sábado, 7 de marzo de 2015

CÓMO SE HACE UN ALTAMISAYOQ

En una de tantas veces que hablé con la Pachamama Waqaypata Qosqo ella me dijo que los altamisayoq son elegidos desde el vientre de su madre por los Apus y las Pachamamas.
Si alguien quiere serlo pasará una serie de pruebas, servirá una serie de años, aprenderá muchas cosas, pero siempre habrá sido  elegido y aprobado después.
Juan Núñez del Prado, antropólogo que es kuraq akulleq, un alto rango dentro del sacerdocio andino, me contó que el camino es largo y complejo. Un paqo, cuandero, puede llegar a serlo, mas antes tendrá que ser panpamisayoq, el que además de conocer las proiedades de las plantas medicinales, sabe hacer adivinaciones con las hoja de la coca y entregar amuletos.  Su función es de carácter propiciatorio, litúrgico y ritual. Debe saber preparar ofrendas, despachos o pagapus y hay como ciento cincuenta formas de hacerlo desde el armado en el nido de un picaflor hasta los despachos celestiales;  hacer el mast’ay, colocar la manta ceremonial,  aprender como se hace el akllay o pallay , es decir escoger las hojas de coca, las alargadas, en punta de lanza para los Apus, las redondas para las Pachamamas, elegir las conchas marinas,  estrellas de mar, wayruros, semillas de coca,  de maíz y pallar,  poner  el qolqe libro, el qoi libro, el uywa chiuchi y todo lo que representa los tres reinos de la naturaleza, cuarzos, plomo, imán, cinabrio,  etc.
De allí el siguiente paso es el ingreso a la jerarquía sacerdotal.  “Su trabajo, dice Juan, es de carácter profético, carismático y místico. Su poder está basado en la experiencia y una relación directa con fuerzas espirituales del mundo religioso. Después de haber hecho un karpay iniciático  es consagrado al servicio de un Apu determinado y adquiere el rango de sacerdote. El Apu guía de un sacerdote se llama “estrella”. La condición es temporal y puede perderse por diversos motivos.
Los altomisayoq pueden comunicarse directamente con los espíritus de las montañas, tienen reservado llevar a cabo procedimientos especiales, realizar ceremonias de iniciación y otras cosas. Las pruebas son variadas desde asistir a Qoyllur Rit’i, “el nevado de la estrella” hasta someterse a baños lustrales de purificaciòn en las lagunas de los nevados.
Si  llega a ser kuraq akulleq puede tomar directamente la energía del universo. Así es.
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Notas del libro “Hablando con los Apus”.


ARBOLES FRUTALES EN LIMA

Los limeños de los siglos pasados compartieron un sueño: Hacer de Lima una ciudad jardín. Un deseo que afloraba de viejos ayeres.
La Lima originaria tenía un “tupido bosque de huarangos con gruesas raíces de más de setenta metros que aparecen fosilizadas o marcadas en el suelo cada vez que se hace una excavación profunda”, con ojos de agua cristalina y hasta orquídeas. Pero la ciudad marchaba  a su expansión y los ansiados jardines siguieron siendo irreales.
Por un momento Lima tuvo lo necesario para convertirse en la soñada Perla del Pacífico, pero se fue poblando y a mediados del siglo XX llegó a ser calificada como “La Horrible” por Sebastián Salazar Bondy, uno de sus notables escritores, quien la amaba de verdad. El cemento ganó a los soñadores y aparecieron las incómodas y detestables bloquetas que cuadriculan feamente al verde.
 Al siglo XXI Lima ha llegado escandalosamente crecida, en sentido horizontal y vertical. Varios cerros, que se llenaban de verdor con la neblina, han sucumbido bajo el ladrillo. Nadie habla ya de la añorada ciudad jardín de los limeños románticos. Fue un sueño que se volatilizó como una pompa de jabón frente a las pesadillas de la modernidad.
Es una suerte que se hable a nivel mundial del verde, dándole un color a la idea venturosa de hacer florecer a Lima y a las intoxicadas ciudades del planeta. Sin embargo, hay luchadores como el ingeniero Antonio Cillóniz Benavides, paisajista y director de la ONG “PermaCultura”, que quiere una Lima no sólo verde, sino con muchos árboles,  sobre todo frutales. Suena a quimera pero se trata de un profesional.
En los últimos meses, él ha realizado un salvataje excepcional. Trasladar -para que no los corten— a centenarios árboles del Congreso de la República a un parque zonal. No es la primera vez que lo hace. Su triunfo tiene un proceso: reconocer el área donde crece el árbol, calcular la extensión de sus raíces, cortar su fronda para facilitar la tarea y -después de liberarlo- llevarlo con una grúa a su destino final. Replantarlo no es el remate. Para dar de alta al paciente vegetal, hay que esperar que le salgan los  primeros brotes.

