CÓMO SE HACE UN ALTAMISAYOQ
En
una de tantas veces que hablé con la Pachamama Waqaypata Qosqo ella me dijo que
los altamisayoq son elegidos desde el vientre de su madre por los Apus y las
Pachamamas.
Si
alguien quiere serlo pasará una serie de pruebas, servirá una serie de años,
aprenderá muchas cosas, pero siempre habrá sido elegido y aprobado después.
Juan
Núñez del Prado, antropólogo que es kuraq akulleq, un alto rango dentro del
sacerdocio andino, me contó que el camino es largo y complejo. Un paqo,
cuandero, puede llegar a serlo, mas antes tendrá que ser panpamisayoq, el que
además de conocer las proiedades de las plantas medicinales, sabe hacer adivinaciones
con las hoja de la coca y entregar amuletos. Su función es de carácter propiciatorio, litúrgico
y ritual. Debe saber preparar ofrendas, despachos o pagapus y hay como ciento
cincuenta formas de hacerlo desde el armado en el nido de un picaflor hasta los
despachos celestiales; hacer el mast’ay,
colocar la manta ceremonial, aprender
como se hace el akllay o pallay , es decir escoger las hojas de coca, las
alargadas, en punta de lanza para los Apus, las redondas para las Pachamamas,
elegir las conchas marinas, estrellas de
mar, wayruros, semillas de coca, de maíz
y pallar, poner el qolqe libro, el qoi libro, el uywa chiuchi
y todo lo que representa los tres reinos de la naturaleza, cuarzos, plomo,
imán, cinabrio, etc.
De
allí el siguiente paso es el ingreso a la jerarquía sacerdotal. “Su trabajo, dice Juan, es de carácter
profético, carismático y místico. Su poder está basado en la experiencia y una
relación directa con fuerzas espirituales del mundo religioso. Después de haber
hecho un karpay iniciático es consagrado
al servicio de un Apu determinado y adquiere el rango de sacerdote. El Apu guía
de un sacerdote se llama “estrella”. La condición es temporal y puede perderse
por diversos motivos.
Los
altomisayoq pueden comunicarse directamente con los espíritus de las montañas,
tienen reservado llevar a cabo procedimientos especiales, realizar ceremonias
de iniciación y otras cosas. Las pruebas son variadas desde asistir a Qoyllur Rit’i,
“el nevado de la estrella” hasta someterse a baños lustrales de purificaciòn en
las lagunas de los nevados.
Si llega a ser kuraq akulleq puede tomar
directamente la energía del universo. Así es.
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Notas
del libro “Hablando con los Apus”.
ARBOLES FRUTALES
EN LIMA
Los
limeños de los siglos pasados compartieron un sueño: Hacer de Lima una ciudad
jardín. Un deseo que afloraba de viejos ayeres.
La
Lima originaria tenía un “tupido bosque de huarangos con gruesas raíces de más
de setenta metros que aparecen fosilizadas o marcadas en el suelo cada vez que
se hace una excavación profunda”, con ojos de agua cristalina y hasta orquídeas.
Pero la ciudad marchaba a su expansión y
los ansiados jardines siguieron siendo irreales.
Por
un momento Lima tuvo lo necesario para convertirse en la soñada Perla del
Pacífico, pero se fue poblando y a mediados del siglo XX llegó a ser calificada
como “La Horrible” por Sebastián Salazar Bondy, uno de sus notables escritores,
quien la amaba de verdad. El cemento ganó a los soñadores y aparecieron las incómodas
y detestables bloquetas que cuadriculan feamente al verde.
Al siglo XXI Lima ha llegado escandalosamente crecida,
en sentido horizontal y vertical. Varios cerros, que se llenaban de verdor con
la neblina, han sucumbido bajo el ladrillo. Nadie habla ya de la añorada ciudad
jardín de los limeños románticos. Fue un sueño que se volatilizó como una pompa
de jabón frente a las pesadillas de la modernidad.
