domingo, 24 de junio de 2018

VIEJAS CONQUISTAS

Convertir el viento en  música, aprender el lenguaje  de las estrellas y los astros, formar una familia con la naturaleza, crear laboratorios de genética para domesticar cientos de plantas alimenticias y animales, realizar sus sueños a través de las artes, trepar los peldaños del aire para construir sus viviendas, descubrir el secreto de los minerales, tomar la fuerza espiritual de la piedra, seguir las estaciones del año con sabiduría, navegar en los crepúsculos remando hacia el sol, alumbrar el tiempo con la luna, llevar con sus manos el agua a los desiertos, inventar la alegría, dejar que fluya su bravura como un río, caminar de brazo con  la muerte hacia la vida, es algo extraordinario. Los pueblos del antiguo Perú dieron un sentido grandioso a su existencia. Negar sus conquistas es falta de conocimiento, conciencia del atraso de otros o el producto de su propia subestima.   

La culinaria peruana, que puede colmar una mesa kilométrica con manjares de climas fríos, templados y ardientes, sorprende a los gastrónomos más avezados con lo que ofrece. Sabores, fragancias, delicadezas y exotismos propios de un país con una naturaleza pródiga en frutos y con una cultura gastronómica milenaria que goza además del toque telúrico que le confiere un carácter mágico y sagrado.
Aquí, la historia y la leyenda van de la mano cuando se trata de explicar el origen de los alimentos como un regalo divino, una ofrenda de amor o el producto de una investigación que duró siglos de siglos, registrando casi fotográficamente el brote de una hoja o la apertura de un capullo, así como la conducta de los animales desde que nacen hasta que están listos para convertirse en fuente de proteínas.

Hay un creador todopoderoso, invisible, que puede ser Kon, Ai Apaiek, Pachayachachiq o Pachakamaq; un padre cósmico que genera calor vital, es el Apu Inti o Padre Sol; una madre celeste que influye en las mareas y en los eclipses, es Mama Killa; una madre marina que es Mamaqocha, bien amada por los pescadores; una madre terrena, Pachamama, fecunda y generosa; y, una infinidad de espíritus benéficos o maléficos porque todo es dual en el mundo andino, cuyo hábitat es la inmensidad del cielo, los palacios de cristal de los nevados, la entraña misteriosa de los cerros o el aposento encantado de los lagos, las lagunas y los ríos.

Imagen relacionadaPersonajes mágicos surgidos de la imaginación fértil y el conocimiento que va acumulando de un hombre que arranca de la noche de los tiempos, desnudo, sin pasado y sólo con presente. Un hombre que recorre un inacabable trayecto de auroras en trance de adquirir experiencias y convertirse en un ser que domina y transforma su medio ambiente de acuerdo a sus necesidades, porque en su vida todo es funcional, pero nada exento a la vez de una dosis muy profunda de arte y poesía, como si siempre  hubiera sido un soñador.

Hace 10,000 años es un ser sobrecogido por el espectáculo grandioso de una geografía avasallante, como si anduviera perdido entre amaneceres con catedrales de celajes sobre su cabeza y crepúsculos con soles de cobre que caen en el bolsillo sin fin del horizonte; frente a un océano de olas encrespadas, cuyo lenguaje intenta vanamente entender; en arenales, que al ser arrastrados por el viento se retuercen como los anillos de una sierpe de escamas tornasoladas; por valles y quebradas pobladas de voces rumorosas, por pampas y punas que tienden su vegetación franciscana al pie de los glaciares donde se refracta el parpadeo de las estrellas, y, la selva, donde la luna deja caer su cauda nupcial sobre la copa de los árboles y el arco iris cuelga del aire como una rara flor.    

Tal su universo, aún desconocido para él, que es un recolector de paladar silvestre que obedece a las necesidades elementales de su estómago. Una criatura que se guía por el hambre en un territorio vasto donde experimenta cada día sensaciones nuevas, en el cual es su propio “conejillo de Indias” para saber que frutos son dulces o amargos, cuáles están llenos de ponzoña y cuáles pueden ser fuentes de vida.

Alfonsina Barrionuevo

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