Cillóniz piensa que Lima puede llegar a ser  una ciudad arbolada.  Los beneficios que ganarían sus habitantes serían notables. Hace años, Tokio fue una ciudad tan contaminada que para caminar sus habitantes tenían que tomar aire en sucesivos respiraderos. Sin llegar a extremos, Lima es una de las ciudades más contaminadas de Sudamérica y pronto habrá que tomar decisiones.
“Pensemos  —dice el ingeniero paisajista—  que cada uno de sus habitantes necesita veintidos árboles al día para absorber oxígeno.  El Ministerio de Salud  ha calculado  unos nueve metros cuadrados de árboles por habitante para no enfermar. En la actualidad sólo hay un promedio de  dos metros y medio por habitante. No se trata del grass ni de árboles en línea que no tienen capacidad para interactuar y crear un equilibrio ambiental. Si nos faltara aire moriríamos en cinco minutos. Sin calidad de aire vivimos débiles, con el sistema inmunológico bajo  y expuestos a epidemias.”

Como datos curiosos, comenta que un árbol aporta económicamente a una ciudad por calle. Su presencia  reduce el anhídrido carbónico, contribuye al ahorro energético y da lugar a una revaloración de predios. En verano un árbol enfría tanto como diez aparatos de aire acondicionado funcionando. Sus hojas en movimiento, su exudación  y la  captura de energía solar generan aire fresco a su alrededor.

Al mismo tiempo reduce el ruido y la contaminación. También está demostrado que en ciudades con mayor cantidad de árboles baja la delincuencia, el estrés,  la violencia y la agresión doméstica. Estudios sicológicos demuestran que pasear por un bosque puede tener  el efecto de dos medicamentos típicos para el desorden de atención.

Lo más saltante es su propuesta  para tener en Lima bosques productivos de frutales. “Hagan la prueba de pensar en una ciudad con árboles frutales al lado de ornamentales en parques y avenidas. Se podría tener higos, nísperos, guayabas. moras y manzanas.  Lima era un valle de tierra fértil. Si se sigue cementando, como apareció en un documental de “National Geographic”, le faltará agua”.
La idea es básica, nada complicada, según dice. Sólo hay que comenzar plantando semillas de zapallos para cosechar en unos meses, mientras los frutales crecen. Pueden surgir problemas como la aparición de la mosca de la fruta, que mencionó hace unos veinte años el ingeniero Javier Puiggrós, gran fruticultor el Perú. También los limeños tendrían que aprender a colaborar  con los municipios en la administración de huertos y bosques urbanos para el uso colectivo de niños y jóvenes. Eso se puede salvar.
Algunos dirán que las hojas secas ensucian al piso, declara el ingeniero Cillóniz, pero se ve peor con papeles, envolturas de chocolates y bolsas de plásticos. Que si las aves no dejan descansar con sus arrullos, el ruido que generan los vehículos motorizados es más estridente.  

Sembrar frutales no sólo sería revolucionario en escala práctica, sino también como acto ecológico y artístico. Ahora mismo hay higos en una que otra calle, naranjos y limoneros. Hay que crear microclimas con el verde.
En diez años Lima puede lucir distinta. Estudios en la Urban Forest Asociation en Estados Unidos probaron que en calles llenas de árboles, flores y vida silvestre, los pilotos de autos toleraban mejor la congestión del tránsito y la violencia vehicular era prácticamente cero. ¡Hagamos de los árboles buenos amigos!

Alfonsina Barrionuevo

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