lunes, 7 de enero de 2019


LA DUEÑA DEL AGUA   
En invierno, mientras fuertes ventarrones agitan  las flores de los eucaliptos, una arteria gruesa, barrosa y caliente, salta a un costado del cerro ‘La Botica’. La fuente, oculta en su interior, se abre paso en querella con el día. En tiempo de estío, en su falda, otro manantial bosteza haciendo globitos intermitentes que revientan dibujando una ‘o’ sobre su piel cálida. Su corriente se desliza por el campo con los pies descalzos, dejando huellas de vapor que son más altas cuanto más temprano.
Cachicadán, La Libertad, con su arco blanco de tejas rojas, es tierra de termas ferruginosas y sulfurosas certificadas por el sabio naturalista Antonio Raimondi en 1850. Sus vecinos y visitantes disfrutan de  la voluptuosa caricia del agua que ayuda cuando hay reumatismo y otros problemas que demandan su abrazo benéfico.
Al atardecer y en noche de luna el ojo tiene ‘encanto’. No hay que dejarse provocar por su aura mágica. Hace cincuenta años una recién casada, que fue con su jarra para llenarla, sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó. En la noche soñó con una bellísima mujer, la dueña del agua, quien la invitó a  su palacio de cristales. En la tarde siguiente los árboles susurraron dulcemente su llamado. En la tercera noche la dueña del agua volvió a aparecer ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio cómo se abría el cerro, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó con ella hasta vencer sus artes con puro amor.
Muy cerca, en Wakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro llamado akusha que queda al fondo es un prodigioso cosmético, aseguran las señoras del campo. Las industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar las manchas del rostro, el acné, las espinillas y las líneas del tiempo.
Resultado de imagen para cachicadanEn el cerro ‘La Botica’, crecen una infinidad de hierbas medicinales, obsequio de su dueño a los hijos del lugar.  La variedad de especímenes que brota a cada paso haría la delicia de un botánico. Para encontrarlas hay que hacerle un regalo. Pedir permiso con un trozo de chancaca, cigarrillo, coca o flores, al entrar en su territorio. El señor del gigantesco vivero natural de plantas curativas gusta de la correspondencia. Como es su heredad, siente la falta de cariño, la indiferencia y si no saben cuál es la costumbre o se olvidan de hacerle una ofrenda esconde lo que se busca.
Al frente los cerros se arropan en mantos de color. El paisaje, oración polícroma  que se combina con el cielo, enciende las pupilas de acuerdo a la luz del día y a las estaciones del año. Quién podía imaginar que en Cachicadán ‘vive’ Katekill, el soberbio señor del rayo y la tormenta, a quien buscaron infructuosamente los curas doctrineros de los primeros siglos españoles. La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill, similar del Illapa Inka podía anegar los campos o provocar las sequías.
La Virgen del Carmen, patrona del pueblo, entró al valle tibio con los agustinos por 1797. Su iglesia se construyó después porque era sitio poblado y allí queda un registro de bautizos, matrimonios y defunciones en libros de viejos pergaminos. San Martín de Porres  llegó mucho más tarde por devoción de una vecina reumática que se curó con su fe y los baños.
La gente lo adoptó como "hijo ilustre" después de varios hechos portentosos y se formó una hermandad en 1941. Hoy lo celebran cada 9 de noviembre, con alba en el día en que baja de su altar y festivo paseo de vacas, patas y cabezas adornadas con limones, flores y billetes. En el día de doces o vísperas, con jubilosas danzas de pallos, quiyayas, pishpillas que bailan tocándose la cara, turcos y canasteros, juegos artificiales y serenata de bandas. En el día del día  procesión grande y quema de castillos en la noche, hasta la octava con la promesa de volver, ‘si Dios quiere’.
En esos días los caminos se llenan de peregrinos, ansiosos por deshojar sus alegrías y sus penas ante el santo, abrazar a sus parientes, visitar a sus amigos, saborear las primicias de la tierra, jamones que saben a gloria, okas dulces soleadas, Kancha tostada, revuelto de papas, arroz de trigo, lenteja lino, manzanas, membrillos, quesillos con higos en almíbar, y gozar en las pozas, a flor de todos los poros, la calidez de esas aguas taumaturgas que los devuelven a felices tiempos.
Alfonsina Barrionuevo

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