LAS
DULZURAS DE KUMARA
Los Andes recibieron con alegría los
finales del Pleistoceno. Las capas de nieve
que los cubrían iniciaron su retirada. Pachamama, la madre tierra,
estaba allí acurrucada, hibernando, en una larga espera. De haberla visto
hubieran pensado que era una niña. Cuando el mar comenzó a bajar y vinieron los
deshielos ella bajó a los valles llevando los alimentos.
Eran muchísimos pero cabían apretados
en sus brazos. Las papas tenían el tamaño de una pasa, los frijoles eran como
un grano de trigo, los tubérculos de la yuka y el camote también muy pequeños.
Hace unos diez mil años los primeros
recolectores hallaron papas de finísima piel casi a ras de tierra y la agregaron
a su dieta de mariscos y peces. En el caso de kumara, camote o batata en México
y Centroamérica, les fascinó sus raicillas ligeramente gorditas que resumían
dulzuras. A estas alturas del tiempo muy poco se piensa del proceso de
domesticación. Ahora que en el mundo se consumen “nuevas especies del Ande como la kihura o
kinua y la kiwicha, se olvida la hazaña de los domesticadores. Los primeros
cultivares deben haber resultado de un juego. Hacían un hueco con un dedo, sacaban
la tierra con la uña como si fuera una lampa diminuta y colocaban los
pequeñísimos frutos.
Al principio fue en tierra áspera,
árida, y se murieron. Buscaron lugares más propicios, húmedos, y se malograron. Al cabo los
irrigaron con cuidado y brotaron hojitas verdes que protegían a nenes papa,
frejol, yuka, pallar o calabaza.
Nuestros pueblos deberían levantar
monumentos a los antiguos agricultores de Perú que siguen dando primicias a la
Humanidad a través de sus descendientes.
Kumara, desdeñada por los españoles,
siguió la aventura del resto de nuestros alimentos. Acompañó al hombre de una
altura a otra, se solazó en los espacios fértiles, absorbió la dulzura del
agua, se diversificó y lo ayudó a vivir. Se conoce al camote blanco, un poco
seco, delicioso; al camote amarillo, de carnes más sueltas propias para el
ceviche; al camote morado, de las watias, también muy querido por las señoras
chef de las distintas regiones, y debe haber una gran cantidad de variedades por conocer.
La historia del camote llega escuetamente
través de los arqueólogos, como una curiosidad. Su laboratorio se pierde al
igual que los demás en las páginas amarillentas de los milenios. El registro de
restos encontrados lo incluye y hace unos cuatro mil años a.C. expediciones que
hacían trabajo de campo entre 1962 y 1988 en grupos arqueológicos encuentran
especímenes enteros o fragmentados.
Qué habría avizorado el inteligente
observador prehistórico para advertir su buen sabor parcialmente carbonizados
por fuegos (rayos) caídos del cielo. En la Pampa de Llamas, Casma, Thomas y
Sheila Pozorski descubrieron camotes del precerámico a un metro de profundidad
junto a conchales al lado de palta, ciruela del fraile, frijol, pallar, achira,
lúkuma, yuka, maní, ají y zapallo.
En el valle de las Tortugas, también
en Casma, los investigadores Donald
Ugent y Linda W. Peterson vivieron después su propia experiencia, trabajando en
Waynuma a unos cuantos kilómetros.
Mama Aqsu y Mama Kumara fueron
creciendo mediante los experimentos casuales o deliberados. Si la semilla cae y
germina junto a una cabeza o cola de pez crece más, adquiere arrogancia y llena
de placer los estómagos hambrientos. Si se les riega con cuidado las plantas se
levantan con mayor prontitud, como si llegaran a una pubertad insospechada.
En Pachakamaq aproximadamente mil años
d.C. ya tenían una personalidad contundente. En el Cerro Las Tres Ventanas, en
Chilca, Frederic Engel encontró camote con aji y tuna, además de los otros
alimentos conocidos. En la Waka La Centinela, dentro del reino Chincha, Ugent y
Peterson hicieron excelentes hallazgos. Los chinchas eran mercaderes y llevaron
por el litoral y el interior las cosechas para los trueques.
Más
abajo, en Parakas, otros estudiosos los encuentran como ofrendas en los fardos
funerarios de sus gobernantes. Ya han
dado un paso a la eternidad en otro nivel, como alimentos para la otra vida.
El Centro Internacional de la Papa le
ha dado un lugar al camote, como especie alimenticia básica. Según la tradición
las mujeres prehispánicas tenían preferencia por este tubérculo que mantenía la
lozanía de su piel, el brillo de sus cabellos y su disposición al amor. Otro
regalo de los Andes.
Alfonsina
Barrionuevo
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