallos” que entraron a caballo.
Así nombran a Pizarro, “Candia”, Soto, Sánchez de Cuellar,  el padre dominico Valverde y al Felipillo. Los detalles del drama corrieron esa vez a cargo del mayordomo Elías Arce Ventosilla.

El traje de las pallas evoca fastos de dos mundos. Faldas amplias de seda, blusa de gran pechera, collares de perlas y cuentas de color, mantas que abrochan con prendedores que antes eran de plata fina, pañuelos sobre la cabeza y sombreros adornados con hileras de perlas. Lo más resaltante son su cuellos altos o remangas de tres tamaños, muy almidonados, cortados en abanico y levantados como pétalos, parecidos a los que usaba la reina Isabel de Inglaterra. 

A la hora del almuerzo el pueblo pasa por la casa del mayordoma donde se sirve el pari,  un plato que recuerda tiempos de otra edad. Las chef gorgorinas lo preparan con carnes de res, oveja, gallina, kuye que hierven separadas con diferentes hierbas y  se juntan al final con papa seca. Sus sabores son un secreto y la sorpresa es oir el “glu”, “glu”, “glu” o “gor”, “gor” “gor”, que hacen al ser puestas en el plato piedras de río calentadas al rojo vivo. Para beber hacen  salud con sendos vasos de chicha de jora, de maní o el famoso clarillo de cebada.
Para vivir con ganas la fiesta, las representaciones y dar un paseo a sus grupos arqueológicos hay que quedarse por lo menos unos cuatro días y volver con la sensación de haber estado en otro tiempo.

Alfonsina Barrionuevo

No hay comentarios.:

Publicar un comentario