LAS WAKAS DE LIMA
Hace
un tiempo cuando Lima vivía mirando al resto del mundo más que al país el
doctor Alejandro Miró Quesada me autorizó editar una página sobre el Perú en el
diario “El Comercio”. Fue un sueño
realizado que comenzó aquí mismo, remontándome a las cuatrocientas wakas que
tuvo en una página que se llamó “Descubriendo el Perú”, con entrevistas, fotografías
y recorridos para encontrar restos de construcciones que pudieran contar de la
genialidad de los antiguos limeños. A mí que soy una provinciana estos informes
me permitieron aprender más sobre lo que hicieron las gentes que amaron este
valle fértil. Gracias a ellos pude conocer que antaño moraron en las aguas de
su río generoso camarones y peces, mientras había bosques tan frondosos que se
podía caminar un kilómetro sin ver la luz del sol y edificios que movieron
enormes volúmenes de tierra.
Esa
búsqueda contó con la gentil información de la arqueóloga Isabel Flores, quien rescató
de un montículo a la waka Pukllana dedicada en su tiempo a tiburones que vieron
en el océano; del arqueólogo Arturo Jiménez Borja que me llevó a visitar el majestuoso santuario de Pachakamaq y el poblado
preinka de Cajamarquilla, disfrutando su
pasión por lo nuestro; del monseñor historiador Pedro Villar Córdova, quien me
reveló los nombres y oficios de los sacerdotes de la Lima prehispánica; y hasta
de don Ricardo Palma, el ilustre tradicionista, en cuyo libro encontré la
historia colonial del santón francés Mateo Salade que se refugió en una waka de
Pueblo Libre.
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Templo pintado de Pachakamaq |
La presentación
de las Wakas de Lima en la Bienal de Arquitectura en Venecia ha hecho que
muchos ojos se vuelvan hacia ellas. En el Pabellón Perú se ha levantado su
estandarte y los khipus colgaron de un cordel invisible. Aún sin su historia el
tema viejo que allá resultó nuevo despertó simpatía. Parece increíble que estos
y otros sitios antiguos hayan tenido éxito cuando en la capital hay cierta
resistencia al pasado andino. Muy acertada la idea de llevarlos en una trama de
khipus o nudos con un mensaje de milenios.
La arquitectura
de los adoratorios y residencias varía porque no pertenecen a un mismo señorío
sino a diferentes. Wallamarka tiene la forma de una mazorca de maíz; Pukllana
muestra una enorme cantidad de adobitos como si fuera un gigantesco librero o
biblioteca; el templo del Sol de Pachakamaq se orienta hacia el poniente con
una fila de hornacinas donde podían haber estado unos bultos áureos; representando
quizá a elementos celestes, las pirámides de los Maranqas tendrían que ver con
el mar.
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