miércoles, 23 de enero de 2019

EL CÁNTARO DE URPI WACHAQ   
En un tiempo sin edad, la mar no estaba poblada. Los peces de escama plateada vivían en un cántaro que guardaba con celo Urpi Wachaq, una mujer de Pachakamaq. En su interior las nubes navegaban y el sol también a veces, bogaba la luna y las estrellas prendían sus luces. Nadie tocaba el urpu o cántaro, porque era sagrado.
Hasta que Urpi Wachaq lo descuidó por curiosa. Encargó a una serpiente que lo cuidara y se fue para ver a Kawillaka, la orgullosa hija de un señor de Végueta, que pasó por allí, huyendo de Kuniraya Wiraqocha. El príncipe trató de alcanzarla, según la leyenda, pero la joven fue más rápida y se arrojó con su hijo a la mar, avergonzada de su presencia. No aceptó que un pordiosero fuera el padre de su vástago. Así lo vio cuando asistió al consejo de los príncipes wilkas.
Resultado de imagen para MARTINEZ DE COMPAÑON PESCADORES
Una historia que habla de los desdenes de la doncella y cómo fue castigada por Kuniraya, quien usó sus poderes para convertirse en ave y dejar caer su simiente en el fruto de lúkumo que aquella comió. 
Malhumorado por su fracaso Kuniraya volvió sobre sus pasos y descubrió en la mansión de Urpi Wachaq a sus dos hijas. Quiso enamorarlas, pero ellas, tornadas en palomas, volaron. Más irritado aún convirtió en arena a la culebra, que era su guardiana, y dio un puntapié al cántaro, que rodó hasta la mar volcando su precioso contenido.
Los peces encontraron en el océano un urpu infinito, apenas ceñido por la ancha faja de la corriente de Humboldt. Ahí se multiplicaron.  Nuestro mar tropical recibe su aporte benéfico gracias a la existencia de una voluminosa biomasa de fitoplancton y zooplancton, microorganismos que son el inicio de  la cadena de unas 800 especies ictiológicas, desde la pequeña y tímida anchoveta (Engraulis ringens) hasta el atún de aleta amarilla ((Thunnus alalunga), que llega a medir más de dos metros.
En las madrugadas del siglo XVI la salida de miles de pescadores a lo largo del litoral debió ofrecer una vista majestuosa. Sentados o de rodillas, sobre sus caballitos de totora, se movilizaban con sus redes en pos de los peces de cada día. Las mujeres aguardaban su regreso con ansias y salaban los sobrantes.
Había días en que la mar, Juana Puyka, se enfermaba y los cardúmenes se alejaban, o  las olas se encabritaban. Ellos se abastecían para entonces o los destinaban a los mercados de trueque,  donde cambiaban los productos marinos por otros para sustentarse, ropas, vajillas de arcilla y animales domésticos.
Los españoles hicieron el primer contacto con el Perú por medio de la mar. Se cuenta  que frente a Tumbes Bartolomé Ruiz abordó una balsa chincha de dos pisos y lo primero que tomó fueron sus provisiones de pescado. Sin que se enterara jamás, ingresó a uno de los mares más ricos del planeta.
Los chinchas tenían rutas por mar y tierra, y visitaban muchas poblaciones llevando llevaban una diversidad de mercancías. A través de milenios ellos perfeccionaron las artes de pesca. Al principio  trataron de coger los peces con las manos, después hicieron pequeños diques en los lugares donde los ríos entraban al océano,  generalmente cuando bajaban de caudal. Luego inventaron redes de diferentes tamaños para coger distintas especies.
En los dibujos que mandó hacer el obispo Baltazar Jaime Martínez de Compañón, aparecen en naves más grandes, que acomodaban en pareja para hacer una pesca abundante. En Caral se ha encontrado Instrumentos primigenios para la cosecha marina.
Así como las artes de pesca demuestran el talento de los antiquísimos abuelos para hacerse a la mar, se aprecia del mismo modo la evolución de la gastronomía. De hecho los primeros peces se comieron crudos, después asándolos sobre piedras calientes o envueltos en hojas gruesas,  agregándoles sal y unas hierbas olorosas.  En algún momento usaron el jugo ácido del tumbo para preparar sus delicadas carnes, sin necesidad de fuego. Ese debió ser el origen del seviche, ceviche o cebiche, cuyo nombre varía en su escritura, aunque no en su peruanidad neta. 
En el Museo de las Ciencias de la Salud, que existió en la calle del Arzobispado, a media cuadra de la Plaza Mayor de Lima, el recordado médico historiador Fernando Cabieses Molina ofreció a los periodistas un almuerzo con platos prehispánicos. Entre ellos figuraba el seviche que preparó Melchor Salomón, quien heredó estas especialidades de su madre. El tumbo le dio sabor y aroma exquisitos que nunca he vuelto a probar. El limón también lo cocina y es agradable, pero lo antecedió un fruto de esta tierra: el tumbo que es ácido cuando está verde y dulce en su madurez tiene su clima y su altura que son poco conocidas.
A Kuniraya, quien enredó la lengua de los papagayos porque dijeron que Kawillaka estaba muy lejos y no la alcanzaría, hay que agradecerle su impulso de mandar a rodar el cántaro de Urpi Wachaq. Así permitió que los peces se dispersaran en el mar. Por ende puso al alcance de todos un producto alimenticio que es una fuente de salud para el mundo.
Alfonsina Barrionuevo  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario