domingo, 29 de marzo de 2015

COMPOTA DE DURAZNO EN EL AIRE

En Semana Santa el Cusco huele a compota de durazno. En las casas hierve el dulce con canela y el aire lleva prendido su fragancia de Domingo de Ramos a Domingo de Gloria.  Lo tengo en el recuerdo de años que nunca pasarán porque los llevo tatuados en la memoria de mis células. Días hermosos de iglesias con las puertas abiertas, campanas que se echan al vuelo y cánticos teñidos de fervor. En Lunes Santo el Señor de los Temblores, Patrón Jurado de la Ciudad, recorriendo las calles seguido por una multiud ávida que lo sostiene en sus pupilas. Lunes de lluvia que se seca a sus pies para dejarle pasar. Noches entibiadas por los cirios para la bendición que todos recibían con amor.
Jueves de doce platos en la mesa familiar, entre entradas con pellejito de chancho y habas verdes, sopas despidiendo vapor, segundos con asado y morayas harinosas  y postres de sabor dulzón, regalo al paladar. Jueves de visita a los monumentos del Santísimo con rosarios y velas encendidas y saludos a mediavoz  entre padrenuestros y avemarias fugitivos.  Viernes Santo con el Señor del Santo Sepulcro en la plaza y la Virgen con un rayo de luz en las manos tristes. Santos días de papá y mamá que se fueron y que no tienen para qué volver. Están en mí.


SEMANAS SANTAS DE PERU 

En Semana Santa Surco, el distrito más grande de Lima,  perfuma el aire con el olor de la uva madura para que salga el Señor de la Viña. Ya no está el virrey que acompañaba al Cristo vestido de terciopelo y tampoco quedan las parras, sepultadas hace años por el cemento. Pero el Crucificado, mientras tenga sus devotos, seguirá aromando la noche del Viernes de Dolores con los racimos que adornan su cruz envolviéndola con su dulzura. El ochenta por ciento de los limeños ignoran que tienen tan cerca una Semana de Pasión, con las conmovedoras reminiscencias de antaño. A Surco no le importa. El Domingo de Ramos su antigua plaza se viste de flores lilas y la brisa despeina los cabellos de una bella efigie del Señor, que cabalga gallardo en su burrita blanca, haciendo volar alguna flor artificial de amankay, desde que las urbanizaciones marchitaron las de la panpa donde brotaban por millares. El Viernes Santo, después del Sermón de las Tres Horas, "los santos varones"  bajan de su madero al Cristo de la Agonía y limpian de su cuerpo el sudor de la muerte con algodón de rama, que se disputan los fieles. Sus brazos son articulados y se convierten en el Cristo yacente que da vuelta a la plaza.


FLORES Y HIERBAS

En el Perú el drama del Gólgota ha hecho carne con el Ande a través de sus  flores nativas. El ñuqc'hu, que es rojo como un tizón, encierra entre sus pétalos diminutos una cruz; las waqankillas son lágrimas de la Virgen, convertidas en pétalos de terciopelo cristalino; las k'uichit'ika, flores del arco iris que se enredan en sus manos de paloma  y muchas otras cuyo significado conservan las comunidades campesinas.
Lo propio sucede con hierbas aromáticas como el arrayán y el toronjil que hierven en ollas de barro para impregnar con su fragancia los montes o calvarios que se levantan en las iglesias; las hierbas de Judas, el ahorcado, que se buscan a medianoche entre el Viernes de Agonía y el Sábado de Gloria, para conjurar brujerías; el algodón de rama con que se limpia el torso del Nazareno al reeditar su martirio y es preciosa panacea para toda clase de males; las hojas de palma que se tejen primorosamente en Domingo de Ramos y los mentados cigarrillos de anís que fuman los patriarcas en Otuzco, La Libertad, para combatir el frío de los años.

MANJARES PASCUALES

El tiempo es inexorable y muchas tradiciones se han perdido pero la Semana Santa sobrevive  en cientos de ciudades y pueblos. Mientras en Azángaro, Puno, ha desaparecido la bíblica estampa de la Ultima Cena; en Catacaos, Piura, y en Lambayeque, las viejísimas imágenes de los Apóstoles que acusan una calvicie de abandono son puestas, las primeras en el Presbiterio, donde les sirven potajes típicos, y las segundas, en una anda larguísima para la procesión.  El Jueves Santo por regla tiene sus manjares. En el Cusco, doce platos que se completan con tamal y empanadas de la Condesa. En Piura, sopa de pan, sarandaja, cachema frita, carne aliñada, seco de cabrito y mala rabia. En Huancavelica el sabroso chupe de calabaza, el guiso de carne, el arroz con leche y el ponche con aguardiente, para las velaciones. En Huaura, Lima, tamales, chorizos, salchicha y camote frito. En Ayacucho, sopa de queso, el aycha kanka, el puka picante, la mazamorra de calabaza, y el ponche de maní. En Huanchaco, La Libertad, sopa teóloga, qochayuyo y huevera con papa, causa de caballa, cangrejos reventados y seviche. La lista gastronómica santa es de no acabar.


CRISTOS DE MARAVILLA

Si en cada pueblo hay una Semana Santa es lógico pensar que hay miles de Señores. Sólo nombramos los más famosos. En el Cusco, el Taitacha Temblores de cuerpo magro ennegrecido por el humo de las velas y la savia dulce de las flores. En Ica, el Señor de Luren, una efigie de segunda que fue pagada con limosnas por el cura Madrigal y por milagro resultó de primera, salvado de la corrosión del agua que inundó las bodegas del galeón que lo trajo de España. En Ayacucho, el Nazareno de Julkamarka hecho por los ángeles igual que el Señor de Huamantanga, en Lima. En Arequipa, el Señor del Gran Poder  flanqueado por  anónimos penitentes de albos cucuruchos. En Chancay, el Señor de la Agonía que cambia el huerto de olivos por una anda que es un huerto de frutas; en Huaraz, Ancash, el Señor de la Soledad, que emergió de un árbol en un bosque profundo. En Puno, el Cristo de la Bala enviado por   Carlos V que protegió a su devoto recibiendo el proyectil que lo iba a matar. En Tacna, el Señor de Locumba de pies quemados y de bailarines litúrgicos. En Monsefú, Lambayeque; en Ayabaca, Piura, y en los Barrios altos, Lima, el  patético Señor de los trinitarios que fue Cautivo de los moros. En Catacaos, también Piura, el Señor de la Caña, el Señor de la Justicia, el Señor de la Caída, el Señor del Prendimiento, entre otros. En Tarma, Junín, el Cristo Yacente que pasa sobre las floridas "alfombras"  de keyserinas, arrayanes, retamas, geranios, margaritas, claveles, rosas y wayranpos, que “tejen” con puras flores sus fervorosos devotos. En Lampa, Puno, el Señor de cuero de vaca que es venerada reliquia de los primeros siglos españoles. En Chachapoyas, el Señor de Burgos, que es venerado por sus cofrades en las iglesias agustinas. Cada uno con más de una historia prodigiosa,  testimoniando con su presencia torturada y sangrante la fe de las gentes del Perú.                                                                   Alfonsina Barrionuevo

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