KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

La
vida de una dama alemana, Ehrentraud Plasse, que llegó en uno de sus viajes a
Perú, se enlaza a la historia de una niña y sus sueños en Huaro, pequeña villa
cusqueña. Tuve la suerte de conocerla y me impresionó la forma en que se
incorporó a su estancia en una antigua casona. Caminó sus calles con su alma
porque nunca fue, descansó en su plaza, aprendió a unir pavitos, la flor de los
pisonaes, entró a su iglesia, asistió a una feria en Kaninkunka, una antiquísima
waka, y gozó de la brisa entre los maizales. Fue tal su entusiasmo con solo
leer sus páginas que tradujo “La Chica de la Cruz” a su idioma y auspició su
publicación en su país.
Kukuli
hizo la carátula de este libro que tiene la agreste belleza del campo. Fue otro
de sus regalos de colores que recibí de su mano creadora cuando tenía la misma
edad que la protagonista. Van las dos carátulas, en español y alemán. ¡Gracias
Kukuli y Ehrentraud!
LA CAIDA DEL
IMPERIO INKA
Atawalpa,
el príncipe cusqueño atrajo con sus errores el fin del Tawantinsuyu. Si hay
ambiciones que matan, una de esas le condujo a proceder equivocadamente en
Cajamarca. Se enteró del ingreso de los
españoles y los dejó llegar cuando pudo acabar con ellos en cualquiera de los
desfiladeros por donde pasaron. Pensó
que después los podría ejecutar y no sucedió así. Quisquis pudo impedir su debacle pero lo mandó a Qosqo.
El resultado fue la catástrofe.
Se equivocó
también al conocer a Pizarro. No le apabullló su presencia ante la suya, mayestática e imperturbable, rodeado
de una multitud abrumadora. No midió, por esas ironías del destino, que aquel
no deseaba recibir su dádiva, una estancia que llenaría de oro y plata hasta
los bordes, porque teniéndolo a él tenía muchísimo más. Cuando creyó que podía
negociar su libertad no entendió que aquel estaba disponiendo de su vida. Al
mirar después sus ojos acerados sintió finalmente que estaba derrotado. ‘Usos
son de guerra vencer y ser vencido’. En el pulseo de fuerzas, aún antes de que éste supiera de su existencia, el jardín
de oro del Qosqo ya era suyo. Atawalpa perdió y el capitán alcanzó su sueño
americano, su parte del botín y un asiento de oro macizo que en el mercado de
la conquista valía miles de ducados, mientras la imagen de Apu Inti, el Sol, que
tuvo su cuadra de oro, era solo un bolo o bulto que estuvo rodando de noche en una mesa de juego
improvisada hasta perderse. Eso no lo previó Pachakuti que le tuvo poca fe,
según le contó un khipukamayuq a Cristóbal de Molina, por no tener reposo ni
descanso, por permitir que un pequeño nublado pudiere estorbar su resplandor, ‘por hacer cada día un recorrido
rutinario sin manejarse como dueño del espacio´.
Alfonsina Barrionuevo
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