domingo, 1 de julio de 2018


KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES
La vida de una dama alemana, Ehrentraud Plasse, que llegó en uno de sus viajes a Perú, se enlaza a la historia de una niña y sus sueños en Huaro, pequeña villa cusqueña. Tuve la suerte de conocerla y me impresionó la forma en que se incorporó a su estancia en una antigua casona. Caminó sus calles con su alma porque nunca fue, descansó en su plaza, aprendió a unir pavitos, la flor de los pisonaes, entró a su iglesia, asistió a una feria en Kaninkunka, una antiquísima waka, y gozó de la brisa entre los maizales. Fue tal su entusiasmo con solo leer sus páginas que tradujo “La Chica de la Cruz” a su idioma y auspició su publicación en su país.
Kukuli hizo la carátula de este libro que tiene la agreste belleza del campo. Fue otro de sus regalos de colores que recibí de su mano creadora cuando tenía la misma edad que la protagonista. Van las dos carátulas, en español y alemán. ¡Gracias Kukuli y Ehrentraud!     

LA CAIDA DEL IMPERIO INKA
Atawalpa, el príncipe cusqueño atrajo con sus errores el fin del Tawantinsuyu. Si hay ambiciones que matan, una de esas le condujo a proceder equivocadamente en Cajamarca. Se enteró del ingreso de los españoles y los dejó llegar cuando pudo acabar con ellos en cualquiera de los desfiladeros por donde pasaron. Pensó que después los podría ejecutar y no sucedió así. Quisquis pudo impedir su debacle pero lo mandó a Qosqo. El resultado fue la catástrofe.

Imagen relacionadaSe equivocó también al conocer a Pizarro. No le apabullló su presencia ante la suya, mayestática e imperturbable, rodeado de una multitud abrumadora. No midió, por esas ironías del destino, que aquel no deseaba recibir su dádiva, una estancia que llenaría de oro y plata hasta los bordes, porque teniéndolo a él tenía muchísimo más. Cuando creyó que podía negociar su libertad no entendió que aquel estaba disponiendo de su vida. Al mirar después sus ojos acerados sintió finalmente que estaba derrotado. ‘Usos son de guerra vencer y ser vencido’. En el pulseo de fuerzas, aún antes de  que éste supiera de su existencia, el jardín de oro del Qosqo ya era suyo. Atawalpa perdió y el capitán alcanzó su sueño americano, su parte del botín y un asiento de oro macizo que en el mercado de la conquista valía miles de ducados, mientras la imagen de Apu Inti, el Sol, que tuvo su cuadra de oro, era solo un bolo o bulto que  estuvo rodando de noche en una mesa de juego improvisada hasta perderse. Eso no lo previó Pachakuti que le tuvo poca fe, según le contó un khipukamayuq a Cristóbal de Molina, por no tener reposo ni descanso, por permitir que un pequeño nublado pudiere estorbar su resplandor, ‘por hacer cada día un recorrido rutinario sin manejarse como dueño del espacio´.
Alfonsina Barrionuevo

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