viernes, 11 de enero de 2019


SAN PEDRITO DE ILO    
En Ilo, Moquegua, los viejos pelícanos parecen filósofos con alas, esperan las barcazas para robar uno que otro pececillo. A su espera montan guardia en los roquedales como aquellos que vieron pasar a los antiguos peruanos rumbo al Sur. Es extraordinario que fuera, en aquellas épocas, un puerto internacional de donde salieron los osados navegantes  del Qosqo en grandes balsas buscando nuevos lugares que conocer. El sol del atardecer que se oculta tras los abanicos de las palmeras, es el único que podría dar fe de su proeza pues regresaron de lo desconocido.
Paúl Rivet, el famoso antropólogo francés que pasó una temporada en el lugar, estaba seguro de que llegaron a Tahití y otras islas, intercambiando productos. Lo comprobó el capitán Domingo de Goyenechea en 1772 y el noruego Thor Heyerdahl en 1947. Conexiones que a lo mejor un día pueden repetirse para los turistas en busca de aventura, pero en una nave con todas las comodidades y en menor tiempo.
Resultado de imagen para casas de mojinete IloEn la ciudad de hoy los viajeros admiran la iglesia de San Jerónimo que es notable por el material que fue empleado para su construcción. Como es pequeña se le da vuelta y se comprueba que está hecha íntegramente de madera. El párroco y los feligreses tienen mucho cuidado con las velas que se encienden para San Pedro en su fiesta, pues, un incendio podría destruir la reliquia. Su venera de agua bendita es una gigantesca concha marina traída del Viejo Mundo, con una valva que mide abierta unos ochenta centímetros y un grosor de treinta por lo menos.
El lugar fue encomienda de Nicolás de Ribera, el Viejo, quien cortó los primeros bosques de algarrobo, yaro, pacae y guarango, para construir embarcaciones. Su idea era una permanente comunicación  con Lima, ciudad de la que fue su primer alcalde. La iglesia está dedicada a San Jerónimo, pero San Pedro tiene más devotos por la cantidad de gente que se dedica a la pesca y requiere sus favores. Incluso hay dos imágenes del santo apóstol y portero del cielo. Una  grande que sale en procesión y otra pequeña, de un San Pedrito, que sale al mar y les asegura una  buena pesca. Las familias arrojan, cuando su barca comienza a moverse, una gran cantidad de claveles  en recuerdo de los pescadores muertos, convirtiendo las aguas en un jardín flotante lleno de hermosos recuerdos.
Aunque su primer encomendero fue español, quienes se afincaron en Ilo fueron ingleses y franceses con un permiso especial de Felipe V en 1700, y después italianos y yugoeslavos, que hicieron fortunas con el comercio de pescado salado, vinos, aceitunas, azufre, magnesio, salitre y cuanto se podía vender en Lima, Tacna y Europa.
Las casas de mojinete que sólo se encuentran al sur del Perú son muy fotografiadas  por los turistas, a quienes llama la atención ese tipo de arquitectura mozárabe. En el siglo pasado se tenía un transporte original, ‘el calamazo’, un camión que corría sobre rieles y jalaba coches de primera, segunda y tercera. Muy cerca del mar quedan vestigios de las bodegas de los chinos que vendían caña de azúcar, chancaca y miel.
La construcción más antigua es un sugerente ranchito cuyos techos se sostienen sobre columnas de palo. Sus paredes son de quincha. Es muy buscada por los visitantes quienes declaran que debía estar en vitrina. Sus casonas más típicas, que son muestras de su antiguo esplendor, son las casas Chocano, de tipo republicano, que luce un larguísimo balcón, y la Casa Gonzáles, donde funciona el Museo Naval. Otro atractivo turístico es el mirador que mandó hacer el alcalde Augusto Díaz Peñaloza, integrando las rocas y el mar. Lugar de ensoñación para tres generaciones que van hasta hoy para contemplar las puestas del sol, el movimiento de las olas que bordan encajes al pie, el paso de las embarcaciones y el vuelo de las aves marinas cerca de tierra.
El Muelle Fiscal no era un lugar de paseo, sino embarcadero de mercancías productos de campo, y hasta vacas que eran bajadas en grúas, como gordas balletistas, a los lanchones. No olvidar a la visita a Punta Coles donde retozan, aman o duermen simplemente los lobos marinos. Yo fui en 1992 y así conocí la villa que guardo en la memoria.
Alfonsina Barrionuevo

1 comentario:

  1. Es interesante dar a conocer al turista nacional y extranjero nuestras riquezas turísticas. Felicitaciones Alfonsina.

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