domingo, 17 de junio de 2018




LAS DULZURAS DE KUMARA

Los Andes recibieron con alegría los finales del Pleistoceno. Las capas de nieve  que los cubrían iniciaron su retirada. Pachamama, la madre tierra, estaba allí acurrucada, hibernando, en una larga espera. De haberla visto hubieran pensado que era una niña. Cuando el mar comenzó a bajar y vinieron los deshielos ella bajó a los valles llevando los alimentos. 
Eran muchísimos pero cabían apretados en sus brazos. Las papas tenían el tamaño de una pasa, los frijoles eran como un grano de trigo, los tubérculos de la yuka y el camote también muy pequeños.

Hace unos diez mil años los primeros recolectores hallaron papas de finísima piel casi a ras de tierra y la agregaron a su dieta de mariscos y peces. En el caso de kumara, camote o batata en México y Centroamérica, les fascinó sus raicillas ligeramente gorditas que resumían dulzuras. A estas alturas del tiempo muy poco se piensa del proceso de domesticación. Ahora que en el mundo se consumen “nuevas especies del Ande como la kihura o kinua y la kiwicha, se olvida la hazaña de los domesticadores. Los primeros cultivares deben haber resultado de un juego. Hacían un hueco con un dedo, sacaban la tierra con la uña como si fuera una lampa diminuta y colocaban los pequeñísimos frutos.
Al principio fue en tierra áspera, árida, y se murieron. Buscaron lugares más propicios,  húmedos, y se malograron. Al cabo los irrigaron con cuidado y brotaron hojitas verdes que protegían a nenes papa, frejol, yuka, pallar o calabaza.

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Nuestros pueblos deberían levantar monumentos a los antiguos agricultores de Perú que siguen dando primicias a la Humanidad a través de sus descendientes. 
Kumara, desdeñada por los españoles, siguió la aventura del resto de nuestros alimentos. Acompañó al hombre de una altura a otra, se solazó en los espacios fértiles, absorbió la dulzura del agua, se diversificó y lo ayudó a vivir. Se conoce al camote blanco, un poco seco, delicioso; al camote amarillo, de carnes más sueltas propias para el ceviche; al camote morado, de las watias, también muy querido por las señoras chef de las distintas regiones, y debe haber una gran cantidad de  variedades por conocer. 

La historia del camote llega escuetamente través de los arqueólogos, como una curiosidad. Su laboratorio se pierde al igual que los demás en las páginas amarillentas de los milenios. El registro de restos encontrados lo incluye y hace unos cuatro mil años a.C. expediciones que hacían trabajo de campo entre 1962 y 1988 en grupos arqueológicos encuentran especímenes enteros o fragmentados.
Qué habría avizorado el inteligente observador prehistórico para advertir su buen sabor parcialmente carbonizados por fuegos (rayos) caídos del cielo. En la Pampa de Llamas, Casma, Thomas y Sheila Pozorski descubrieron camotes del precerámico a un metro de profundidad junto a conchales  al lado de palta,  ciruela del fraile, frijol, pallar, achira, lúkuma, yuka, maní, ají y zapallo.

En el valle de las Tortugas, también en Casma,  los investigadores Donald Ugent y Linda W. Peterson vivieron después su propia experiencia, trabajando en Waynuma a unos cuantos kilómetros.
Mama Aqsu y Mama Kumara fueron creciendo mediante los experimentos casuales o deliberados. Si la semilla cae y germina junto a una cabeza o cola de pez crece más, adquiere arrogancia y llena de placer los estómagos hambrientos. Si se les riega con cuidado las plantas se levantan con mayor prontitud, como si llegaran a una pubertad insospechada.

En Pachakamaq aproximadamente mil años d.C. ya tenían una personalidad contundente. En el Cerro Las Tres Ventanas, en Chilca, Frederic Engel encontró camote con aji y tuna, además de los otros alimentos conocidos. En la Waka La Centinela, dentro del reino Chincha, Ugent y Peterson hicieron excelentes hallazgos. Los chinchas eran mercaderes y llevaron por el litoral y el interior las cosechas para los trueques.
Más abajo, en Parakas, otros estudiosos los encuentran como ofrendas en los fardos funerarios de sus gobernantes.  Ya han dado un paso a la eternidad en otro nivel, como alimentos para la otra vida.

El Centro Internacional de la Papa le ha dado un lugar al camote, como especie alimenticia básica. Según la tradición las mujeres prehispánicas tenían preferencia por este tubérculo que mantenía la lozanía de su piel, el brillo de sus cabellos y su disposición al amor. Otro regalo de los Andes.
Alfonsina Barrionuevo

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