domingo, 3 de junio de 2018

LAS WAKAS DE LIMA
Hace un tiempo cuando Lima vivía mirando al resto del mundo más que al país el doctor Alejandro Miró Quesada me autorizó editar una página sobre el Perú en el diario “El Comercio”. Fue un sueño realizado que comenzó aquí mismo, remontándome a las cuatrocientas wakas que tuvo en una página que se llamó “Descubriendo el Perú”, con entrevistas, fotografías y recorridos para encontrar restos de construcciones que pudieran contar de la genialidad de los antiguos limeños. A mí que soy una provinciana estos informes me permitieron aprender más sobre lo que hicieron las gentes que amaron este valle fértil. Gracias a ellos pude conocer que antaño moraron en las aguas de su río generoso camarones y peces, mientras había bosques tan frondosos que se podía caminar un kilómetro sin ver la luz del sol y edificios que movieron enormes volúmenes de tierra.

Esa búsqueda contó con la gentil información de la arqueóloga Isabel Flores, quien rescató de un montículo a la waka Pukllana dedicada en su tiempo a tiburones que vieron en el océano; del arqueólogo Arturo Jiménez Borja que me llevó a visitar el majestuoso santuario de Pachakamaq y el poblado preinka de Cajamarquilla, disfrutando su pasión por lo nuestro; del monseñor historiador Pedro Villar Córdova, quien me reveló los nombres y oficios de los sacerdotes de la Lima prehispánica; y hasta de don Ricardo Palma, el ilustre tradicionista, en cuyo libro encontré la historia colonial del santón francés Mateo Salade que se refugió en una waka de Pueblo Libre.

Templo pintado de Pachakamaq
La presentación de las Wakas de Lima en la Bienal de Arquitectura en Venecia ha hecho que muchos ojos se vuelvan hacia ellas. En el Pabellón Perú se ha levantado su estandarte y los khipus colgaron de un cordel invisible. Aún sin su historia el tema viejo que allá resultó nuevo despertó simpatía. Parece increíble que estos y otros sitios antiguos hayan tenido éxito cuando en la capital hay cierta resistencia al pasado andino. Muy acertada la idea de llevarlos en una trama de khipus o nudos con un mensaje de milenios.

La arquitectura de los adoratorios y residencias varía porque no pertenecen a un mismo señorío sino a diferentes. Wallamarka tiene la forma de una mazorca de maíz; Pukllana muestra una enorme cantidad de adobitos como si fuera un gigantesco librero o biblioteca; el templo del Sol de Pachakamaq se orienta hacia el poniente con una fila de hornacinas donde podían haber estado unos bultos áureos; representando quizá a elementos celestes, las pirámides de los Maranqas tendrían que ver con el mar.  
El evento en Europa motiva gran alegría en los peruanos y Lima milenaria está bien expuesta en la prestigiosa bienal. Parabienes a los curadores Marianella Castro de la Borda, Janeth Boza y Javier Lizarzaburu. Hace miles de años la arquitectura  fue uno de los rubros  que avanzó notablemente en el Perú, por la ejecución de obras que sorprenden por el talento y el alto nivel de sus antiguos o ñaupa agremiados.

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