Es
una suerte que se hable a nivel mundial del verde, dándole un color a la idea
venturosa de hacer florecer a Lima y a las intoxicadas ciudades del planeta. Sin
embargo, hay luchadores como el ingeniero Antonio Cillóniz Benavides,
paisajista y director de la ONG “PermaCultura”, que quiere una Lima no sólo
verde, sino con muchos árboles, sobre
todo frutales. Suena a quimera pero se trata de un profesional.
En
los últimos meses, él ha realizado un salvataje excepcional. Trasladar -para
que no los corten— a centenarios árboles del Congreso de la República a un
parque zonal. No es la primera vez que lo hace. Su triunfo tiene un proceso:
reconocer el área donde crece el árbol, calcular la extensión de sus raíces, cortar
su fronda para facilitar la tarea y -después de liberarlo- llevarlo con una
grúa a su destino final. Replantarlo no es el remate. Para dar de alta al
paciente vegetal, hay que esperar que le salgan los primeros brotes.
Cillóniz
piensa que Lima puede llegar a ser una
ciudad arbolada. Los beneficios que ganarían
sus habitantes serían notables. Hace años, Tokio fue una ciudad tan contaminada
que para caminar sus habitantes tenían que tomar aire en sucesivos respiraderos.
Sin llegar a extremos, Lima es una de las
ciudades más contaminadas de Sudamérica y pronto habrá que tomar decisiones.
“Pensemos —dice el ingeniero paisajista— que cada uno de sus habitantes necesita
veintidos árboles al día para absorber oxígeno.
El Ministerio de Salud ha calculado unos nueve metros cuadrados de árboles por
habitante para no enfermar. En la actualidad sólo hay un promedio de dos metros y medio por habitante. No se trata
del grass ni de árboles en línea que no tienen capacidad para interactuar y
crear un equilibrio ambiental. Si nos faltara aire moriríamos en cinco minutos.
Sin calidad de aire vivimos débiles, con el sistema inmunológico bajo y expuestos a epidemias.”
Al
mismo tiempo reduce el ruido y la contaminación. También está demostrado que en
ciudades con mayor cantidad de árboles baja la delincuencia, el estrés, la violencia y la agresión doméstica. Estudios
sicológicos demuestran que pasear por un bosque puede tener el efecto de dos medicamentos típicos para el
desorden de atención.
Lo
más saltante es su propuesta para tener
en Lima bosques productivos de frutales. “Hagan la prueba de pensar en una
ciudad con árboles frutales al lado de ornamentales en parques y avenidas. Se
podría tener higos, nísperos, guayabas. moras y manzanas. Lima era un valle de tierra fértil. Si se
sigue cementando, como apareció en un documental de “National Geographic”, le
faltará agua”.
La
idea es básica, nada complicada, según dice. Sólo hay que comenzar plantando
semillas de zapallos para cosechar en unos meses, mientras los frutales crecen.
Pueden surgir problemas como la aparición de la mosca de la fruta, que mencionó
hace unos veinte años el ingeniero Javier Puiggrós, gran fruticultor el Perú.
También los limeños tendrían que aprender a colaborar con los municipios en la administración de huertos
y bosques urbanos para el uso colectivo de niños y jóvenes. Eso se puede
salvar.
Algunos
dirán que las hojas secas ensucian al piso, declara el ingeniero Cillóniz, pero
se ve peor con papeles, envolturas de chocolates y bolsas de plásticos. Que si las
aves no dejan descansar con sus arrullos, el ruido que generan los vehículos
motorizados es más estridente.
Sembrar
frutales no sólo sería revolucionario en escala práctica, sino también como
acto ecológico y artístico. Ahora mismo hay higos en una que otra calle,
naranjos y limoneros. Hay que crear microclimas con el verde.
En
diez años Lima puede lucir distinta. Estudios en la Urban Forest Asociation en Estados Unidos probaron que en calles
llenas de árboles, flores y vida silvestre, los pilotos de autos toleraban mejor
la congestión del tránsito y la violencia vehicular era prácticamente cero. ¡Hagamos
de los árboles buenos amigos!
Alfonsina
Barrionuevo
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