domingo, 31 de enero de 2021

 

SEÑORITA OKA

‘El grano de maíz  vive, el cerro vive, la tierra vive’, decía el padre Jorge Lira, -profundo conocedor del sentimiento del hombre de campo-, y agregaba: ‘En la mente de nuestro pueblo además tienen conciencia.’

El sentimiento del munay, ‘el del cariño’, distingue a las plantas y a los animales. Tal ocurre con la oka (oca), (Oxalis tuberosa) Ella se engríe cuando comienza a crecer  en las entrañas de los Andes. En su cuna, que se mece entre los 3.000 y 3,500 metros sobre el nivel del mar, retoza como una niña linda, antes de convertirse en un regalo de los Apus, espíritus tutelares de los cerros.

Su piel es tan delicada y fina que se come sin pelarla. Su caso es semejante al del llakhun (Polimnia pantifolia), pues, no la conocen muchísimos peruanos. Sin embargo, apenas se difunda que combate el paso del tiempo, puede hacerse famosa en el mundo.

El ingeniero Tulio Medina Hinostroza, quien ha dedicado una parte de su vida a estudiar la oka, nos informa que este noble tubérculo nativo tiene antocianina como el maíz morado. Se trata de pigmentos que capturan a los radicales libres o factores que determinan el envejecimiento prematuro en el organismo humano, debido mayormente al estrés.

En Europa y en los Estados Unidos están estudiando con mucho interés estos pigmentos antioxidantes. Hace unos años una investigadora del Museo de Historia Natural de la Universidad de Chicago visitó al INIA, Lima, para conocer el Proyecto de la Oca y el porqué de su diversidad o variabilidad en esta parte de los Andes, así como sus propiedades alimentarias y medicinales.

La presencia de la oka en laderas y hasta cúspides andinas es increíble, porque sobrevive  a las inclemencias de la altura soportando resistiendo el embate de heladas, granizadas y sequías.

El agricultor que sigue técnicas de cultivo y formas de procesamiento milenarias, siembra al mismo tiempo numerosas variedades de la especie, cada cual con capacidad natural para afrontar el azote impiadoso de la naturaleza. De cincuenta que son diferentes, unas quince resistirán la escasez de lluvia. Si el chiqchi o granizo golpea los surcos otras le harán frente. Lo mismo sucede con las heladas. Por eso la oka nunca falta en la dieta andina.

Sus flores jamás dejan de mostrarse en los surcos llenas de vivacidad y alegría. El viento arrastra a veces el inútil polen fertilizador de sus enanos estambres masculinos que nunca pueden alcanzar a los esbeltos pistilos femeninos. Si hay paridad las semillas que producen semejan graciosas pepitas, como diminutas piñas, que los niños hacen reventar en la palma de sus manos.

Que su semilla por el momento no sea viable o no sirva para propagarla no es motivo de preocupación. Hace milenios que el problema fue resuelto por los domesticadores prehispánicos. Ellos descubrieron que el tubérculo de la oka es un tallo modificado donde se almacenan todos los nutrientes, básicamente almidón, azúcares y agua, que le permiten constituirse en semilla.

La oka solamente exige amor. En la cosmovisión andina la naturaleza se humaniza y  ella requiere que se le hable con cariño, que se le trate como parte de la familia, con cuidado, sin maltratos. Cuando los campesinos la ofrecen como lo mejor que tienen, hay que recibirla con la misma atención, pues es un regalo valioso. Si sucede lo contrario ella y se resiente. Al respecto, se cuenta que en Sachapìte, Huancavelica, luego de la cosecha, los agricultores hicieron una fiesta y se olvidaron de las okas. Ante ello, muy dolidas, estas se convirtieron en doncellas de abundantes polleras y coloridas llikllas, y se fueron llorando del lugar. Las lágrimas caían de sus hermosos ojos y corrían por su rostro terso que se había puesto pálido por la tristeza. 

Cieza de León y el Inka Garcilaso, menciona el ingeniero Medina, apreciaron que su consumo era masivo en el Tawantinsuyu. En ella hay una condición de factibilidad, un origen cósmico. Lo entendieron bien los doctrineros hispanos para advertir que era grata en las ofrendas a la tierra, por lo que quisieron hacerla desaparecer. Lo que hizo la oka fue refugiarse donde no les fuera fácil llegar. En 1996, en un enorme esfuerzo hecho  por el INIA se formó una colección de 1,200 muestras de oca acopiadas de todo el Perú a través de las estaciones experimentales de Cajamarca, Puno, Junín, Ayacucho, y Puno. De este conjunto, 715 presentaban diferentes tamaños, formas, colores y sabores. Las más grandes pueden medir  de veinte a veinticinco centímetros.

La señorita oka lleva trajes de acuerdo con su ecotipo o su variedad: blanco, amarillo, rosado y hasta morado, casi negro, la más rica en antocianina. Sus grosores también varían desde una infinita delgadez hasta una rozagante robustez. Las más gorditas y cilíndricas llegan a tener un diámetro de diez centímetros.

La  oka se come cruda y sancochada aunque es particularmente deliciosa luego de varias exposiciones al sol como si hubiese recogido dulzura de los rayos del Apu Inti que la envuelven. Algunas son harinosas, muy ricas. En varios lugares, como Puno, Cusco, Junín, se conserva como un legado ancestral el congelamiento y deshidratación del tubérculo para obtener la khaya, muy parecida a la tunta o chuño de papa amarga. Aunque parezca casi idealizada dicho producto es potente y sirve para hacer dulces y sopas.

En lugares inhóspitos de la Cordillera donde no hay riachuelos y el astro rey es castigador, los caminantes y labriegos suelen llevar consigo un fiambre de oka para refrescarse porque el ochenta por ciento del tubérculo es agua. En esas soledades con su sabor agridulce, según  comenta el ingeniero Tulio Medina, no son necesarios los carbohidratos, sino los azúcares que mantienen la energía.

Sobre lo dicho el director de AgroNoticias, Reunaldo Trinidad, nos cuenta que en 1976 vio en Nueva Zelandia el cultivo de la oka para el Japón donde la consumían principalmente en ensaladas y encurtidos. En consecuencia, gracias a su sabor agridulce, a su producción ecológica y a su rico contenido de carbohidratos, azúcares y antocianinas, la señorita oka está llamada a jugar -como en el antiguo Perú- un papel protagónico en la alimentación sana del país y el mundo.

Es otro prodigio comestible de nuestros Andes.

No se necesita prepararla. Basta solearla hasta que madure bien y se hierve. Suele ser más o menos dulce según el sol haya enriquecido sus antocianinas con sus rayos.

Alfonsina Barrionuevo

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