martes, 17 de julio de 2018

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

En un pueblo del Perú me contaron la tierna historia de un niño que tenía como amigo un pajarillo. No había mucho que ver en los cerros donde apacentaba sus alpakas y sus llamas. Pero la avecilla que volaba por los cielos llenaba su soledad. Lo buscaba al final de cada viaje y se pasaba el tiempo contándole las mil maravillas que había visto. Hasta que un día se despidió, prometió volver y no regresó. El niño lo esperó, lo extrañó y pensó muchas cosas, que había cambiado de rumbo, que anidó en algún lugar  o que se cansó de retornar. Un día tuvo que ir a un caserío y en un recodo del camino distinguió unos huesos pequeños al lado de unas plumas que creyó reconocer.  Cogió el  más largo y al limpiarlo escuchó la voz del pajarillo. Muy apenado le contó que regresaba cuando un cazador lo mató, pero que no se acongojara, sólo debía soplar en el hueso y con la música brotaría su voz para seguir con sus relatos.
A Kukuli le gustó la historia y dibujó a los pequeños protagonistas para un conjunto de cuentos infantiles que llamé ‘Huchuysito, el Pequeñito’. Nuevamente trabajamos juntas.  


¿LA BANDERA INKA?

Hace años que quiero pensar, sentir y soñar a la manera andina y confieso que no es fácil. La mentalidad occidental data de quinientos años atrás, cuando se adhirió a nuestra vida como una segunda piel. Por eso cabe su imposición en el subconsciente colectivo y nos haría bien salir de su control para ser mejores. En ese camino muchos se preguntan hasta qué punto es importante que los antiguos peruanos hayan tenido una bandera. No deja de ser hermoso contemplar cómo flamea la ‘blanquirroja’, más volvamos al siglo XVI, cuando América estaba cercada por dos océanos y otras culturas se desarrollaban en esta parte del planeta.  Al momento en que la inventó un cronista oficioso o dijo, un khipukamayuq informado, que existió una bandera antecediendo al gran acompañamiento del príncipe cusqueño Atawalpa en Cajamarca.
Ahora que he leído el libro sobre la Historia de Puno y el Altiplano, del acucioso historiador Nicanor Domínguez, veo el tema con mayor claridad. No se sabe si existió esa bandera. Si los cusqueños de aquella época la idearon para que fuera rampando, es decir alzándose en alas del viento. De hecho tal insignia tuvo que ser diferente a otras de largo historial que llegaron del Viejo Mundo con Pizarro. Para no abundar en ejemplos pienso solo en las wankas que cambiaron su valle tibio por el altiplano en tiempo de los inkas. Acompañaron a sus padres, hermanos y esposos porque debían pelear a muerte con los chiriwanos que subían una vez al año de las yungas para robar mujeres y comida. Ellos les estaban ganando cuando insólitamente las wankas, en una decisión desesperada, se levantaron dando tremendos wapidos y sus voces tuvieron el efecto de una bandera tremolando sobre sus cabezas. Los chiriwanos que nunca vieron gritar a las mujeres de esa forma pensaron que aquellas estaban poseídas por espíritus muy poderosos. Se retiraron en tropel y nunca más volvieron. Me lo contaron en Huancané. 


La insignia-bandera no tenía que ser necesariamente de tela. Para las wankas fue su voz izada hacia el infinito. Estudiosos muy autorizados recogen la unancha de los cronistas de siglo XVI. Como estos entendían mal el qechwa y lo escribían peor y parcamente pudo ser una especie de guión. No hay figura u otro vestigio que lo apoye. No se sabe si los khipukamayuq alcanzaron a describirla. Los Inkas debieron tener una insignia y es probable que existiera en otros reinos de nuestro territorio como el de los muchik. Podría haber sido de oro, de plata,  cuadrada, rectangular, en triángulo. Si existió la unancha de colores en esa época fue de mucha riqueza, y cabe que maestros especializados pintaran los siete colores de k’uichi, el arco iris, sobre un metal como el cobre y sus aleaciones.  
Me parece que los inkas lo hubieran pensado mucho si se tratara de una bandera de colores. Un arco iris adueñándose del cielo después de la lluvia se ve imponente pero cae luego en los charcos,  como castigado por veleidoso y fatuo. Y quién dice que son siempre de siete colores, podría ser de cinco, cuatro, tres o dos. Los habitantes del campo no lo miran nacer ni lo señalan porque puede matar y pudre los dientes. Pero si bien fuera un estandarte con el arco iris por su prestancia quién sabe si sería ajedrezado y no lineal.

Me dirán por qué escribo Qosqo, lo hago porque los españoles quisieron deslucir a la ciudad puma para convertirla en ciudad perro. En español cuzco es un perrillo insignificante. Además la primera Pachamama conocida se llamó Pachamama Qosqowanka, una madre tierra que apareció sentada en el centro de una gran piedra en el lecho del lago glacial que rompió uno de sus diques en la Angostura para huir.  
¿Y la wiphala? Es una bandera ajedrezada. . ¡Qué linda, qué orgullosa! Podría devenir del Tawantinsuyo. El ajedrezado se aleja mucho, por ser muy antigua, de la lineal de colores. Para mí fue un regalo del tiempo verla en una pintura de la Escuela Cusqueña hecha por un qelqereq del virreinato. Se trata de un arcángel sin arcabuz que la lleva del brazo como si fuera el unkhu o túnica de un Inka. Más antes se lució en manos de un estandartero imperial tallado en un kero polícromo.
¿Qué fue entonces la bandera del Tawantinsuyu? Tal vez una especie de estandarte o una bandera cuadrada. El señor de Sipán tuvo uno, que tal vez  reprodujeron los plateros inkas de Qosqo en oro y plata. En un espléndido tapiz virreinal  el Inka se muestra varias veces con un estandarte ajedrezado al lado de su Qoya y … ¡no es una bandera! 
Pero se podría crear una a base del mismo. 
Alfonsina Barrionuevo

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