SANTAS IGLESIAS DEL RIMAC
En el
cataclismo de 1746 Santa Liberata habría cubierto con el manto su iglesia
recientemente inaugurada en la Alameda de los Descalzos. Eran tiempos de mucha
devoción, con olor a santidad, pues, el lugar fue frecuentado en los siglos
anteriores por San Francisco Solano, San Juan Masías y seguramente por Santa Rosa de Lima y San Martín de
Porres.
En el siglo XX
los sismos la sacudieron y el edificio ha sufrido daños en su estructura
sucesivamente.
Las crónicas
señalan que antes existió en su lugar un huerto de naranjos. La iglesia se
levantó en 1711 en desagravio al Santísimo, terminándose de construir en 1716.
Según la tradición el robo de un copón de oro, donde se guardaba las hostias
consagradas en la Catedral de Lima, lo convirtió en lugar santo. El escándalo
fue general, las iglesias no dejaban de doblar y las investigaciones en los
barrios y galpones se sucedieron unos a otros.
El acto
sacrílego tuvo lugar a principios del siglo XVIII cuando corrían los veinte
primeros días de enero de 1711. Por esa
fecha se presentó un joven bien vestido al cura del Sagrario y le pidió que le
dejara buscar una partida de bautismo. Concedido el permiso se quedó solo, buscando
en los libros parroquiales. El interesado, según los datos recogidos por el
tradicionista don Ricardo Palma, era Fernando Hurtado de Chávez. ‘Un dechado de
vicios’, que ‘cantaba en ‘El Pollito y el Agua Rica’, trovas de moda con más
salero que los comediantes de la tonadilla, que ‘para bailar el punto y las
mollares tenía una desvergüenza que pasaba de castaño claro’, que empinaba el
codo bebiendo el zumo de parra con más ardor que los campos la lluvia del cielo
y que era capaz de tirar puñaladas hasta con el gallo de la Pasión, que quiquiriqueaba regio’.
Las órdenes
religiosas desesperaban por encontrar el copón y a los delincuentes cuando un
pulpero, el catalán Jaime Albites, según Palma, descubrió al ladrón. Hurtado
Chávez fue a venderle por una bicoca las crucecitas de la tapa. Apresado
confeso su delito y declaro que lo había
escondido en el Altar de la Sacristía de San Francisco. Sobre el destino de las
Sagradas Formas no pudo dar razón. Sólo recordaba que las había enterrado envueltas en un papel al pie de un naranjo,
en una huerta de la Alameda de los Descalzos.
Un negrito de
ocho años de edad, Tomas Moya o Mollo, identificó el árbol donde vio arrodillado
al ladrón días atrás en forma sospechosa. Al recobrar las hostias el negrito
recibió su carta de libertad como premio pagando el cabildo 400 pesos por él a su amo.
En el sitio
donde estuvieron las Sagradas Formas se encuentra el Altar Mayor de Santa
Liberata. Así figura en una placa que existe en su bóveda. La iglesia recibió
ese nombre por ser ella Patrona de Siguenza, la ciudad donde nació el virrey.
Los camilos edificaron a su costado un convento diminuto que llegó a ser casa
de estudios. Un día el convento se convirtió en parroquia. Entre los cuadros de
la iglesia hay uno que reproduce la escena del hallazgo de las Hostias. Es
documental porque muestra la alameda de aquellos años.
El Señor del
Rímac que sale en procesión el mismo mes del Señor de los Milagros tiene allí
su capilla.
Su imagen, pintada en un lienzo fue encontrada por unos chiquillos en el Solar del Limoncillo, donde corría una acequia del mismo nombre. Una versión dice que la pintura estuvo sumergida en el agua, sin arruinarse; y, otra, que la sacaron de un hoyo que había en el suelo.
El lienzo milagroso
es pequeño y está en el Altar Mayor. El que sale en procesión es una copia. Es
el único Cristo del Perú que tiene un bastón de mariscal, regalo del Mariscal
Oscar R. Benavides. La pieza tiene adornos de plata y piedras preciosas.
En el
Patrocinio, edificado en el lado opuesto de la alameda se conserva la silla de
San Juan Masías, lego dominico, beato hasta el año de 1975 en que subió a los
altares. En el virreinato las señoras embrazadas se sentaban en la silla
frailera rogándole al bienaventurado que les concediera un hijo. En esos
tiempos el varón era muy deseado por los padres porque podía heredar el
mayorazgo si eran nobles, seguir la carrera militar, hacerse cura o leguleyo,
de ser segundón. En la actualidad hay señoras que todavía se sientan en la
silla milagrera, pero sólo para pedirle un parto feliz. Las mujeres ya no están
en desventaja.
El recuerdo de San Juan Masías,
natural de la villa de Rivera del Fresno, Extremadura, España, se venera en el
Patrocinio donde transcurrió su vida, y que a fines del siglo XVI era huerta de
don Pedro Jiménez Menacho. El santo trabajó pastando ovejas y encargándose del
cuidado de los frutales. Según la leyenda el Apóstol San Juan le cuidaba el ganado
mientras él rezaba en su choza.
Se dice que en la huerta había un
naranjo donde grabó una cruz en 1670. Después de su muerte, el arrendatario
Juan Peláez mandó cortar el árbol y aparecieron en su corteza dos cruces
perfectas de una cuarta que fueron llevadas a la igleia de la Guita y
Copacabana. Del naranjo sacaron más tarde hasta doscientas cruces que
repartieron entre los fieles.
El beato fue canonizado por un
milagro que realizó en España. Multiplicó el arroz que había en la olla la olla de un asilo hasta que todos los
pobres quedaron satisfechos. Después de varios siglos de expedientes para el
santo estaba casi terminado. Sólo le faltaba aquel empujoncito.
La iglesia y el monasterio de la
Virgen del Patrocinio se construyeron en 1681. Según sus reglas el número de
monjas no debía pasar de quince teniéndose en cuenta los quince misterios del
Santísimo Rosario que rezaba Santa Rosa de Lima. La elección de su nombre fue
providencial. Se barajaban posibilidades cuando llegó un marino para entregar una
imagen diminuta de la misma, afirmando que en sueños se le había revelado
ordenándole que la llevara al que sería su convento y dejándole las señas del
mismo.
La Virgen del altar Mayor es una
copia de la auténtica que está en el coro. Las obras de construcción se
acabaron en 1734 y el autor fue el maestro albañil Juan José Aspur.
Alfonsina Barrionuevo
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