domingo, 22 de marzo de 2015

LAS WAKAS DE QOSQO

Trabajar con las Wakas de Qosqo para Machupiqchu me dejó con la miel en la boca. Tenía que seguir por ese camino. Así comencé mis investigaciones sobre los khipukamayoq. Ellos dieron información de su mundo a los españoles que no sabían adónde habían llegado y cuales artes, ciencias y tecnologías arrasaron sin darse cuenta. Hay mucho por descubrir en el Cusco y sigo fascinada con lo que llega a mis manos.
El resultado en los dos últimos años son una muestra y un libro. “Wakas Sagradas de Qosqo” es la Exposición Fotográfica que espero abrir en el Museo histórico Regional “Inca Garcilaso” del 16 al 30 de junio en su Mes Jubilar. El libro “La Memoria de los Khipukamayoq” está en marcha y aunque mi salud no me ayuda mucho la dejo atrás para seguir adelante.
He recorrido muchas veces el centro de mi amada ciudad y ahora puedo saber dónde se emplazaban unas veinte wakas o sitios sagrados.  Por ejemplo, la Municipalidad se encuentra sobre dos wakas, Qora Qora e Inti illapa, esta última donde se bañaba el Trueno. A los españoles les sorprendió. Pensaban que erauna expresión de indios ignorantes. Mas, es cierto, claro que el Trueno se baña, expresión poética cuando el rayo cae junto a un manantial  lo ilumina, escuchándose después el bramido del trueno, como si acabara de meterse en el agua.
En el Intipanpa, la plaza del sol, hoy Santo Domingo, había siete wakas. Sobre una, Warasinse, me habló con afán el arqueólogo Manuel Chávez Ballón. En su orilla se generan los movimientos sísmicos, es la waka de los terremotos. Ya no está, pero al darme una vuelta por ahí pensé en ella y mentalmente le dejé un k’intu de coca –tres hojitas- y una flor.
______________________________              
Notas del libro “La Memoria de los Khipukamayoq”
__________________________________________________________________________________________
* Los libros “Hablando con los Apus” y “Templos Sagrados de Machupiqchu” están en las librerías de Lima y Cusco.







SENDEROS  DE  ORQUÍDEAS
                                         
Una ñust’a o princesa inka subió hasta el nevado Salqantay, venciendo mil dificultades, para acariciar sus nieves con sus manos tibias y sedosas. El Apu, según la leyenda, admiró su valentía y la convirtió en una orquídea (Masdevallia amabilis) que crece a su lado. En premio su nombre es Wiñay Wayna,  “joven eterna”.
En el enfrentamiento del ejército inka con los rebeldes poqras de Ayacucho, los guerreros imperiales llevaron en sus escudos esta orquídea como insignia imperial. Los otros tuvieron como símbolo al wamancha o halcón. Su historia fascinó al sabio huarochirano Julio C. Tello, quien pensó que era el nombre adecuado para bautizar al último templo que da acceso al Santuario de Machupiqchu.

En abril del presente año, antes de ascender con Verónica Haaker al Putukusi, uno de los cerros guardianes del grupo arqueológico, orgullo del Perú, tuvimos el placer de verla en “Los Senderos de Orquídeas” de Inkaterra Machupiqchu Pueblo Hotel.  
Entre la neblina y la lluvia, Carmen Soto Vargas, su bióloga jefe, señaló a la hermosa y nos fue informando con minuciosidad las características, en general, de estas flores de lujo. Teníamos la suerte de estar en su espacio vital, también recinto de helechos, bromelias, palmeras y plantas nativas medicinales; aves como los colibríes, los quetzales y el relojero montés; igualmente de osos de anteojos que disfrutan un banquete de frutas a diario en sus “suites privadas”, donde se sienten casi libres.

Avizorar al gallito de las rocas, balanceándose como un tizón de fuego en una rama a corta distancia, fue excepcional. Del mismo modo contemplar el vuelo de la mariposa alas de cristal o la presencia, cerca de los bebederos, de ejemplares desconocidos como el colibrí cola de raqueta.
Protegidas por sendos paraguas, recibimos una clase magistral de la destacada bióloga, comenzando desde el inicio de la protección del entorno. En 1975, José Koechlin de Inkaterra Asociation, restauró bosques que habían sido talados por antiguos habitantes, con fines agrícolas, y conservó los árboles nativos para recuperar especies de flora y fauna de interés o en peligro de extinción.

