LA DUEÑA DEL AGUA
En
invierno, mientras fuertes ventarrones agitan
las flores de los eucaliptos, una arteria gruesa, barrosa y caliente,
salta a un costado del cerro ‘La Botica’. La fuente, oculta en su interior, se
abre paso en querella con el día. En tiempo de estío, en su falda, otro
manantial bosteza haciendo globitos intermitentes que revientan dibujando
una ‘o’ sobre su piel cálida. Su corriente se desliza por el campo con los pies
descalzos, dejando huellas de vapor que son más altas cuanto más temprano.
Cachicadán,
La Libertad, con su arco blanco de tejas rojas, es tierra de termas
ferruginosas y sulfurosas certificadas por el sabio naturalista Antonio
Raimondi en 1850. Sus vecinos y visitantes disfrutan de la voluptuosa caricia del agua que ayuda cuando
hay reumatismo y otros problemas que demandan su abrazo benéfico.
Al
atardecer y en noche de luna el ojo tiene ‘encanto’. No hay que dejarse
provocar por su aura mágica. Hace cincuenta años una recién casada, que fue con
su jarra para llenarla, sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus
bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó. En la noche soñó con una
bellísima mujer, la dueña del agua, quien la invitó a su palacio de cristales. En la tarde
siguiente los árboles susurraron dulcemente su llamado. En la tercera noche la
dueña del agua volvió a aparecer ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco
veces y vio cómo se abría el cerro, iluminado por dentro. Su esposo no quiso
perderla y luchó con ella hasta vencer sus artes con puro amor.
Muy
cerca, en Wakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro llamado
akusha que queda al fondo es un prodigioso cosmético, aseguran las señoras del
campo. Las industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan
con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar las manchas del rostro, el acné,
las espinillas y las líneas del tiempo.
En
el cerro ‘La Botica’, crecen una infinidad de hierbas medicinales, obsequio de
su dueño a los hijos del lugar. La
variedad de especímenes que brota a cada paso haría la delicia de un botánico.
Para encontrarlas hay que hacerle un regalo. Pedir permiso con un trozo de
chancaca, cigarrillo, coca o flores, al entrar en su territorio. El señor del
gigantesco vivero natural de plantas curativas gusta de la correspondencia.
Como es su heredad, siente la falta de cariño, la indiferencia y si no saben
cuál es la costumbre o se olvidan de hacerle una ofrenda esconde lo que se busca.
Al
frente los cerros se arropan en mantos de color. El paisaje, oración
polícroma que se combina con el cielo,
enciende las pupilas de acuerdo a la luz del día y a las estaciones del
año. Quién podía imaginar que en
Cachicadán ‘vive’ Katekill, el soberbio señor del rayo y la tormenta, a quien
buscaron infructuosamente los curas doctrineros de los primeros siglos
españoles. La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill,
similar del Illapa Inka podía anegar los campos o provocar las sequías.
La
Virgen del Carmen, patrona del pueblo, entró al valle tibio con los agustinos
por 1797. Su iglesia se construyó después porque era sitio poblado y allí queda
un registro de bautizos, matrimonios y defunciones en libros de viejos
pergaminos. San Martín de Porres llegó mucho más tarde por devoción de una vecina
reumática que se curó con su fe y los baños.
La
gente lo adoptó como "hijo ilustre" después de varios hechos
portentosos y se formó una hermandad en 1941. Hoy lo celebran cada 9 de
noviembre, con alba en el día en que baja de su altar y festivo paseo de vacas,
patas y cabezas adornadas con limones, flores y billetes. En el día de doces o
vísperas, con jubilosas danzas de pallos, quiyayas, pishpillas que bailan
tocándose la cara, turcos y canasteros, juegos artificiales y serenata de
bandas. En el día del día procesión
grande y quema de castillos en la noche, hasta la octava con la promesa de
volver, ‘si Dios quiere’.
En
esos días los caminos se llenan de peregrinos, ansiosos por deshojar sus
alegrías y sus penas ante el santo, abrazar a sus parientes, visitar a sus
amigos, saborear las primicias de la tierra, jamones que saben a gloria, okas
dulces soleadas, Kancha tostada, revuelto de papas, arroz de trigo, lenteja
lino, manzanas, membrillos, quesillos con higos en almíbar, y gozar en las
pozas, a flor de todos los poros, la calidez de esas aguas taumaturgas que los
devuelven a felices tiempos.
Alfonsina Barrionuevo
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