LA VISITA DE LOS
APUS
Los Andes no necesitan permiso para irradiar energías. Tienen en su interior tal cantidad de minerales que se proyectan a cualquier parte. En Lima se incluye en su visita el Apu San Cristòbal, que es el protector de la capital.
Ellos
simplemente se dejan sentir. Generalmente lo hacen de noche porque hay quietud
y aunque no hacen ni el más leve ruido su presencia es visible.
Los
altomisayoq y Kuraq Akulleq de Qosqo me contaron que es fácil sentirlos apenas
se apagan las luces y las gentes se preparan a dormir. Entonces se iluminan los
dormitorios con una luz amarilla tenue. Se sabe que son ellos porque se ve la luz pero no se puede distinguir nada de lo que hay adentro. El
fenómeno no dura mucho. Quizá un minuto. Después la oscuridad vuelve a
apoderarse del ambiente.
.
Lo
hacen para llenar de energía a la persona que está por dormir y luego dormirá
bien, despertándose al día siguiente con el mejor de los ánimos. Son los Apus
que ayudan a los suyos. Sucede en el Perú.
ALGODÓN DE COLORES
En una fotografía lo miro como un sueño. A lo lejos parece un botón rosa
encendido, como una brasa juvenil. Así se deben ver otros capullos en una
sinfonía imponente. Ya amarillos,
marrones, negros, blancos o morados. Los cronistas de siglo XVI fueron
parcos. Se limitaron a decir que habían
visto un algodón de colores y guardaron su entusiasmo para otros temas. A los españoles les interesó más explotar la
preparación de las telas kunbe de algodón claro
que enviaban en fardos a la península. Era tal su ansia que hacían
trabajar sin piedad a niños pequeños. Les ataban del tobillo a los
telares, como pajaritos para que no escapen, y los hacían tejer igual
que los mayores desde que amanecía hasta que caía el sol.
La industria decayó cuando Europa
comenzó a abarrotar el mercado de América con sedas, terciopelos, castillas,
encajes y gasas para vestir a la gente de la ciudad. Nuestro algodón quedo
relegado al campo, discriminado como la propia gente andina, luchando
desesperadamente para sobrevivir.
Ahora, en que escribo estas líneas, me
doy cuenta de cuánto hay que batallar, inclusive para cambiar el pensamiento de
esa otra mitad de peruanos que no entienden el compromiso que tenemos con la
historia y que no debemos dejar que la patria se diluya ante nuestros ojos. Los españoles crearon en nuestros pueblos un
trauma de inferioridad incluyendo
plantas y animales.
Ahora estamos viviendo un momento
difícil en que la globalización nos invade. Necesitamos unir nuestras fuerzas.
Merecemos un destino mejor, pero hay que conquistarlo. El algodón de colores se
va poniendo en la mira del lanzamiento. Hay que apoyarlo para que recobre su
sitial.
El algodón blanco es originario de
varias partes del globo. Entre ellas la isla Barbados de Centro América, cuna de Gossypium barbadense, una malvácea. A
este le tocó diversificarse siendo llevado como rica presea de un sitio a otro,
hasta que levantó un vuelo generacional en Egipto. Entre tantas vueltas llegó
al Perú, estableciéndose como un nuevo algodón, el pima, que ha absorbido los
valores de nuestro ambiente.
Entre tanto nuestro algodón de colores
entró en vías de extinción, porque
injustamente se le consideró áspero y ordinario, olvidando que se empleó en
extraordinarios textiles de los chavin, parakas o inka. Según los estudiosos en una pulgada se
cuentan hasta 398 hilos de una finura
admirable. Sus colores cautivan
desde las tramas de fondo o
los magníficos bordados que han resistido el paso de milenios.
Este algodón que se encuentra en el
norte, querido por todas las culturas peruanas, fue obligado a reducir su área
de subsistencia al dársele de baja. Sin atención se fue minimizando y el golpe de gracia lo
recibió en 1940 con un decreto gubernamental
que prohibió su cultivo. El veto oficial
tuvo sustento en que era culpable de causar plagas en las plantaciones del algodón
foráneo de blanquísima fibra.
La resistencia que surgió de inmediato lo salvó del naufragio en los surcos donde antes se enseñoreó. Las mujeres de Lambayeque lo cobijaron valientemente en sus huertos
para seguir tejiendo chales, alforjas y fajas, sin tener que recurrir a los
tintes alemanes.
En los últimos lustros, cuando la calidad de
nuestros productos se está imponiendo en
el mundo, el algodón nativo ha comenzado a recibir aliento. La
prestigiosa arqueóloga Ruth Shady, que acaba de celebrar diecinueve años de
redescubrimientos en Caral-Supe, anunció que se ha comenzado un proyecto para su rescate. Como primer aporte los
campesinos han recolectado 6,000 plantones que ya tienen un lugar para crecer
sin temor y con cariño.
De acuerdo al hallazgo de motas,
atados compactos y semillas de algodón pardo, marrón, crema y beige, se puede
afirmar que los antiguos caralinos habían emprendido su manejo. La existencia
de ruecas, telares y restos de tejidos son evidencias de que hace 5,000 años
los pobladores de la ciudad sagrada, en los albores de conocimientos
matemáticos, astronónomicos y arquitectónicos, ya lo habían descubierto
dedicándole sus esfuerzos. Gracias a su presencia pasaron del taparrabo de
junco a la prenda liviana y sugerente.
En uno de mis primeros viajes al
norte el antropólogo James Vreeland me
mostró con entusiasmo vellones sorprendentes del algodón de colores. Los tenía
una señora de Mórrope, de la Asociación
de Productores de Algodón Orgánico que el estudioso fundó para su salvataje.
Sus características, según dijo, eran
asombrosas por la cantidad de tonalidades naturales que tenía.
La planta es tan buena que puede
enfrentar al desierto y la sequía. Sus raíces se alargan buscando agua hasta
hallar fuentes subterráneas por su cuenta. Su resistencia a las pestes la
convierte en un acorazado vegetal. De fibra larga, pródiga para el hilado, observó
que producía dos cosechas al año y hasta era posible extraer de sus
pepitas un aceite delicioso como el de oliva.
Sus penurias no han terminado. Esperemos que tenga una segunda
oportunidad. Los agricultores de las
viejas culturas se han hecho polvo. El
trabajo de los arqueologos, siendo muy laborioso es limitado, pero felizmente tenemos a Ruth Shady. Ella va más alla de los registros en su deseo de
tonificar Supe, Végueta y Vichama,
motivando con la grandeza del pasado a
una población poco afortunada económicamente.
La jefa del Proyecto Caral Supe puede
lograr imposibles si recibe recursos para este algodón heroico que a lo mejor
se convierte en un dínamo para ayudar a los vecinos del poderoso grupo
arqueológico. Esperemos que vuelva a crecer la sombra benéfica del cerro Gokne,
su apu protector. En este siglo
globalizado hay preferencia por lo orgánico y el algodón de colores tiene
que ganarle con todo derecho al plástico en las competencias de la moda con la
marca Perú.
Alfonsina Barrionuevo
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