Su afán por defender el ecosistema del lugar, uno de los atractivos propios del  santuario, lo impulsó a dedicar una buena extensión del área que ocupa su hotel con ese noble propósito. La madre naturaleza le respondió con creces. Muchos viajeros llegan exclusivamente de otras latitudes del mundo para admirar la diversidad de orquídeas que posee.
Machupiqchu es ideal para descubrir tal riqueza, porque en su bosque de nubes tiene cinco microclimas, desde los 1,800 hasta los 5,000 metros de altura.  Sólo en los jardines del hotel, el biólogo Ricardo Fernández, investigador del Museo de Historia Natural “Javier Prado” de la Universidad Nacional Mayor Nacional de San Marcos, ha registrado 372 especies de orquídeas nativas, de las cuales muchas son nuevas para la ciencia en variedad, nombre y género.
●La idea que se tiene de las orquídeas como una especie de flores grandes y con colores llamativos, de pétalos alargados y hojas a manera de cintas” no concuerda con la realidad. Lo sabía, pues, en un viaje anterior a Chachapoyas me enseñaron que la mayoría de las orquídeas naturales son de flores diminutas.
Lupa en mano, la doctora Carmen Soto nos ayudó a observarlas dejándonos deslumbradas. Pequeñas, de pocos milímetros de longitud, se mecían en las hamacas del aire, o aparecían como bellísimas miniaturas mimetizadas con los troncos de los árboles.
También nos dijo que no son parásitas como se cree. Hay terrestres que crecen a nivel del suelo, litofitas sobre piedras y rocas, epifitas abrazadas a los árboles, hemiepifitas que hunden sus raíces en el suelo y trepan en busca de luz, y de extraño gusto como las saprófitas, que se reproducen sobre materia en descomposición.

Yo pensaba que las orquídeas no tenían fragancia, porque según otra leyenda descienden de una mujer que fue convertida en flor  como castigo porque rechazó al guerrero que la amó desesperadamente, manteniéndose fría y distante. Pero no es así. La bióloga, quien fue nuestra guía entusiasta, buscó una y dijo que nos acercáramos. Su fragancia es exquisita. Unas perfuman el día, nos explicó, y otras la noche. En el caso de una tercera variedad huelen mal, a carroña o pescado putrefacto.
Seguimos enterándonos de intimidades de las orquídeas. No imaginaba que alguna abeja solterona recurriera a beber su néctar insinuante en búsqueda de amor, llevándose además su polen en las patas. Los colibríes también las ayudan en esta fase y en mutuo beneficio. Igualmente, las mariposas y hasta ciertas moscas. Luego de la polinización se forma el fruto o cápsula que después de 3 a 7 semanas de maduración produce hasta 4´000,000 de semillas que se irán en alas del viento.

La duración de las flores es variable. Pueden vivir unos cuantos  días,  una vez al año, o permanecer cerca de 12 meses. Si son bebés y sus cunas están bien cerradas, el visitante podrá admirar de igual manera  más de 100 flores preservadas en su forma y color natural en acrílico  sólido. 
Le pregunté a nuestra anfitriona si la orquídea negra es un mito. Contestó que aún no ha sido vista. Por ahora interesan las reales. Una distingue a Pachakuteq, el gran Inka legislador y urbanista, con el nombre científico de Epidendrum pachakuteqianum, Hágsater & Collantes. Otra, la wakanki (Masdevallia veitchiana), que es muy bella, representa a Machupiqchu. Dos nuevas Epidendrum quispei, sp.nov y Telipogon sp, recordarán por siempre a Moisés Quispe, antes agricultor cocalero de la zona y luego jardinero apasionado del hotel, quien aprendió a identificar, colectar y cultivar las orquídeas nativas en forma autodidacta, hasta el año 2004 en que fue atrapado por un deslizamiento de tierra. José Koechlin ha honrado su nombre dedicándole un hermoso libro sobre esos tesoros vivientes.
La Society American Orchid ha premiado otro estreno: la Kefersteinia koechlinnorum, Denise. Lo ha hecho en homenaje a los cuidados que les prodiga con amor Denise Guislain de Koechlin y en consideración a que el jardín de orquídeas de Inkaterra Machupiqchu Pueblo Hotel es el centro de mayor cantidad de especies nativas expuestas al  público en su habitat natural en el mundo.

Sus áreas verdes, además de las circundantes —como las que se encuentran en la ribera del río Alqamayo― constituyen el mayor centro global de conservación in situ de orquídeas y el más grande banco de germoplasma creado para repoblar aquellas que han sido afectadas por factores antrópicos, como la tala, las quemas e incendios que caracterizan al período de estiaje, y, el ganado que se come a las orquídeas terrestres como pasto, pisoteando el sustrato que es su hábitat.
La obra de José Koechlin y su equipo de biólogos, jardineros e intérpretes por conservar las maravillas del entorno de Machupiqchu, así como incentivar su protección en la adyacente población de Aguas Calientes, debe ser un ejemplo para otras empresas e instituciones dedicadas al turismo. No se debe olvidar que la flora y la fauna son un imán, en un país, como el Perú, que  tiene 84  de las 105 zonas de vida o pisos ecológicos existentes en el mundo. Esos portentos naturales también actúan como un gran polo de atracción para los viajeros del planeta.
  
Alfonsina Barrionuevo

No hay comentarios.:

Publicar un comentario